A la mañana siguiente, Kaelion se le veía más relajado, disfrutando su labor como soldado y como mentor de los nuevos reclutas. Cumplía con su rutina diaria en el puesto de avanzada: patrullaba las cercanías, revisaba las formaciones de los lanceros, supervisaba el entrenamiento con los arqueros y corregía posturas en las maniobras. Cada día, con disciplina, iba completando sus tareas y, por la tarde, miraba con ansias el ocaso, esa ventana en la que podía escapar de la realidad general y sumergirse en la nueva realidad que había creado, donde él y Aerion podían existir sin tantas barreras. Así fue por varios días. Hasta que una mañana, un grupo de soldados llegó al puesto, entre ellos Sylvaris y el valiente Edric. Kaelion se alegró profundamente al ver al muchacho sano y fuerte, y, sin pensarlo, saltó de su sable y corrió con emoción hacia él.
—¡Edric! —exclamó Kaelion, abrazándolo con fuerza—. ¡No puedo creer que estés aquí, sano y salvo!
Edric, con una gran sonrisa, lo estrechó en un abrazo igualmente efusivo.
—Lo mismo digo, Kaelion. Pensé que no lo lograría después de lo que ocurrió en Feralas. Pero mira, ¡aquí estoy! —dijo Edric, riendo.
Kaelion, mirando su estado, apenas podía creerlo. Sus ojos brillaban de sorpresa.
—Es un milagro... —murmuró Kaelion, aún sin soltarlo—. Pensé que habías quedado perdido. Las dríades... No sé cómo lo hiciste, pero te felicito.
Edric, ruborizado, dio una pequeña risa.
—¡Solo tuve suerte, eso es todo! Y un poco de ayuda de algunos druidas... —respondió Edric, encogiéndose de hombros—. Pero no fue nada comparado con lo que tú hiciste por mí.
Kaelion lo miró con seriedad, con una leve sonrisa.
—No necesito agradecimientos. ¡Es un placer verte de nuevo! Ahora ve a instalarte —le dijo Kaelion, con voz firme. El joven Edric asintió y, obedeciendo la orden, se retiró.
Kaelion permaneció un momento en silencio, sonriendo con satisfacción al ver la recuperación del muchacho. Pero su calma se vio interrumpida cuando se acercó a él el general Valinor.
—Emotivo encuentro, Soldado Lir'Thalas —dijo el general Valinor, con voz grave—. Admiro la simpatía que ha ganado entre estos soldados cuando me hacía la suplencia.
—No es nada, señor —respondió Kaelion con humildad—. Solo... aprendí de usted.
El general asintió con una ligera sonrisa, sintiéndose halagado por las palabras del joven soldado.
—En una hora, búscame en mi oficina —dijo Valinor, su tono cambiando a uno más serio—. Necesito plantearte algunos temas importantes ahora que han llegado estos soldados.
—Entendido, señor —respondió Kaelion.
Una hora después, Kaelion se dirigió a la oficina del general, pero al entrar, encontró el lugar vacío. Solo había una cosa sobre el escritorio: un frasco vacío del antídoto contra la magia corrupta, el mismo que había utilizado para salvar a Edric en Feralas. Kaelion frunció el ceño, entendiendo un poco la situación. De repente, sin previo aviso, apareció el general Valinor, seguido por un grupo de cinco soldados de alto rango, tanto elfos de la noche como humanos. Entre ellos, dos cazadoras elfas de la noche y dos druidas. El ambiente se volvió tenso y Kaelion, consciente de la situación, se puso alerta, preparándose para lo que sabía podría ser un interrogatorio. El general Valinor, impasible, caminó hacia su escritorio y se sentó. Luego, mirando a Kaelion con mirada fija, dijo:
—Sentado, Lir'Thalas.
Kaelion se sentó con disciplina, sin mostrar ninguna señal de incomodidad. El general miró el frasco vacío sobre el escritorio antes de hablar nuevamente.
—¿Me puedes hablar de este frasco? —preguntó, su voz grave.
—Es un antídoto contra la magia corrupta —respondió Kaelion con seriedad.
—¿Es usted boticario? —inquirió Valinor.
—No, señor —contestó Kaelion con firmeza.
El general Valinor desvió la mirada hacia uno de los druidas presentes. El druida, con expresión seria, se adelantó y se colocó frente a Kaelion.
—Una de las cazadoras consiguió esto en la zona de combate —comenzó el druida, su voz grave—. Lo primero que pensamos fue que La Horda estaba cerca, ya que pudimos presenciar evidencia obvia de magia arcana, propia de los elfos de sangre. Pero, al ver la pronta recuperación del soldado Ravenshade, llegamos a la conclusión de que él bebió esto. Revisamos el expediente, y de todos los soldados presentes ese día, es usted el vigilante cuyo perímetro se aproxima mucho al puesto de avanzada de La Horda.
El druida hizo una pausa, y la tensión en el ambiente aumentó. Luego, preguntó:
—¿Dónde lo conseguiste?
Kaelion, con voz firme y sin vacilar, respondió:
—Se lo robé a un elfo de sangre.
La respuesta no convenció del todo a los presentes, pero fue el general Valinor quien, sin cambiar su expresión, cuestionó nuevamente.
—Pero no es usted boticario.
—No, señor —respondió Kaelion—. Durante mi turno de vigilancia, unos elfos de sangre se acercaron demasiado a nuestro perímetro. Escuché a uno de ellos hablar del frasco, mencionando que era un supuesto antídoto para combatir magia corrupta.
Editado: 10.04.2025