Secretos en la Guerra: Luna y Sangre

Capítulo 17 – El Libro Rojo

El aroma a incienso de luna y pergaminos viejos impregnaba los pasillos del Convento de las Hermanas de Elune, una imponente estructura de mármol blanco y maderas nobles, donde las sacerdotisas de la diosa se formaban en el arte de la sanación, la contemplación y el combate sagrado. La luz azulada de las lámparas lunares flotaba suavemente sobre los estantes repletos de libros antiguos, mientras los cantos devocionales de un grupo de novicias resonaban en la lejanía. Lyara caminaba con paso sereno por la sala de estudio, sosteniendo dos rollos de pergamino bajo el brazo. Su túnica de sacerdotisa, de un blanco perlado con bordados plateados, ondeaba suavemente a su andar. Su mente divagaba entre sus estudios y la tranquilidad que le brindaba aquel retiro en Darnassus.

—Lyara —la llamó una voz detrás de ella. Al girar, vio a una de sus compañeras, una joven elfa de la noche con un libro abierto entre sus manos y una expresión de inquietud—. ¿Tienes idea de cuándo será el examen de Doctrinas y Disciplina Lunar?

Lyara inclinó la cabeza, pensativa.

—Me parece que en dos semanas —respondió con calma—. Te sugiero que leas Los Principios de Arvandorei, de la sacerdotisa Thalindra Arvandorei. Es una obra extensa, pero explica bien la relación entre la divinidad y la meditación.

—Me acabas de salvar la vida —dijo la elfa entre risas, cerrando el libro con alivio.

Lyara le dedicó una leve sonrisa y prosiguió su camino hasta una mesa apartada, junto a una de las amplias ventanas arqueadas que daban al jardín interno. Se sentó y desenrolló uno de los pergaminos. En la parte superior, escrito con fina caligrafía, se leía: Ciclos lunares y su relación con la bendición de Elune. Suspiró. Había leído sobre el tema demasiadas veces. Se permitió apartar la vista y contemplar el jardín, donde los lirios nocturnos se mecían con la brisa y las mariposas de luz revoloteaban con delicadeza. Entonces, al observar la posición del sol en el cielo, un pensamiento cruzó su mente como un relámpago: el libro rojo con el sol dorado. Había pasado desapercibido en su memoria hasta ese instante. Lo había visto en el estante de Kaelion antes de partir a Darnassus, un detalle que, en su momento, no le pareció relevante. Pero ahora, la imagen de aquel emblema brillaba en su mente con una nueva inquietud. Dejó a un lado el pergamino y se levantó con decisión. Caminó con paso firme hacia la biblioteca del convento, un salón de altos muros donde los estantes curvos parecían abrazar la inmensa colección de libros. Varias alumnas y profesoras se movían entre los tomos, algunas hojeando grimorios de sanación, otras repasando códices de antiguas batallas. Lyara recorrió con la mirada los títulos hasta que encontró lo que buscaba: Símbolos y Heráldica de Azeroth. Tomó el voluminoso libro de la repisa y regresó a su mesa, donde lo abrió con cautela. Sus dedos pasaron las páginas hasta que, de pronto, lo vio: el mismo sol dorado estampado en el costado del libro de Kaelion. Leyó en voz baja:

"El emblema del Sol Dorado es el símbolo de Quel'Thalas, el reino de los elfos de sangre. Representa la luz eterna que guía a su pueblo, un legado de su antigua conexión con la Fuente del Sol. Con el paso de los años, el sol dorado ha pasado de ser un mero emblema heráldico a un símbolo de identidad y orgullo, especialmente tras la destrucción de Lunargenta y el resurgir de los sin'dorei."

Lyara frunció el ceño. Quel'Thalas... los elfos de sangre. Sus ojos recorrieron la página de nuevo, como si necesitara confirmar lo que había leído. ¿Por qué Kaelion tendría un libro con ese emblema entre sus pertenencias? ¿Qué contenía? ¿Para qué lo necesitaba? El pergamino olvidado yacía sobre la mesa, pero su mente estaba lejos de los ciclos lunares. Ahora, había encontrado un misterio que no podía ignorar.

Kaelion cabalgaba en silencio por los senderos de vuelta a Dolanaar, su sable lunar avanzaba con paso ágil y seguro entre la maleza, guiado solo por la tenue luz de Elune. Las copas de los árboles titilaban con destellos plateados, y el viento nocturno arrastraba el aroma de la hierba fresca y la madera húmeda. El mensaje que la lechuza había traído aún pesaba en su mente. La suma sacerdotisa Aneliel requería su presencia, quizás tenía que ver con su propuesta. Kaelion pasó la mano por el lomo de su montura, sintiendo la suavidad de su pelaje, y le susurró con un tono calmo:

—Ha sido un viaje largo, mi compañera. —El sable lunar giró una oreja, atenta a su voz—. Imagino que debes tener muchas preguntas.

El elfo alzó la vista hacia el dosel del bosque, donde la luna se asomaba tímidamente entre las hojas. Una breve risa escapó de sus labios antes de continuar:

—Sí, así es... Me he ligado con un elfo de sangre.

El sable lunar exhaló con fuerza por la nariz, casi como si respondiera a sus palabras. Kaelion le sonrió con un dejo de melancolía.

—Será nuestro secreto.

A su alrededor, el bosque se extendía en toda su majestuosidad: claros iluminados por la luz de Elune, praderas que se mecían con la brisa nocturna, y riachuelos cuyo murmullo se mezclaba con el canto lejano de las lechuzas. Era un espectáculo de belleza pura, un reflejo de todo aquello por lo que luchaba. "Oh, Aerion..." pensó Kaelion, sintiendo cómo su pecho se llenaba de anhelo. Si pudieras ver esto, estoy seguro de que te fascinaría. Su mente se nubló por un instante. El viento ya no olía a hojas frescas, sino a polvo y arena. Las sombras de los árboles se desvanecieron, reemplazadas por el abrasador sol de Los Baldíos. Otro recuerdo lo llamaba.



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En el texto hay: elfos, lgbt, warcraft

Editado: 15.07.2025

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