Secretos en la Guerra: Luna y Sangre

Capítulo 18 – El Secreto del Destino

El sol agonizaba en el horizonte cuando Lyara llegó a Dolanaar, el dorado del atardecer filtrándose entre los frondosos árboles. Su andar era ligero, casi silencioso, como quien vuelve a casa tras una larga jornada. Al pasar frente a la cabaña de Kaelion, redujo el paso. Algo le llamó la atención. No había luces encendidas, ni rastro alguno de su presencia. Frunció el ceño. No tenía noticia de que hubiese salido de viaje otra vez, y, sin embargo, su morada yacía en completo silencio. Echó una mirada rápida a ambos lados del sendero. No había vecinos a la vista, ni nadie que pudiera entrometerse. Tomó una decisión. Con la agilidad propia de los suyos, trepó hasta una ventana apenas entornada y, tras deslizarse con destreza, se encontró dentro de la cabaña. El aroma familiar de madera y pergamino la envolvió de inmediato. Todo estaba en su sitio, limpio y ordenado. Pero la sensación de vacío era innegable. No perdió el tiempo. Sus pasos la llevaron directo a la repisa donde Kaelion guardaba sus libros. Sus dedos recorrieron los lomos de cada uno hasta que hallaron uno que destacaba entre los demás: una encuadernación de cuero rojo, con un sol dorado grabado en la portada. Lyara lo tomó con delicadeza y lo abrió. No tardó en darse cuenta de su propósito. Era un manual de idioma, un libro para aprender thalassiano a partir del común. Sus ojos se afilaron. Entre sus páginas, cuidadosamente insertadas, había hojas sueltas con anotaciones en la inconfundible caligrafía de Kaelion. Pequeños resúmenes, palabras traducidas, correcciones. Estaba aprendiendo el idioma de los elfos de sangre. Un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Por qué haría algo así? Las dudas se apilaron en su mente como una tormenta creciente. ¿Era posible que...? No. No podía ser un espía de la Horda. Pero entonces, ¿qué propósito tenía todo esto? Con una sensación de inquietud creciente, dejó el libro en su sitio y se dirigió al pequeño escritorio. Allí, su mirada se posó sobre un cuaderno que parecía un diario de viaje. Lo abrió con la misma mezcla de recelo y curiosidad.

Día 11: Partimos a Los Baldíos al amanecer. El aire era seco, cargado con el olor de la tierra agrietada. Los soldados hablaban poco. No tardamos en ver los primeros restos de antiguas escaramuzas: carroñas de kodos, lanzas quebradas, el eco de batallas ya olvidadas...

Día 17: Los goblins nos enseñaron más de cerca a los kodos. Estas bestias estaban domadas. Cabalgué uno...

Día 20: Conocí a dos nuevos compañeros, Aeris y Thalon. Aeris es presumido y bromista. Thalon es más discreto. Yo... soy la fusión de ambos. Nos llevaremos bien...

Lyara pasó las páginas con rapidez, buscando algo fuera de lo común. Relatos de viaje, impresiones sobre lugares desconocidos, anécdotas triviales... hasta que encontró una entrada que le hizo detenerse.

Día 29: Vimos de lejos a soldados de la Horda. Un orco y tres elfos de sangre...

Siguió leyendo.

"El elfo de sangre estaba muy debilucho. Sentí pena por él..."

"Su nombre es Aerion. Después de la confrontación, acercamos nuestras posturas."

Lyara entrecerró los ojos. Aquello era... extraño. Pasó a la siguiente página, pero para su sorpresa, el texto estaba escrito en thalassiano. Un muro infranqueable para ella. Se apartó del diario con el ceño fruncido. Kaelion... ¿haciéndose amigo de un elfo de sangre? Intentó recordar si alguna vez había mencionado algo sobre él. Y entonces, un recuerdo vino a su mente con claridad. La primera vez que lo visitó tras su regreso a casa, le había preguntado:

—¿Qué fue lo que más te impactó allá afuera?

Y Kaelion, con su tono pausado y reflexivo, le había respondido:

—Un amigo.

Lyara sintió que algunas piezas encajaban, pero aún faltaban muchas más. Un sonido la sacó de sus pensamientos. Pasos. Se tensó y miró hacia la ventana. En la penumbra, distinguió una silueta inconfundible. Kaelion estaba regresando. Con rapidez, colocó el diario en su sitio, acomodó los libros y se deslizó hacia la ventana. Se impulsó con destreza y aterrizó en el patio trasero sin hacer ruido. Se ocultó entre los arbustos y aguardó con paciencia, sin moverse.

Kaelion inspiró hondo, sintiendo la quietud de su hogar envolviéndolo. Frente a él, el libro que había tomado del estudio de la suma sacerdotisa permanecía abierto. Había repasado las instrucciones varias veces, asegurándose de no cometer errores. No era un entendido en magia, pero la necesidad lo impulsaba a intentarlo.

—Aquí vamos —murmuró, acomodándose sobre el manto con las piernas cruzadas.

Cerró los ojos y permitió que su respiración se volviera lenta y medida. La esencia de la magia lunar fluía en cada palabra del hechizo que murmuraba, un cántico bajo y cadencioso que, aunque ajeno a su entrenamiento, sentía familiar de alguna forma. A su alrededor, la atmósfera pareció tornarse más densa, como si el aire mismo vibrara con una energía latente. Afuera, Lyara, aún oculta en la sombra del patio, sintió la súbita alteración en la energía del entorno. Sus sentidos se agudizaron. Kaelion estaba intentando algo... y, por lo que percibía, lo hacía sin la precaución debida.

—¿Qué estás haciendo? —susurró para sí misma.

Cerró los ojos y canalizó su propia energía en un hechizo de percepción. Si Kaelion estaba jugando con lo arcano, más le valía vigilarlo. Dentro de la casa, Kaelion empezó a notar el peso del conjuro sobre su mente. Una sensación de vértigo se apoderó de él, como si su conciencia flotara fuera de su cuerpo, arrastrada por corrientes invisibles. La oscuridad lo rodeó y, poco a poco, las sombras dieron paso a una imagen difusa. Algo estaba funcionando. Aerion... Su pensamiento se proyectó como un susurro en la inmensidad.



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En el texto hay: elfos, lgbt, warcraft

Editado: 23.04.2025

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