Secretos en la Guerra: Luna y Sangre

Capítulo 19 – Entre la Ansiedad y la Pasión

Lunargenta, la joya de Quel'Thalas resplandecía bajo la luz del sol poniente, con sus torres de oro bruñido y sus calles pavimentadas con mármol reluciente. Los arcos élficos se alzaban con gracia sobre los caminos, enredados con enredaderas carmesíes y farolillos arcanos que crepitaban con una luz cálida. A pesar de las heridas de la guerra, la ciudad aún conservaba su grandeza; un reflejo del orgullo de su gente.

Allí, en una casa señorial del barrio más distinguido, Aerion observaba la vida de la ciudad desde su balcón. Los niños corrían por las plazas empedradas, lanzándose pequeños conjuros inofensivos entre risas, mientras sus padres conversaban con la elegancia propia de su linaje. Comerciantes de túnicas finamente bordadas discutían precios, y los halcones mensajeros alzaban el vuelo desde las azoteas de las casas solariegas. Aerion se deleitaba en el espectáculo cotidiano con una expresión de satisfacción, consciente de que, al menos en apariencia, todo estaba en su lugar. Sin embargo, la comodidad del hogar apenas mitigaba el vacío que sentía. Kaelion no estaba allí. La sombra de su ausencia se colaba en los pasillos de la mansión, en los rincones donde el silencio pesaba más de lo normal. Pero Aerion era un elfo de sangre, un guerrero de noble cuna, y su deber siempre debía anteponerse a cualquier anhelo personal. No podía permitirse la debilidad de la nostalgia.

Su linaje lo precedía. Descendía de una antigua casa de guerreros, aquellos que habían servido en las filas del reino desde antes de la invasión troll, cuando Quel'Thalas aún era joven y su gloria incuestionable. Como era costumbre entre los hijos de la nobleza marcial, Aerion había recibido un entrenamiento riguroso en el arte de la espada y la magia, un legado que llevaba con orgullo. La mansión que ahora habitaba solo era una extensión de ese linaje: construida con piedra blanca y techos abovedados, con ventanales tallados con filigranas arcanas y jardines cuidados por los mejores jardineros de la ciudad. El hogar de un guerrero que, aunque sin un título pomposo, tenía su lugar asegurado entre los hijos de Quel'Thalas. Pero en ese momento, lo único que anhelaba era una copa de algo fuerte. Descendió por los relucientes escalones de mármol, donde alfombras de terciopelo rojo amortiguaban el sonido de sus pasos. A su alrededor, estatuas de halcones y fénix vigilaban desde sus pedestales, y los candelabros de plata proyectaban una luz tenue sobre los muros decorados con tapices de antiguas gestas. Todo en la casa reflejaba la opulencia de su linaje, aunque a él le pareciera un exceso para una familia tan pequeña. Se dirigió a la sala principal, donde una vitrina de cristal resguardaba las mejores bebidas traídas de todas las esquinas de Azeroth. Se sirvió una copa de vino de rosaespina, un licor fuerte y especiado, favorito entre la nobleza de Lunargenta. Observó el líquido carmesí girar en la copa antes de dar un sorbo, permitiendo que el ardor le despejara la mente. Su mirada se desvió hacia un retrato colgado en la pared principal. La pintura mostraba a su familia en tiempos más felices. Sus padres, firmes y solemnes, de pie detrás de él y sus hermanos. Su hermana mayor, ahora casada y establecida en Tranquillien, sonreía con la serenidad de quien siempre supo qué camino tomar. Su hermano menor, en cambio, jamás encajó en la vida de la ciudad; odiaba la pompa y prefería la tranquilidad del campo, donde aún residía en la vieja casa familiar. Aerion soltó un suspiro. En la inmensidad de aquella mansión, solo quedaba él. Un exceso de lujos para una familia que, en esencia, casi no existía.

El silencio de la mansión se rompió abruptamente con un insistente golpe en la puerta. Aerion arqueó una ceja, extrañado por la inesperada visita. Dejó su copa en la mesa y se dirigió al vestíbulo, empujando las pesadas puertas de madera ornamentada. Ante él, con la expresión radiante de un niño que acaba de ver un fénix por primera vez, estaba Veltharion Dawnflare. Su cabello rubio, más corto que el de Aerion, estaba despeinado por el viaje, y su armadura aún tenía rastros de polvo de Los Baldíos. Su postura vibraba de emoción contenida, y sus ojos destellaban con ese entusiasmo que siempre lo había caracterizado.

—¡Aerion! —exclamó Veltharion con una sonrisa amplia—. Por el sol, qué bueno es verte, hermano.

Aerion sonrió de lado y le dio una palmada en el hombro.

—Lo mismo digo, amigo. ¿Qué demonios haces aquí? Pensé que te quedarías más tiempo en ese infierno polvoriento.

—¡No vas a creer lo que tengo para contarte! —Veltharion prácticamente rebotaba de la emoción—. Pero primero, ¿me vas a dejar pasar o piensas hacerme hablar en la puerta como un mendigo?

Aerion soltó una risa breve y se hizo a un lado.

—Por favor, pasa. Quiero que me cuentes todo, pero antes... una copita.

—¡Eso me gusta! —Veltharion entró sin dudarlo, sacudiendo la capa para deshacerse del polvo acumulado.

Los relucientes pisos de mármol reflejaban la cálida luz de los candelabros, mientras Aerion los guiaba hacia el salón principal. Veltharion silbó con admiración, aunque ya había estado allí antes.

—¿Sabes? Nunca dejaré de decirlo: esta casa es ridículamente grande para un solo elfo.

—Y tú nunca dejarás de repetirlo cada vez que vienes —respondió Aerion, con diversión mientras tomaba una botella de vino de rosaespina de la vitrina—. Pero no te quejaste cuando te quedaste tres días aquí después de tu última misión.

—¡Por supuesto que no! Uno debe saber aprovechar las oportunidades cuando se presentan.



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En el texto hay: elfos, lgbt, warcraft

Editado: 23.04.2025

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