Lunargenta resplandecía con su habitual esplendor dorado, las calles adoquinadas reflejaban la luz de los cristales de maná que adornaban los edificios, y los comerciantes llenaban el aire con ofertas entusiastas. Perfumes exóticos, especias traídas de los rincones más lejanos de Azeroth y telas de la más fina manufactura competían por la atención de los transeúntes. Aerion caminaba junto a Veltharion, observando con indiferencia la algarabía de la ciudad, mientras su amigo parecía estar genuinamente interesado en los escaparates. Veltharion se detuvo de repente frente a una tienda de telas y señaló un atuendo de finísimo lino bordado con hilos de oro.
—Este se ve bastante bien, ideal para las fiestas de gala —comentó con un brillo de emoción en los ojos.
Aerion se cruzó de brazos y estudió la prenda con interés.
—Admito que tiene estilo —dijo, inclinando levemente la cabeza—. Si no fuera porque estas fiestas son insoportables, hasta me lo probaría.
Veltharion chasqueó la lengua con fingida desaprobación.
—Siempre tan poco refinado.
Pero Aerion ya no lo escuchaba. Entre la multitud de ciudadanos y mercaderes, sus ojos captaron la figura de una troll de piel azul oscuro, vestida con un manto de plumas y cuentas de hueso. Su rostro estaba pintado con símbolos tribales, y su cuello y muñecas estaban cubiertos con talismanes que tintineaban levemente al moverse. Sus ojos, de un amarillo intenso, parecían atravesar las almas de quienes se acercaban a su puesto.
Aerion sintió una corazonada.
—¿Me esperas aquí? —le dijo a Veltharion—. Iré a fijarme en la joyería.
—Seguro —respondió su amigo sin apartar la vista de los atuendos—. Me quedaré un rato, me encantan estas telas.
Con paso firme, Aerion se dirigió hacia la troll.
—Hola, necesito hacerle una pregunta —dijo con un tono más serio del que esperaba.
La chamán levantó la vista y lo estudió con curiosidad.
—Hola, joven elfo —respondió con voz profunda y melódica—. Veo en ti un gran futuro repleto de aventuras. ¿Qué desea preguntar?
Aerion exhaló lentamente y cruzó los brazos.
—Digamos que la razón de mi aventura... mi amor. ¿Sigue con vida?
Los ojos de la adivina destellaron con un brillo sobrenatural mientras murmuraba palabras en un idioma incomprensible. De su manto sacó un cuenco de madera, donde vertió un polvo violeta que chisporroteó al contacto con el aire. Movió las manos sobre el cuenco, esparciendo un humo denso y fragante. Luego, extrajo un colgante de dientes de bestia y lo dejó caer dentro del humo, donde pareció flotar como si estuviera suspendido por magia.
—Qué interesante pregunta... —susurró, cerrando los ojos—. Puedo ver... veo... un alma fuerte y valiosa. Su espíritu inquebrantable está potente... respira la plenitud de su vida. Puede que esté más sano que usted y yo juntos.
Aerion soltó una risa baja, aliviado.
—Sí, ya lo sabía. Solo quería asegurarme.
La chamán inclinó la cabeza, como si analizara algo más en la energía que percibía.
—Piensa mucho en usted... su corazón está muy ligado al tuyo. Es... la energía femenina más extraña que he visto. Si está dispuesto a ser domado, esta mujer será la revolución.
Aerion se quedó en silencio un segundo... y luego estalló en carcajadas.
—¿Mujer? —logró decir entre risas, doblándose ligeramente mientras se llevaba una mano al estómago—. Por los dioses, eso sí que no me lo esperaba.
La adivina frunció el ceño, evidentemente molesta.
—Las mujeres tenemos poder, elfo de sangre. No se deje cegar por la ignorancia.
Aerion, aun recuperándose, secó una lágrima de su ojo con el dorso de la mano y sonrió.
—Eso no lo dudo en absoluto. Muchas gracias... aquí tiene su pago.
Dejó caer una moneda de oro en la mano de la troll, cuyo ceño fruncido desapareció en un instante.
—Mucha suerte, joven —dijo, ahora con una gran sonrisa—. Que las buenas vibras estén con usted siempre.
Aerion se alejó con un suspiro divertido, todavía sonriendo. Desde luego, ese había sido el momento más surrealista de su día.
Aerion encontró a Veltharion exactamente donde lo había dejado, inspeccionando las túnicas con la misma fascinación que un mago frente a un grimorio recién descubierto. Parecía tan absorto en su búsqueda que apenas notó el regreso de su amigo, como si Aerion solo se hubiera apartado por unos segundos.
—Este me gustó mucho —dijo Veltharion con entusiasmo, alzando una túnica de tela fina en tonos azul profundo, adornada con bordados plateados en forma de filigranas arcanas—. Llamará la atención de todos. ¿Qué opinas?
Aerion ladeó la cabeza, observando la prenda con un gesto pensativo.
—La verdad es... —hizo una pausa, sin saber exactamente cómo describirlo—. ¿Encantador?
Veltharion entrecerró los ojos con una expresión que claramente decía No me digas. Sin más, le hizo un gesto a la vendedora.
Editado: 23.04.2025