La mañana en los alrededores de Lunargenta era serena, con el murmullo del río fluyendo en armonía con la suave brisa que agitaba las hojas de los sauces. El agua, cristalina y apacible, reflejaba el dorado del sol que se filtraba entre las copas de los árboles. Un par de halcones surcaban el cielo, y a la distancia, el eco de la ciudad aún dormida se mezclaba con el trino de los pájaros. A la orilla del río, sobre unas rocas pulidas por el tiempo, dos elfos de sangre aguardaban pacientemente con sus cañas de pescar. Veltharion, con la vista perdida en el agua, sonrió con nostalgia.
—Este sitio me trae tantos recuerdos de la infancia... —musitó, rompiendo el silencio. Su voz tenía ese matiz melancólico que solo otorga el tiempo—. Nuestras familias solían venir aquí cada inicio de primavera. Era tradición.
Aerion, que estaba aflojando el hilo de su caña, levantó la vista con una media sonrisa.
—Oh, claro que lo recuerdo... —dijo, y por un momento, su mente divagó en aquellos días lejanos. Recordó las risas despreocupadas, el sonido de las copas de cristal chocando en los banquetes familiares, los juegos infantiles entre los árboles y los regaños de los mayores cuando se aventuraban demasiado lejos—. Éramos felices y no lo sabíamos.
Veltharion lo miró de reojo, intrigado.
—Si pudieras, ¿volverías el tiempo atrás?
Aerion apoyó los codos sobre sus rodillas, pensativo.
—No... Si te soy sincero, puede que extrañe algunas cosas, pero creo que fue necesario seguir adelante para llegar a donde estamos hoy. —Lanzó la línea al agua con un movimiento fluido—. Disfruté más cumpliendo mis deberes en la guerra.
Veltharion dejó escapar una breve carcajada, llevándose una mano al pecho con teatralidad.
—¡Qué profundas palabras, Dawnscar! —bromeó con tono solemne—. Jamás olvidaré que en la academia no te iba muy bien en filosofía.
Aerion soltó una risa corta, recordando aquellos días como estudiante de combate en Lunargenta. Los instructores exigiendo disciplina, las interminables lecciones sobre estrategia y las clases teóricas que encontraba insufribles.
—Supongo que leer tanto, sumado a la experiencia y la madurez, hace que uno aprenda a hablar de esta manera —dijo con una sonrisa ladeada.
Veltharion entrecerró los ojos con aire inquisitivo.
—No estoy tan seguro... —murmuró, como si analizara cada una de sus palabras—. Desde que volviste de Los Baldíos, te noto distinto. ¿Cómo es posible que unas simples caminatas nocturnas en la guardia te hicieran cambiar tanto? Insisto en que fue una humana.
Aerion soltó una carcajada sincera y negó con la cabeza.
—No hubo ninguna humana —respondió, divertido—. Pero si te soy franco, Los Baldíos lucen bien de noche. Hay constelaciones que aquí no pueden verse. Como estaba siempre solo, me sirvió para asentar la cabeza en muchas cosas. A pesar de no ser un lugar donde iría a vacacionar, debo admitir que ofrece cierta paz.
Veltharion se acomodó en su sitio y sacudió la caña con paciencia.
—No hay nada como el hogar, ¿no?
Aerion se encogió de hombros.
—Ya me da igual. —Su voz se tornó más baja, casi resignada—. De pronto cuestiono mi lugar en Azeroth después de haber estado en tantos sitios.
El silencio se asentó entre ellos, interrumpido solo por el flujo incesante del río. Veltharion, en vez de responder de inmediato, se tomó su tiempo. Aerion arqueó una ceja y lo miró de reojo.
—Tengo la sensación de que intentas decirme algo.
Veltharion suspiró.
—De hecho... sí. —Se inclinó hacia adelante y lanzó su anzuelo al agua—. Por lo que veo, no has revisado tu correo.
Aerion frunció el ceño.
—¿Correo?
Veltharion asintió.
—Solicitan refuerzos para Kalimdor.
Aerion parpadeó, sorprendido. Su corazón dio un pequeño vuelco.
—¿Para qué?
—Las órdenes desde Orgrimmar fueron claras. —Veltharion adoptó un tono más serio—. Quieren seguir expandiéndose en los bosques de Vallefresno. Pero la resistencia de los elfos de la noche resultó ser más fuerte de lo que la Horda esperaba. No es una orden obligatoria, solo un llamado a voluntarios.
Aerion bajó la vista al río, su mente procesando la información. Su corazón latía más rápido de lo normal.
—Yo voy.
Veltharion lo miró con suspicacia.
—Esto es solo un pretexto para no estar aquí, ¿cierto?
Aerion se encogió de hombros con una sonrisa ladeada.
—Probablemente.
Veltharion lo observó por un instante y luego dejó escapar un suspiro.
—Entonces yo también iré —declaró con firmeza—. Al igual que tú, después de haber viajado tanto, siento que ya no pertenezco a ningún sitio.
Aerion no respondió, pero le dedicó una mirada cómplice antes de bostezar largamente.
—¿Dormiste anoche? —preguntó Veltharion con una ceja arqueada.
Editado: 15.07.2025