Cuando llegaron a la residencia de los Dawnscar, Aerion soltó un suspiro al ver la imponente entrada. La mansión se alzaba con la misma elegancia de siempre, pero aquella noche le parecía más fría, más ajena. Veltharion se detuvo a su lado y le dio un leve codazo en las costillas.
—No pongas esa cara, amigo. No te estás adentrando en una prisión.
Aerion le dedicó una mirada de lado.
—A veces se siente así.
Veltharion sonrió con ese aire despreocupado tan característico suyo.
—Bah, tal vez solo necesites descansar. Escucha, mañana estaré en la academia de magia poniéndome al día con unos asuntos pendientes. Si en algún momento te sientes preparado… búscame en mi oficina.
Aerion ladeó la cabeza.
—¿No tienes clases que atender?
—No, solo tareas que procrastiné con mucho esfuerzo —dijo Veltharion con fingido orgullo—. Nada que no pueda hacer mientras escucho a un amigo en crisis existencial.
Aerion soltó una risa corta, pero sincera.
—Veré si paso por allí.
—Hazlo cuando quieras. Y si no, al menos intenta relajarte un poco. Tal vez salir más, respirar… evitar huir de las fiestas a gritos.
—Muy gracioso.
—Lo sé. Es un don.
Veltharion le dio una última palmada en el hombro antes de girar sobre sus talones.
—Nos vemos, Aerion.
El elfo de sangre lo observó alejarse por la calle empedrada, con las luces de Lunargenta reflejándose en su armadura. Solo cuando su silueta se perdió entre la bruma de la noche, Aerion se giró y empujó las puertas de su casa. El aire dentro era denso y silencioso. Como si el tiempo se hubiera detenido en su ausencia. Exhaló despacio y cerró la puerta tras de sí.
La luz del alba se filtraba por las altas ventanas de la mansión, pintando las paredes con destellos áureos y carmesíes. El viento matinal agitaba suavemente las cortinas, permitiendo que los primeros rayos del sol iluminaran el interior con una calidez apacible.
Aerion aún dormía, envuelto en la serenidad de la mañana. Un susurro suave, casi un murmullo entre sueños, llegó a sus oídos.
—Buenos días, cariño.
Un roce en su mejilla, un beso ligero como el aleteo de una mariposa. Aerion entreabrió los ojos con pereza, soltando un bostezo mientras llevaba una mano a su rostro para frotarse los párpados. Cuando su visión se aclaró, vio a Kaelion sentado a su lado en la cama, con esa sonrisa que siempre lograba conquistarle. Sus ojos brillaban con la luz del amanecer, serenos y profundos como la noche misma. Aerion parpadeó, su mente aún atrapada entre el sueño y la vigilia. Pero cuando se terminó de despertar, Kaelion ya no estaba. El espacio a su lado estaba vacío. Aerion se incorporó de golpe, con la respiración contenida. Miró a su alrededor, como si esperara encontrar algún rastro, algún indicio de que lo que había sentido era real. Pero todo lo que halló fue el silencio de su habitación y la tenue danza del polvo flotando en los haces de luz.
Entonces, recordó el sueño. Recordó el encuentro en aquel rincón de Teldrassil, las palabras de Kaelion, la sensación de que, de algún modo, sus almas se habían encontrado más allá del mundo físico. Algo dentro de él se agitó con inquietud. Se levantó de la cama con rapidez, apenas tomándose el tiempo de ponerse una túnica ligera. Se dirigió al estudio de la mansión, un lugar cubierto de estanterías repletas de antiguos tomos y pergaminos olvidados por el tiempo. Su padre había sido un gran erudito, su madre una ávida lectora de lo arcano. Si existía algún hechizo que permitiera la comunicación a través de los sueños, sin duda, debía estar registrado en alguno de esos libros. Con determinación, Aerion encendió una lámpara, arrastró una pila de manuscritos hasta la mesa y comenzó a buscar.
Aerion pasó las yemas de los dedos por los lomos de los libros mientras recorría con la vista los títulos grabados en filigrana dorada. Algunos hablaban de historia, otros de tácticas de guerra, magia arcana, tradiciones élficas... Pero él buscaba algo más específico. Sacó un libro de cubierta añeja y lo abrió con cuidado. Pasó las páginas, hojeando con rapidez hasta que una palabra llamó su atención: "Onirismo Arcano". Frunció el ceño y se inclinó un poco más, leyendo en voz baja:
"Se dice que las mentes afines pueden encontrarse en los sueños cuando los lazos que las unen son lo suficientemente fuertes. Existen antiguos registros de elfos de gran sensibilidad mágica que lograron cruzar el velo del sueño para comunicarse con otros, aunque este arte es inestable y difícil de controlar. La influencia de la Luna y los flujos arcanos pueden potenciar esta conexión, pero el intento sin preparación puede acarrear consecuencias impredecibles para la mente y el espíritu."
Aerion chasqueó la lengua.
—Así que no fue solo un sueño… —murmuró.
Cerró el libro con lentitud y apoyó los codos en la mesa, sumido en sus pensamientos.
Lo que había experimentado con Kaelion no era una simple manifestación de su subconsciente. Habían compartido algo real, una conexión que, de alguna manera, trasgredía la distancia y el tiempo. El corazón le palpitaba con fuerza. Y sin embargo, no intentó nada más. Si aquel conocimiento advertía sobre los riesgos de jugar con los sueños, no sería él quien se aventurara sin preparación. Además, si Kaelion había logrado encontrarlo en aquella ocasión, quizá podría volver a hacerlo. Aerion suspiró, recargando la espalda en la silla y cerrando los ojos por un momento. Fuera lo que fuera, aquel encuentro no había sido casual. Pero por ahora, su única certeza era la espera.
Editado: 23.04.2025