Secretos en la Guerra: Luna y Sangre

Capítulo 25 – Juzgados por la Horda

Aerion dejó su bolsa de viaje a un lado y echó un vistazo alrededor del pabellón. El lugar no era particularmente lujoso, pero comparado con el calor sofocante y el polvo de Los Baldíos, era un respiro. Veltharion, ajustando la hebilla de su cinturón, soltó con sorna:

—Al menos no estamos bajo el sol abrasador esta vez.

Aerion, sentado en su litera, suspiró y asintió.

—Es de las pocas cosas positivas que puedo rescatar. Aunque... —pasó la mano por la tela áspera de las mantas—, no diría que esto es un gran avance en comodidades.

Veltharion rió entre dientes.

—¿Esperabas un lecho de plumas en medio de la guerra?

—No estaría mal —respondió Aerion con una sonrisa ladina—. Pero más allá de eso… ¿no sientes que este sitio es demasiado... improvisado?

Veltharion cruzó los brazos y miró alrededor. Los pabellones estaban hechos con pieles y madera gruesa, reforzados con clavos de metal. Las antorchas iluminaban tenuemente el lugar, proyectando sombras irregulares. Se notaba el esfuerzo por hacer de ese sitio un puesto funcional, pero la prisa con la que fue levantado era evidente.

—No es la primera vez que la Horda instala un campamento en tierras ajenas —comentó Veltharion—. Y dudo que esta sea la última.

—Pero esta vez están forzando demasiado las cosas —dijo Aerion en voz baja, como si temiera que las sombras escucharan—. Vallefresno no es como Los Baldíos… los elfos de la noche pelearán hasta la última raíz para defenderlo.

Veltharion lo miró de reojo.

—¿Y tú? ¿Pelearás con esa misma convicción?

Aerion desvió la mirada antes de responder.

—Haré lo que tenga que hacer.

Antes de que la conversación pudiera continuar, la entrada del pabellón se abrió con fuerza, agitada por un viento inesperado y el crujido del cuero tenso contra la madera. Ghorak cruzó el umbral con su porte imponente. Sus ojos, endurecidos por años de batalla, recorrieron a los presentes con gravedad. Su voz, firme como una roca en medio de la tormenta, resonó en el silencio recién impuesto.

—Lamento interrumpirlos —dijo, con el tono marcial de quien ha dado muchas órdenes y ha visto de cerca sus consecuencias—. El general Dargrom Rompecráneos los requiere en formación. Será en unos minutos. No se hagan esperar.

Los presentes asintieron sin protestar. Las órdenes, cuando venían de un nombre como Rompecráneos, no se cuestionaban. Aerion se puso en pie, alisando su capa con un leve ademán de elegancia. A su lado, Veltharion lo imitó con un suspiro. Ambos se miraron con un dejo de sorpresa en el rostro.

—¿Dargrom Rompecráneos? —murmuró Veltharion mientras ajustaba los broches de su armadura—. ¿El mismo de Los Baldíos? Pensé que nos asignarían a otro general...

Aerion arqueó una ceja con expresión astuta.

—Supongo que es el experto en este terreno. Conquista, dominio... ese tipo de gloria que tanto les gusta al consejo de guerra.

Veltharion torció la boca en una mueca que mezclaba resignación y fastidio.

—Por lo menos que no venga con otra de esas arengas a gritos sobre "la gloria de la Horda", como si con eso bastara para empuñar una espada.

Aerion se permitió una sonrisa ladeada, burlona.

—Sabes que lo hará. Es Rompecráneos. Grita más fuerte que un ogro y cree que el honor se mide por el volumen de su voz.

Ambos salieron de la tienda con paso firme, listos para encarar lo que fuera que el general tuviese preparado. A lo lejos, ya comenzaban a escucharse los tambores. Los soldados elfos de sangre yacían alineados con precisión marcial frente a la explanada de tierra firme, el aire impregnado de savia quemada y humo de hogueras. El pabellón principal se alzaba tras ellos, flanqueado por estandartes rojos con el símbolo de la Horda ondeando con firmeza. Frente a ellos, sobre una plataforma improvisada hecha con troncos gruesos, se erguía el general Rompecráneos. Era un orco de complexión colosal, piel verde ceniza curtida por incontables batallas y una cicatriz que le atravesaba el rostro desde la frente hasta la mejilla. Su armadura era de placas oscuras, marcada por impactos y grietas que contaban historias sin palabras. En su espalda descansaba un hacha tan grande como un tauren de pie, y en su voz vibraba el eco de guerra y conquista. El general los observó en silencio durante unos segundos. El viento entre los árboles pareció cesar. Entonces habló, con un tono que sacudía el pecho incluso sin gritar:

—¡Pongan mucha atención, hermanos de la Horda!

Su voz rasgó el aire como una hoja afilada.

—Desde que llegamos a Kalimdor, cruzando el Gran Mar con nada más que nuestra fuerza y determinación, hemos labrado nuestro destino con sangre y acero. No vinimos a pedir permiso. ¡Vinimos a tomar lo que necesitamos para sobrevivir!

Pausó, su mirada firme recorriendo a los elfos.

—Hoy seguimos reclamando nuestro lugar. Y no vamos a detenernos hasta reducir a añicos a la escoria de la Alianza que aún se aferra a este continente como parásitos cobardes.

Algunos orcos a un costado gruñeron con aprobación. Rompecráneos continuó:



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En el texto hay: elfos, lgbt, warcraft

Editado: 23.04.2025

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