Secretos en la Guerra: Luna y Sangre

Capítulo 28 – Muerte sin Duelo

El aire era denso, cargado de presagios y del canto lejano de las aves que aún no huían del fragor inminente. La brisa agitaba las copas de los árboles de Vallefresno, y en la frontera entre la espesura y la vasta pradera, la Alianza se alineaba en silencio. Cientos de pasos se detenían con el mismo compás, mientras los centinelas daban las últimas instrucciones. Kaelion observaba el horizonte con el ceño fruncido. A lo lejos, la maleza se inclinaba de forma irregular, como si el bosque mismo se negara a permanecer en calma. Los rastros de movimiento orco eran evidentes para cualquiera con entrenamiento.

—Se aproximan —dijo una voz grave a su lado.

Era el general Valinor, el yelmo aún colgando de su cinto, revelando sus facciones endurecidas por décadas de servicio. Su mirada estaba fija en la línea de árboles que separaba la zona boscosa del campo abierto.

—Han retrasado sus movimientos más de lo usual. No atacarán hasta que algo los empuje a hacerlo. Sospecho que este puesto en Vallefresno no es más que un cebo —agregó con voz baja pero firme—. Nos provocan, pero no buscan una victoria frontal. Están esperando... algo.

Kaelion asintió, sin apartar los ojos del campo.

—¿Cree que planean tomar Astranaar?

—Tal vez. O algo peor. Pero no dejaremos que den el primer golpe.

Un cuerno resonó a lo lejos. No era el de la Horda. Los elfos de la noche y los humanos se giraron hacia el norte. Por entre los árboles emergía un estandarte dorado con ribetes azul celeste, la insignia de la Mano de Plata ondeando con orgullo. Detrás de él, avanzaban disciplinadas filas de soldados humanos y enanos, con escuderos al trote y estandartes alineados con precisión. A la cabeza iba un paladín de armadura resplandeciente, con la capa blanca alzándose por la brisa matutina. Alto, de cabello rubio ceniza recogido en una coleta corta, con los ojos gris acero marcados por una cicatriz que cruzaba su ceja izquierda: Sir Altheryn Duskvalor, portador del juicio y la fe. El general Valinor lo reconoció de inmediato.

—Llegaron a tiempo —dijo, caminando a recibirlos.

El paladín desmontó con soltura, entregando las riendas a un escudero.

—El honor guía nuestros pasos, general. Que la Luz nos permita escribir esta jornada en oro, y no en sangre.

El general Valinor asintió con un dejo de alivio, y luego giró hacia Kaelion.

—Sir Duskvalor, le presento al sargento Lir’thalas. Ha demostrado valentía y astucia más veces de las que puedo contar.

Altheryn lo miró con atención.

—Mucho gusto, sargento. Creo que me es conocido… lo vi en…

—…en la operación de rescate en el desierto de Tanaris —interrumpió Kaelion, con una leve inclinación de cabeza—. Sí, ya me acordé de usted. Cómo olvidarlo. Comandó con temple el asalto a las cavernas donde retenían a nuestros aliados.

—Me alegra verlo como sargento —replicó Altheryn con una sonrisa franca—. No todos regresaron de ese infierno arenoso, pero los que lo hicimos llevamos el recuerdo grabado como un estandarte.

El general Valinor asintió, nostálgico.

—Ah, ya se conocen. Qué curioso cómo los destinos nos vuelven a cruzar… En marcha, caballeros. La pradera nos espera, y con ella, la voluntad de la Alianza.

Los tambores resonaron. La formación se reordenó. El acero brilló al unísono bajo la luz del día naciente, y los estandartes avanzaron con paso firme. Hacia la pradera. Hacia la Horda. Hacia el juicio.

El sonido de los cuernos de batalla pronto anunció lo inevitable. Flechas silbaban por el cielo, y los gritos de guerra de ambas facciones rompían el aire como truenos. En medio del caos, el estruendo metálico de espadas, los bramidos de dolor y el rugido de las bestias de guerra llenaban el bosque. Elfos de la noche, humanos, enanos y dríades luchaban codo a codo, defendiendo cada raíz, cada brizna del sagrado Vallefresno. Al otro lado, orcos, trolls, elfos de sangre, tauren y otras razas de la Horda embestían con furia salvaje, decididos a arrasar con todo lo que se interpusiera en su avance.

Sylvaris disparaba con una furia contenida desde hace días. Sus ojos, encendidos por el rencor, buscaban blancos como si cada enemigo fuese una deuda pendiente. Sus dedos, veloces como el viento, cargaban y soltaban flechas sin cesar. A su lado, Edric blandía su espada con el ímpetu de los jóvenes y el temple de quien ha visto demasiadas muertes.

—¡Son demasiados! —gritó Edric, esquivando por poco una lanza troll que se clavó en un tronco a sus espaldas.

Un tauren enorme, de mirada enloquecida y cuernos bajos como un toro de guerra, se lanzó contra ellos.

—¡Voy por él! —advirtió Edric, tensando los músculos—. Cúbreme si se acerca otro.

—Con gusto —replicó Sylvaris con sequedad—. Y si te pisa, no pienso recogerte.

El tauren embistió como una avalancha. Edric rodó hacia un lado y su espada centelleó en un tajo descendente que rasgó al enemigo desde el hombro hasta el abdomen. El tauren bramó, tambaleándose, y justo en ese instante una flecha de Sylvaris se clavó en su pierna, frenando el avance. Edric no esperó. Con un rugido, hundió la hoja en la espalda del enemigo, que cayó con un estertor de sangre y tierra. Pero el respiro fue breve. De entre la multitud emergió otro enemigo: un orco cubierto de huesos y tatuajes, con una maza tan grande como un tocón de árbol. Su rugido retumbó en los árboles como un tambor de guerra.



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En el texto hay: elfos, lgbt, warcraft

Editado: 17.05.2025

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