Secretos en la Guerra: Luna y Sangre

Capítulo 29 – El Rugido del Mando

La mañana siguiente se desplegó con la falsa calma que a menudo precede al caos. El canto lejano de un grifo surcando los cielos, el crujir de ramas bajo las pisadas disciplinadas de centinelas, y el golpeteo constante de herramientas sobre madera eran los únicos sonidos que rompían el silencio reinante.

Ghorak, supervisaba con los brazos cruzados la construcción de una torre de vigilancia en el extremo oriental del campamento. La estructura, aunque rudimentaria, se alzaba con firmeza en medio del claro. Solo restaban unos pocos ajustes para considerarla terminada.

—La hemos concluido justo a tiempo —murmuró para sí, satisfecho.

Volvió la mirada hacia el goblin de piel verdosa olivácea que sostenía los planos enrollados entre manos nerviosas. Sus grandes orejas temblaban apenas con el viento.

—Tú. ¿Consideras que esto tiene la estabilidad adecuada? —preguntó Ghorak en tono bajo pero firme, con la mirada fija en los cimientos.

—Sí, sargento —respondió el goblin, ajustándose las gafas—. Ignoramos algunos detalles... menores. Pero con la premura que tenemos, la estructura debería mantenerse en pie sin problemas.

—"Debería" no me da confianza —gruñó Ghorak, aunque no apartó la vista de la torre.

En lo alto, un troll delgado y ágil martillaba los últimos clavos mientras murmuraba en su lengua natal. El viento soplaba con insistencia y, al empujar la estructura, algo crujió. Primero fue un leve gemido de la madera, luego un estallido seco. Una de las vigas cedió con un chasquido escalofriante.

—¡Eh, abajo! ¡Esto va a—! —gritó el troll, y en un movimiento ágil como un felino, se lanzó hacia un costado, rodando por el suelo justo antes de que la torre colapsara con estrépito.

La estructura se vino abajo como un castillo de naipes, levantando una nube de polvo y astillas. El estruendo hizo que todos los orcos cercanos abandonaran sus tareas y corrieran al lugar, alertados por el desastre.

—¡Por Mida la Contadora! —exclamó el goblin, horrorizado mientras veía los restos humeantes de su creación—. ¡El general me hará trizas!

—Tranquilo —dijo Ghorak, poniéndole una mano pesada sobre el hombro—. Ha sido un error técnico. Si pregunta, yo daré la cara por ti. Este tipo de construcciones requiere precisión… lo comprenderá.

Krashgor se aproximó, con las cejas fruncidas y el hacha aún al cinto.

—Sargento, ¿qué ha ocurrido? —preguntó con preocupación.

—Nada grave, Krashgor —respondió Ghorak sin levantar la voz—. Una falla menor en la estructura. Ayúdanos a levantarla de nuevo. Seguid las instrucciones del ingeniero Rasknix Tuercaférrea —añadió, señalando al goblin—. Yo iré por más manos.

Mientras tanto, en la parte occidental del campamento, Veltharion concluía su ronda de vigilancia. Había dejado el arco junto a una roca plana y se encontraba de pie, estirando los brazos, mientras aguardaba la llegada de Aerion en el punto habitual de encuentro. Fue entonces cuando la imponente silueta de Ghorak emergió entre la bruma matinal.

—Dawnflare —saludó el orco con una inclinación de cabeza—. Buenos días. Disculpa que te dé trabajo extra, pero necesitamos manos con urgencia. Una torre de vigilancia acaba de colapsar en el flanco este.

—No hay problema, sargento —respondió Veltharion con formalidad—. Mi guardia ha terminado. ¿Ha visto a mi compañero? Su ronda debería terminar pronto.

—No lo he visto aún —dijo Ghorak—. Si recuerdo bien, sus turnos suelen extenderse un poco más. No hay tiempo que perder. Vamos antes de que el general se entere... y pierda los estribos.

Sin más palabras, ambos se encaminaron con paso firme entre la maleza, rumbo al desastre que les aguardaba.

El sol apenas despuntaba entre las copas espesas de los árboles cuando los dos elfos atravesaban el bosque, caminando juntos en silencio, con las manos entrelazadas y los pasos pausados, como si el tiempo se hubiera detenido para ellos. A su alrededor, la naturaleza despertaba con suavidad, sin advertirles aún de las nuevas tribulaciones.

—Fue una linda noche —murmuró Aerion, con esa media sonrisa que siempre parecía guardar algo entre líneas.

Kaelion asintió, cruzando los brazos mientras lo observaba de reojo.

—Lo admito… aunque todavía no logro creer que salieras de aquella fiesta gritando como Grommash Grito Infernal en plena carga.

Aerion soltó una risa breve, cargada de ironía.

—Tampoco es para tanto —replicó—. Pero sí… aquella ansiedad que me envolvía anoche no pasó desapercibida.

Kaelion bajó un poco la mirada, y su voz se tornó más baja, más íntima.

—No habría de culparte… Lo que compartimos no es cosa sencilla de sostener. No en estos tiempos.

El silencio entre ellos no fue incómodo, sino cargado de comprensión. Aerion lo sostuvo con la mirada por un momento, y luego preguntó, con tono más suave:

—¿Te veré esta noche, Kaelion?

El centinela alzó el rostro y esbozó una sonrisa que no era común en él, pero que cuando aparecía, iluminaba más que la luna.

—Cruzaré todo Vallefresno si es preciso. Pero sí… haré hasta lo imposible.



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En el texto hay: elfos, lgbt, warcraft

Editado: 15.07.2025

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