Secretos en la Guerra: Luna y Sangre

Capítulo 30 – Convulsiones al Alba

La noche en Vallefresno se extendía como un manto denso y opresivo, donde ni la luna se atrevía a atravesar del todo la espesura. Las hojas susurraban con cada ráfaga de viento, y el crujir de ramas lejanas mantenía tensos a los más novatos. Sin embargo, tras horas de marcha entre raíces enredadas, sombras huidizas y el inconfundible olor a musgo húmedo, el grupo se permitió un respiro. A un costado de una pequeña elevación entre los árboles, Murgok hincaba una estaca de hierro donde giraba lentamente un jabalí ensartado, el crepitar de la grasa cayendo al fuego rompía el silencio de la noche. El aroma atrajo gruñidos de aprobación y estómagos vacíos.

—¡Jaja! ¡Y luego estábamos tres, rodeados de huargen, sin salida! —bramó Krallok, un orco de mandíbula ancha y mirada vivaz, mientras sostenía un cuerno de hidromiel—. Y va Groshnak, con la armadura llena de abolladuras, se quita el yelmo y grita: “¡Ríndanse, por el honor! ¡Tengo diarrea y no dudo en usarla!”

Estalló una carcajada general. Murgok casi dejó caer el jabalí al suelo de la risa, y otro orco terminó tosiendo del sorbo que intentó tragar sin éxito. Incluso Veltharion, sentado sobre un tronco caído, no pudo evitar una sonora y sincera risa, llevándose una mano al pecho.

—Por el sol que nos guía… —dijo entre risas— No sé qué es peor, si los huargen o vuestra dieta.

—¡Eh! ¡Cuida tu lengua, elfo! —rugió Groshnak desde el otro lado, aunque con una sonrisa—. Nuestra dieta forja estómagos de acero... y produce consecuencias devastadoras.

—Ahora entiendo por qué les temen en los pueblos humanos —replicó Veltharion con una sonrisa torcida—. No por la fuerza… sino por los olores.

Las risas continuaron por un rato más, mientras el jabalí giraba dorándose poco a poco bajo las llamas. La camaradería era cálida, y por un momento, la guerra, los espías y las sospechas se sintieron distantes. Y así, en esa noche de fuego, carne y risas entre guerreros de mundos distintos, el bosque se mantuvo atento, silencioso… como si esperara que bajaran la guardia.

—¡Qué terribles que son! —rió Veltharion, sacudiendo la cabeza mientras los orcos aún se carcajeaban por la historia de Groshnak—. Ahora vuelvo… necesito orinar antes de que el festín comience.

—¡No tardes mucho, elfo! —gritó Murgok mientras giraba el jabalí una vez más sobre las llamas—. ¡Ya va a estar listo!

La fogata chispeaba bajo la carne dorada, y el humo subía impregnado con un aroma especiado que hacía rugir los estómagos de los presentes. Murgok, veterano de muchas campañas, pero aún más hábil con la olla que con el hacha, había recogido hierbas silvestres durante la marcha. Con dedos toscos pero precisos, las mezcló en una salsa densa de tonalidad carmesí, uniendo raíces picantes, hojas de fragancia intensa y semillas con un toque cítrico que él mismo trituró con una piedra.

—Esto va a volarles la melena —gruñó con una sonrisa orgullosa mientras removía el contenido de un cuenco de barro.

Veltharion volvió justo a tiempo para ayudar con las raciones, y tomó con gesto elegante una cuchara de madera para comenzar a servir.

—Van a probar la mejor salsa de sus vidas —anunció, levantando la voz para que todos lo escucharan.

—No estarás planeando envenenarnos, ¿verdad? —rió uno de los orcos, alzando una ceja desconfiada con fingido dramatismo.

—¡Para que veáis que no hay trampa, la probaré yo primero! —dijo Murgok sin perder el entusiasmo. Tomó un bocado con la mano, sopló un poco y lo llevó a la boca. Sus ojos se cerraron un instante, y al abrirlos alzó la cabeza con una expresión extasiada—. ¡Por el espíritu del jabalí! Esta salsa sabe a gloria guerrera.

Los demás orcos no esperaron más. Entre gruñidos de aprobación y sacudidas de cabeza, comenzaron a probar el aderezo.

—¡La verdad es que está bastante bueno!

—¡Ese picante le da un golpe perfecto!

—¡Sabroso como una victoria en la arena!

Mientras tanto, un poco más lejos, Veltharion terminaba de orinar junto a un arbusto sombrío. Tiritó ligeramente, maldiciendo el contraste de temperaturas al haberse alejado de la fogata. Se abotonó la túnica ligera que llevaba bajo la armadura y se dispuso a regresar, cuando un crujido entre las hojas le hizo girar la cabeza. Se tensó de inmediato, mano cerca de su daga. Avanzó con cautela unos pasos más entre los helechos, manteniendo la vista fija en el punto donde había oído el ruido. Otro crujido. Tomó aire… y entonces vio moverse algo pequeño y verdoso entre las sombras. Una rana saltó con torpeza sobre una piedra húmeda. Veltharion soltó un suspiro, alzando una ceja.

—Demonios… casi me matas del susto. Ahora vete, criatura infernal.

Con una sonrisa divertida, regresó al campamento justo cuando Murgok alzaba un trozo de jabalí dorado con un hueso a modo de cuchara.

—¡Dawnflare! Llegas justo a tiempo. ¡Debes probar esta salsa picante que he preparado!

—Oh… —Veltharion alzó las manos, negando con la cabeza—. Disculpadme, pero… el picante hará daño en la salida.

—¡O sea hemorroides! —gritó uno de los orcos con voz ronca, y el campamento estalló en carcajadas, algunos golpeándose los muslos o rodando por el suelo.

—Por el Sol… —rió Veltharion, cubriéndose el rostro con una mano—. Quise ser discreto.



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En el texto hay: elfos, lgbt, warcraft

Editado: 15.07.2025

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