Dolanaar reposaba con la quietud encantada que solo los bosques de Teldrassil podían otorgar. Sus casas, talladas en los viejos troncos y enredadas entre ramas, parecían crecer de la tierra misma como parte del bosque; pequeñas lámparas colgaban de las ramas más bajas, esparciendo un brillo cálido y tenue en la bruma matinal. Las dríades recorrían las sendas empedradas y algunos centinelas patrullaban en calma, vigilantes en medio de aquella paz siempre frágil.
Lyara, envuelta en su túnica sencilla de tonos amatista, caminaba con paso firme hacia la mansión de la suma sacerdotisa. Sus manos estaban unidas frente a ella, apretando sus propios dedos como quien intenta sofocar los nervios. Había tomado una decisión, y no pensaba dar marcha atrás: ofrecerse como sanadora voluntaria para asistir en las líneas de combate en Vallefresno. Al llegar, tocó suavemente la puerta de la elegante construcción, que lucía más como una extensión viviente de Teldrassil que como un edificio hecho por manos mortales. Al poco, la puerta se entreabrió y la figura de Calithra, la fiel criada de la sacerdotisa, apareció con su compostura habitual.
—Saludos, señorita Myriethar —dijo con un gesto respetuoso.
—Hola, Calithra —respondió Lyara con educación, aunque su voz llevaba un matiz de urgencia—. Necesito hablar con la suma sacerdotisa. He venido a solicitar mi voluntariado para partir hacia Vallefresno como auxiliar de sanación.
La criada asintió, reconociendo la determinación en sus palabras.
—Pase usted —indicó, abriéndole el paso hacia la sala principal—. Aguarde aquí, la suma sacerdotisa se encuentra atendiendo unos asuntos importantes.
Lyara se mantuvo de pie, observando los tapices que adornaban las paredes, todos ellos con motivos de lunas y estrellas, símbolos de Elune. Desde una de las habitaciones contiguas, alcanzó a oír voces graves y cargadas de acento.
—Magnánime suma sacerdotisa Aneliel, vuestra sabiduría ha dejado una huella imborrable en Forjaz y en Ventormenta —decía uno de los enanos, con el tono ceremonioso que solo un embajador podía sostener.
—Como muestra de gratitud por vuestra enseñanza y bondad —añadió el segundo enano, con una sonrisa que resonaba en su barba espesa—, os hemos instalado en esta humilde mansión la más refinada bañera que el oro de Khaz Modan puede comprar. Todo un lujo, incluso para Teldrassil.
La suma sacerdotisa rió suavemente, con ese aire sereno y majestuoso que la caracterizaba.
—Estoy sumamente agradecida, caballeros. De seguro debo ser la única en todo Teldrassil con tan maravilloso invento.
—Que la disfrute, mi señora —dijeron ambos enanos, haciendo una reverencia antes de marcharse por la puerta principal.
Cuando la sala quedó en silencio, Aneliel se giró hacia Lyara, acercándose con su acostumbrada gracia.
—Oh, Lyara —dijo con una sonrisa maternal—. ¿Cómo está la más destacada de entre mis alumnas?
—Hola, suma sacerdotisa —saludó Lyara con respeto, aunque no perdió tiempo en ir directo al grano—. He venido a hablar con usted porque deseo partir como voluntaria a Vallefresno, como auxiliar de sanación.
La suma sacerdotisa no necesitó indagar en sus razones. Sus ojos sabían leer la determinación en los rostros jóvenes, y en el de Lyara aquella decisión ya estaba tomada.
—Por supuesto, querida —asintió con un gesto solemne, reconociendo su valor.
Acto seguido, giró la cabeza hacia una joven elfa de cabello oscuro recogido en una trenza alta, de rostro sereno y modales recatados, que aguardaba cerca de la puerta con las manos entrelazadas.
—Lyara, te presento a Elarene, mi nueva ayudante. Se ha incorporado recientemente a nuestro servicio.
—Es un honor —dijo Elarene con una breve inclinación, aunque su voz delataba un leve temblor.
—Elarene, prepara té para nosotras —ordenó Aneliel con amabilidad, volviéndose luego a Lyara—. ¿Tienes algún favorito, querida?
—No, suma sacerdotisa —respondió Lyara, algo más relajada—. El que sea estará bien.
Aneliel asintió, indicándole con un ademán que la acompañara.
—Entonces ven, acompáñame al estudio. Hablaremos de los preparativos.
Justo cuando cruzaban el umbral, se escuchó un sonoro golpe de porcelana que quebró momentáneamente la quietud de la sala. La tetera había chocado con fuerza contra el borde de una taza.
—¡Lo siento! —exclamó Elarene en un susurro apurado, llevándose una mano al pecho con el rostro encendido.
Aneliel apenas giró la cabeza y murmuró, sin perder la compostura:
—Tranquila, sólo no olvides calmar tu mente.
Y juntas, sacerdotisa y postulante, se internaron en el corazón del estudio. Allí, el murmullo de la copa de los árboles se colaba suavemente por la ventana, llenando el ambiente de una calma que contrastaba con las palabras que estaban por pronunciarse. Aneliel tomó asiento en su sillón de respaldo alto, cruzando las manos sobre su regazo antes de dirigir la mirada a Lyara, quien aguardaba de pie, recta y decidida.
—Así que deseas marchar a Vallefresno como voluntaria —dijo la sacerdotisa, dejando que sus palabras cayeran con la solemnidad de un juicio.
Editado: 15.07.2025