La noche se deslizaba lentamente, envuelta en sombras densas y el constante susurro de las hojas agitadas por la brisa nocturna. En medio de aquella quietud, los dos elfos se mantenían ocultos entre la espesura, sus voces apenas rompían el silencio, como si temieran que el mismo bosque pudiera escuchar sus confesiones.
—Así que... vino tu amiga —murmuró Aerion, cruzando los brazos mientras apoyaba la espalda contra el tronco de un árbol caído.
Kaelion asintió, dibujando una leve sonrisa en el rostro.
—Así es. Lyara siempre ha tenido esa manía de presentarse cuando presiente que debo ser vigilado. Cree que cargar con mi suerte es parte de su deber.
Aerion soltó una leve risa nasal, sacudiendo la cabeza.
—Es bueno no marchar solo a la guerra —reflexionó—. Si no fuera por Veltharion, dudo que hubiese soportado las campañas. Ha sido mi sombra en cada misión, siempre allí, burlándose o empujándome a seguir cuando las piernas ya no me respondían.
—Veltharion... —repitió Kaelion, buscando en su mente el nombre, como si intentara darle forma—. Me lo has mencionado un par de veces, pero jamás en detalle. ¿Qué clase de soldado es?
Aerion soltó una carcajada, negando con la cabeza.
—¿Él? Es un auténtico idiota —dijo con afecto en la voz—. No se cansa de bromear a mis expensas desde que tengo memoria, aunque es de los pocos que no buscan arruinarte el ánimo en plena guerra. Tiene ese raro don de caerle bien a todos... y pese a su arrogancia disimulada, es leal como pocos.
Kaelion escuchó en silencio, construyendo en su mente la imagen de aquel elfo de sangre que, en otro tiempo, habría considerado enemigo, y ahora parecía tan cercano a Aerion como un hermano.
—Parece que ambos contamos con guardianes en esta contienda —dijo al fin—. Igual que Lyara conmigo.
Aerion ladeó la cabeza con interés.
—¿Qué hay de ella? Nunca me has contado demasiado, sólo su nombre.
El centinela sostuvo la mirada unos segundos, como buscando las palabras adecuadas para definir algo tan profundo.
—Lyara es mi hermana. No por sangre, sino por todo lo demás. Crecimos juntos bajo la sombra de Teldrassil. Cada vez que abre la boca parece que las bendiciones de Elune hablaran por ella, como si su lengua hubiese sido forjada en plata y su juicio viniera de las mismas estrellas.
Aerion bajó un poco la voz, sus ojos esmeraldas brillaron con picardía.
—También sabe de mí... ¿no es así?
Kaelion asintió, con un dejo de nostalgia.
—Sí. Me descubrió una noche que intenté usar un hechizo para contactarte en sueños. Fue ella quien evitó que acabara siendo presa de una necedad mágica, pero no sólo me salvó... me entendió.
Un breve silencio se coló entre ellos, cómodo y cálido, hasta que Aerion se irguió, una chispa de travesura danzando en sus ojos.
—Sabes... deberíamos hacer que se conozcan. Lyara y Veltharion, digo. Sería interesante juntar a nuestros cómplices.
Kaelion parpadeó, sorprendido por la ocurrencia.
—Jamás habría imaginado semejante idea —admitió, dejando escapar una leve risa—. Pero es magnífica. Será cuestión de esperar la ocasión adecuada.
Ambos compartieron una mirada cómplice, conscientes de que, pese a las sombras que se cernían sobre Azeroth, aquella noche les pertenecía. La quietud de aquella noche, envuelta en el murmullo lejano de grillos y el vaivén monótono de las ramas, se quebró cuando Aerion dejó que su sonrisa se desvaneciera. Su semblante, que hasta entonces destilaba calidez y complicidad, se endureció en un parpadeo, tornando su voz grave, cargada de un peso que no podía disimular.
—Hoy... estuve a punto de perder a mi amigo.
Las palabras fueron secas, como si cada sílaba le costase más que la anterior. Kaelion frunció el ceño al instante, tensando la postura.
—¿Cómo ha sucedido eso? —preguntó, su tono firme, entre mezcla de asombro y alarma.
Aerion bajó la mirada un instante, como si las imágenes de aquella escena aún le hirvieran en la memoria.
—Salieron en grupo, como parte de una exploración de rutina. Cuando regresaron, celebraron la faena con un asado. Todo parecía en orden... hasta que sirvieron una salsa, hecha a base de especias. No pasó mucho tiempo antes de que los primeros comenzaran a caer. —Hizo una pausa, tragando saliva—. Fue espantoso, Kaelion. Vi a uno de ellos desplomarse frente a mí, retorciéndose, y antes de exhalar el último aliento... vomitó sangre sobre mis botas.
El elfo de la noche apretó la mandíbula, sus ojos buscando en los de Aerion alguna señal de que aquello no era más que un mal sueño.
—¿Veltharion? —inquirió en voz baja, temiendo la respuesta.
—Con apenas una pizca, bastó para que se descompusiera —murmuró Aerion, negando con pesar—. Lo estabilizaron por poco. Los demás... no tuvieron esa suerte.
Un silencio denso se extendió entre ambos, hasta que Aerion alzó de nuevo la mirada, esta vez con un destello de sospecha.
—Tú conoces mejor que yo estas tierras. Dime, Kaelion... ¿existe alguna planta, raíz o fruto que pueda ser tan venenoso como para desestabilizar a un orco adulto?
Editado: 15.07.2025