¿Existe algo peor que pasar el resto de la semana pálida, vomitando y sintiendo el cuerpo débil y sin energía? Pues sí, estar en un hospital pálida, vomitando cada dos por tres y con el cuerpo débil.
Luego de que William me viera realmente pálida ayer me mandó a la casa con su chofer cuando le prometí que asistiría, ahora sí, al médico hoy por lo que me encuentro en uno de los peores lugares para mí, un hospital.
Mi odio a los hospitales comenzó cuando mi tío Raúl murió en una operación, luego cuando con el nacimiento de mi hermana mi madre tuviera un problema que casi le cuesta la vida, incrementó aún más cuando me tuvieron que traer varias veces de niña y por ultimo cuando trajeron a Charlie. La lista de experiencias tristes y malas en éste lugar fueron tan horribles para mí que luego de eso no quise pisar más un hospital pero aquí me encuentro, sentada esperando mí turno para ser atendida.
—Siena Adams —habla una mujer de quizás 50 años vestida de bata blanca, su cabello rubio va amarrado en una coleta alta y si tiene maquillaje en realidad no se nota
—Soy yo —hablo levantándome de mi asiento
—Adelante pasa —dice entrando
Entro y su consultorio es espacioso, de color blanco y cortinas lila, su escritorio es marrón oscuro y en él se encuentra una computadora al costado, un cuaderno junto a lápices, resaltadores, una agenda, un calendario y unos marcos con fotos que no logro ver ya que están hacia el otro lado.
—Bien ¿Qué te trae por aquí? —pregunta con una sonrisa
—Pues yo...—comienzo pero los nervios me ganan por lo que respiro — Hace unos días comencé a vomitar sin parar y me siento realmente mal, muy débil —culmino mi explicación y ella anota lo que dije
— ¿Fiebre? ¿Dolores musculares? ¿Cansancio? —interroga mirándome
—Si, si y si —respondo
— ¿Te has alimentado de forma correcta éstos días? —pregunta
—Un poco, no podía ingerir nada porque lo devolvía —explico
—Eso está mal, ven vamos a pesarte y a hacerte los exámenes de rutina —dice y asintiendo voy con ella
La doctora me entrega una bata y luego de cambiarme y hacer todos los exámenes me pide que me siente en la camilla.
—Bueno Siena, estás un poco delgada para lo que debería ser tu peso ideal, también tienes el azúcar muy alta, tus defensas bajas y para finalizar te puedo decir que tienes principio de anemia según tus exámenes —dice ella y la miro preocupada
— ¿Y qué tengo que hacer ahora? —pregunto
—Te recetaré unos medicamentos, vitaminas y te colocaré una dieta para que subas de peso y levantes tus defensas y por ultimo te recetaré unas pastillas de hierro para que se combata la anemia y no pase a un nivel más alto, porque entonces si podría ser malo y debes bajar un poco el consumo de azúcar para evitar un futuro problema —explica todo mientras anota y asiento
—Está bien doctora, seguiré sus instrucciones —digo
—Si no fuese porque tu periodo bajó fácilmente se pudo haber confundido ésto con un embarazo, hiciste lo correcto al venir ya que si demorabas más podías empeorar hasta tener un problemas mayor o incluso pudiste colapsar por tantas cosas —informa y me tenso
—Entiendo, seré cuidadosa y seguiré sus recomendaciones al pie de la letra—digo y ella asiente
—Por los momentos, con todos éstos síntomas no puedes hacer esfuerzos físicos o podrías tener alguna complicación que te traiga desmayos u otros percances —dice seria y asiento
—Está bien doctora, sin esfuerzo —aseguro y ella sonríe
—Bien, ésta es la receta médica —murmura entregándome la hoja —Espero verte luego para un chequeo actualizado —habla la doctora cuando estoy en la puerta
—Está bien doctora, la veo luego —me despido
Salgo del hospital acomodando mi bolso en mis hombros y camino a la parada pero la sensación de sentirme observada me hace girarme. Observo toda la calle pero no veo a nadie que parezca seguirme o mirarme pero aún no segura del todo acelero mi paso rumbo a la parada de autobuses, y cuando voy a cruzar la calle para llegar a ésta un auto se detiene frente a mí, es oscuro y las ventanas están ahumadas por lo que no veo quien es el conductor hasta que el vidrio baja y el miedo queda en el olvido.
— ¿Qué haces siguiéndome papá? —pregunto seria mientras con una mano me aseguro de que mi corazón siga latiendo
—Solo estaba camino a casa y te vi salir del hospital ¿estás bien? —pregunta y asiento —Me dijiste papá —suelta con una sonrisa y me tenso
—Solo fue por costumbre señor Adams, si eso es todo me tengo que ir —digo caminando pero escucho como se abre la puerta y luego sus pasos
—Hija por favor, escucha —intenta agarrarme pero lo esquivo
—Yo no soy más su hija, dejé de serlo el día que ustedes me dieron la espalda y me sacaron de su vida —suelto con voz fría y mirándolo a los ojos
Nuestros ojos se conectan y al contrario de mi mirada llena de enojo la suya muestra dolor y arrepentimiento pero eso no hace que mi postura cambie por completo, por lo que me preparo para irme.