Secretos entre las olas

DOS

DOS

Mi habitación es la misma de siempre. Paredes rosadas, una cama con sábanas blancas y una ventana que tiene la mejor vista de todas. Nuestras habitaciones han sido las mismas desde que pusimos un pie en este lugar y todas fueron un tanto al azar. Me alegra que la suerte haya estado de mi lado, pues tengo frente a mí, mi verdadero amor de verano:

Al mar.

Recuerdo sentarme con mis brazos sobre el marco y ver como las olas iban y venían. Recuerdo escuchar canciones imaginándome historias en mi cabeza de todo tipo, soñando que era una sirena o incluso un pirata, dependía de mi estado de ánimo.

— ¿Zora? —Mamá entra, después de tocar la puerta dos veces pero sin esperar mi respuesta—. ¿Ya desempacaste? Vamos a preparar la comida.

¿Me pregunto qué estará haciendo Ashley ahora? La extraño.

Siempre he querido que Ashley se aparezca por aquí, sería tan divertido pasear en la playa con mi mejor amiga y tomarnos muchas fotografías. Lamentablemente si estoy en Pearl significa que otra familia también lo está y los padres de Ashley son un poco estrictos, no la dejan venir tan lejos.

Es una lástima.

—Ahora voy —respondo, despegando mis ojos del cielo azul y el agua que refleja los rayos del sol.

Miro mi maleta abierta pero aun llena de ropa, desempacar siempre ha sido mi parte menos favorita.

Tomo un vestido amarillo largo y el bloqueador solar. Me quito mis shorts, mi camiseta blanca y me visto con mi nuevo atuendo acorde a este lugar.

Después de volver a aplicarme desodorante y asegurarme de haber untado bloqueador en cada parte descubierta de mi cuerpo, salgo de ahí y bajo las escaleras.

Recuerdo un verano en específico, Theo y yo nos metimos a la piscina justo en el mediodía. Nos quemamos tanto que terminamos llorando por como la piel nos ardía, las mamás nos untaron muchas pomadas y remedios. Fue un caos.

Sabía que iba a volver a este lugar un día pero no esperaba que fuera tan pronto. Theo y yo no hemos hablado, no estamos en buenos términos y quién sabe si alguna vez volveremos a estarlo. Al pasar por las fotografías de mi infancia me siento triste.

Ahí, en esos momentos capturados están dos personas que ya no existen. No importa cuánto veas una imagen, una que logró congelar un momento específico, es imposible volver atrás y cambiar algo. Las personas que nos acompañan en las fotografías han cambiado, para bien o para mal.

Siempre.

Theo, Penelope y Benny están en la sala de estar jugando algo con unos dados y unos círculos de colores. Mi mamá y Farrah están en la cocina, Justin y Leo deben de estar en la parte de atrás pues puedo escuchar sus voces y sus risas.

Me debato a donde debería ir. En uno está mi antiguo mejor amigo, en otro están las mamás y en el último están dos chicos que siempre me dejaron fuera de sus chistes internos.

Suspiro. Creo que no hay ningún lugar donde pertenecer.

Theo se levanta de un salto y me mira, entorna los ojos. — ¿Qué haces ahí parada?

Inclino mi rostro. —Nada, refrescándome —señalo hacia la puerta corrida a la mitad—. Aquí la corriente de aire es la mejor.

Él suelta una risa y rueda los ojos. —No cambias.

En realidad, he cambiado mucho. No me conoces. Ya no me conoces.

Farrah sale de la cocina con un limpiador entre las manos, eleva sus cejas cuando nos ve. —Ah chicos, ¿nos ayudan? Necesitamos manos extras para cortar algunos vegetales.

Miro a Theo. — ¿De dónde sacaron los vegetales? Acabamos de estar aquí.

Él vuelve a sonreír, como antes. —Llegamos hace tres días, ¿no sabías? —me mira con una expresión divertida.

¿Por qué ahora actúa como si estamos bien? Me molesta tanto.

—Vamos a descuartizar vegetales —camino al frente.

Mamá y su mamá están ocupadas con algo que parece una salsa, no estoy segura. Yo me muevo al fondo de la cocina donde hay una tabla de madera, varias verduras y un cuchillo.

Theo se coloca a mi lado. —Yo manejaré el objeto con filo.

Tomo el cuchillo y lo apunto a su dirección. — ¿Por qué? ¿Tienes miedo?

Me quita el cuchillo y me empuja con su cuerpo para darle espacio. — ¿No recuerdas esa vez que te cortaste el dedo con una tijera y te tuvieron que llevar a emergencias?

Resoplo. —Recuerdo que tú querías que cortara una rama con unas tijeras de cocina, ¿No crees que la culpa fue de alguien más?

Él ya no me responde, se dedica a cortar sin parar mientras yo voy recolectando los cuadritos y rebanadas en recipientes para que los usen después. Cuando termina, se lava las manos y lava el cuchillo también.

Leo y Justin entran, empujándose y con las caras rojas, seguramente de estar mucho tiempo bajo el sol. —Listo, ya estamos asando las papas, ¿Algo más?

Mamá niega. —Por ahora no, mientras terminamos pueden ir a relajarse por ahí.

Yo también he terminado así que tomo la palabra de mamá y salgo de la cocina. Tengo que regresar a la habitación para llamar a Ashley, contarle como va todo con el primer encuentro y pedirle consejos.

Subo las escaleras, lento y sin prisa. —Zora.

Es él.

Giro mi rostro, ¿Acaso va a disculparse? Debería hacerlo, él arruinó una amistad que empezó mucho antes que tuviéramos conciencia. — ¿Qué pasa?

Theo sube dos escalones, quedando a mi altura. —Nada, solo, ¿A dónde vas ahora?

Señalo al techo. —Llamaré a mi mejor amiga.

Theo es bueno ocultando muchas cosas, como esa vez que reprobó matemáticas y mintió con su mejor cara de ángel pero no le funciona conmigo. Cuando he pronunciado “mejor amiga” su rostro cambió, por el tiempo suficiente para que yo lo notara.

El problema de tener un mejor amigo siempre es que te conocen mejor que nadie. Saben cuándo las cosas no van bien, cuando estás a punto de quebrarte y cuando solo deseas estallar en lágrimas. Es más que un reflejo, los mejores amigos están hechos de lo que sea que están fabricados los rayos X.




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