Secretos entre las olas

TRES

TRES

Otro día más ayudando a limpiar y todas esas cosas. De nuevo las mamás nos pidieron  Theo y a mí que lo hiciéramos, que ayudáramos ambos.

En equipo.

Farrah aseguró que somos los mejores cuando se trata de trabajar juntos, mamá afirma que siempre ha sido así. Yo solo quería decirles que ya no somos amigos, que él me abandonó y que es su culpa.

Salgo de la cocina dispuesta a subir a mi habitación y llamar a Ashley cuando siento la mano de alguien en mi antebrazo, me giro y veo a Theo mordiéndose el labio.

— ¿Qué? —pregunto.

Retira su mano. —Nada, solo… —señala con su pulgar hacia atrás—. ¿Quieres ver algo?

Muevo mi cabeza, negando. —Tengo que hacer algo ahora.

Baja la mirada, parece herido. —Sí, está bien, después será.

Quiero hablar con Ashley, quiero que Theo se sienta mal después de ser él quien dejó de hablarme y quiero abandonar esta casa pero también tengo mucha curiosidad por lo que sea que iba a enseñarme.

Bajo mis hombros. —Está bien, ¿Qué es?

Asiente y extiende su mano a mí para que la tome, como antes solíamos hacerlo. Recuerdo que papá me preguntó un día si me gustaba Theo porque siempre íbamos de la mano a todas partes. Yo le contesté que no, que solamente era mi mejor, mejor amigo.

Y era verdad.

—Ya no somos niños —respondo.

Baja el brazo y guarda su mano en su bolsillo. —Tienes razón, ya no lo somos.

Theo camina hacia la puerta de atrás y yo lo sigo, la abre y salimos al área que conecta con la playa. No es una privada pero si caminamos algunos metros, tenemos nuestra propia porción de arena y mar.

Me lleva hasta el frente y se detiene delante a unas palmeras, señala arriba y elevo la vista. Las ramas y hojas cubren los rayos directos del sol, algunos de ellos colándose y aunque al comienzo no entendía que estaba mostrándome, me fijé en el costado y no pude evitar sonreír.

— ¿Colocaste una casita ahí? —estiro mi brazo pero no alcanzo.

Él se recuesta en el tronco. —Sí, no sé qué tan funcional sea pero ahí está. Siempre quisimos hacer eso, ¿no?

Es una casa para que pájaros lleguen a comer y beber agua.

Bufo. —Siempre quisimos hacer muchas cosas —mi estómago se hunde cuando lo pienso—. ¿Por qué me muestras esto?

Él sacude un mosquito de su cara y parpadea dos veces. —Porque sí.

El viento mueve la parte de debajo de mi vestido, junto las piernas para que no se levante. — ¿Por qué la pusiste ahí? Ya no somos amigos.

Se empuja hacia adelante. — ¿Cómo que ya no somos amigos? —Levanta la mano para cubrirse del sol—. Sí somos amigos.

Niego. —Ya no hablamos.

Rueda los ojos, verdes como los de su padre. —Solo porque no hablamos todos los días no significa que dejamos de ser amigos —afirma—. Te conozco desde que naciste, ¿no recuerdas que usaban la misma cuna para los dos?

Recuerdo una fotografía donde yo estoy vestida con un trajecito rosado y él con uno celestre, estamos en la misma cuna y aunque tendríamos como cinco y diez meses, nos veíamos como gemelos.

Él nació cinco meses antes que yo. No sé si fue un plan de nuestras madres estar embarazadas casi al mismo tiempo (eso es algo raro y sigue siendo un misterio) pero sí sé que ellas se casaron en el mismo año. Cosas de mejores amigas.

—Entonces según tú, ¿Aun somos amigos a pesar que ya no me hablaste? —reclamo.

—Tú dejaste de hablarme —replica, quitando la sonrisa de su cara.

Yo niego y lo señalo, picando su pecho con mi dedo. —Tú dejaste de contestar mis mensajes.

Entorna sus ojos y me observa en silencio por casi un minuto entero. —No dejé de contestarte, tú lo hiciste.

Rasco mi cabeza, ya estoy confundida. —Yo te pregunté qué querías para tu cumpleaños y me ofrecí a dártelo la próxima vez que nos viéramos pero jamás contestaste.

—Lo hice —responde—. Te lo dije, dije que quería boletos para el súper tazón pero después de eso ya no contestaste.

Claro que no lo hizo. —Theodor, nunca hiciste eso.

—Zora, sí lo hice —toca sus bolsillos y luego señala a la casa—. Tengo mi teléfono allá, te lo probaré y cuando lo haga me debes algo, ¿bien?

Parece demasiado seguro de sí mismo. Yo estoy completamente convencida que él jamás volvió a escribirme nada, incuso revisé varias veces mis mensajes.

Que extraño.

— ¡Chicos! —Penelope se aparece y hace varias señas con sus manos—. Ya vamos a comer, vengan.

Ella da la vuelta sin esperar a que nos movamos. Theo coloca sus brazos sobre mis hombros y me da una pequeña sacudida. —Qué bueno es tenerte de vuelta, Zora.

Le doy un codazo en el estómago y suelta una carcajada.




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