Secretos entre las olas

CUATRO

 

— ¿Ves esto? —Theo acerca su teléfono demasiado a mi rostro.

Yo me muevo hacia atrás y entorno mis ojos. Tiene razón, el mensaje está ahí.

“Quiero boletos para el súper tazón”

Y peor aún, debajo de ese hay dos más en distintas fechas.

“Zora, ¿Estás bien?”

No hay respuesta mía.

“Zora, pensé que vendrías pero solo llegó Benny. ¿Estas enojada conmigo?”

Me cubro la boca. ¿Entonces yo fui quien no le respondió? No es posible. Yo recuerdo haberle preguntado qué quería de regalo y cuando no me contestó solo dejé que el orgullo me ganara y yo me rehusaba a enviarle otro mensaje.

Recuerdo que eso me aconsejó Tucker, mi ex novio. Él me convenció que yo no debería ser la que enviara otro mensaje, que él debería escribirme.

Tomo mi teléfono y busco su nombre en mis mensajes. Abro los ojos cuando veo el signo de “silenciado” al lado de su usuario. Yo jamás silencié a Theo. Y sí, ahí están dos mensajes sin abrir.

Él se mueve a mi lado y observa la prueba. —Vaya, ¿Quién ha mentido?

Lo fulmino con la mirada. —No te mentí, realmente pensé que no me habías contestado.

Él coloca su brazo sobre mi hombro. —Bueno, no importa. Hemos comprobado que fue tu culpa y ahora podemos ser amigos de nuevo.

Chasqueo mi lengua. —No, tengo que descubrir qué pasó.

Penelope se asoma a la habitación de Theo, donde estamos sentados en su cama y nos señala. —Justin está preguntando por ustedes —mira a mi dirección sin ganas—. ¿Van a bajar?

Se gira y de nuevo, no espera nuestras respuestas. Yo entorno mis ojos y giro a Theo. —Nunca le he caído bien a tu hermanita.

Theo se levanta de la cama. —Sí le agradas pero no te ha perdonado por la vez que decapitaste a su muñeca y colocaste un gusano dentro de su cabeza vacía.

Tomo una almohada y le golpeo el abdomen. — ¡Fue tu idea!

Theo suelta una carcajada, se inclina para tomarme de las manos y tira hacia él para levantarme. —Mi parte favorita de nuestra amistad era cuando me obedecías todo el tiempo.

Me levanto y lo empujó hacia atrás. —Ya no soy así, ahora yo doy las órdenes.

Él me mira con una sonrisa de lado y sin poder evitarlo, sonrío también. Aún tengo que descubrir qué ocurrió con el misterio de los mensajes pero por ahora estoy contenta que las cosas se hayan resuelto entre él y yo. Theo formó parte de mi vida, de casi toda mi vida, y lo había estado extrañando.

No puedes olvidar a quienes marcaron tu historia. Es imposible hacerlo aun si esas personas ya no están a tu lado físicamente, aun si han dejado de saludarse por cualquier medio. Si esa persona ocupó un lugar en tu corazón es probable que permanezca ahí por siempre, aunque no quieras.

Bajamos y nos encontramos a Justin y a Leo en medio de una de esas competencias de pulso para saber quién tiene más fuerza. Sé que Leo practica natación, no profesionalmente pero sí va constantemente a nadar y mi hermano fue jugador en el equipo de futbol americano de la escuela. A como se ven las cosas desde aquí, ninguno está ganando.

Me siento en un sofá, Theo se sienta en el reposabrazos y recuesta su brazo sobre mi hombro. —Voy por tu hermano —susurra.

Yo hago una mueca. —No le voy a nadie —miro a  Justin, apretando su mandíbula—. ¿Qué rayos querías? ¿Por qué nos llamaste?

—Ríndete —suelta mi hermano—. Leonard, ya ríndete.

Leo sonríe, con el rostro enrojecido. —Nunca.

Penelope sale de la cocina con un vaso lleno de agua y hielo. —Theo, ¿Vamos a ir a la playa? Lo prometiste.

Leo es quien contesta: —Yo también voy, solo déjame que le gane a este debilucho.

Resoplo ante esa expresión, es tan de señor.

Benny se aparece de pronto, con una paleta anaranjada y los labios de ese color. Su cabello está pegado a su frente y su camiseta tiene dos manchas por el helado.

—Ve a bañarte —mamá entra con Farrah, seguramente fueron a pasearse por ahí con mi hermano.

Benny se sienta al lado de Leo con los ojos bien abiertos. —Quien pierda me compra un helado.

Justin eleva sus ojos un segundo. —Ya tienes uno.

Y así, Leo le gana.

— ¡Tramposo! —Justin se levanta de un salto y sacude su mano para relajarla—. Vamos de nuevo.

— ¡Justin! —Llamo su atención—. ¿Qué rayos querías? Penelope nos dijo que estabas buscándonos.

Junta sus manos y las estira. —Hay una fiesta, Leo me contó sobre ello y queríamos ver si van con nosotros —se masajea el hombro—. Pero sin avergonzarnos, Zora.

Jamás he avergonzado a mi hermano, es él quien ha hecho el ridículo.

— ¿Fiesta? —Penelope se sienta también, del lado de mi hermano—. ¿Qué hay de la playa? Quiero pintar el atardecer.

— ¡Benny, ve a bañarte! —Mamá se aparece de nuevo—. Estás empapado en sudor.

Farrah sale también de la cocina, ha recogido su cabello. —Lu, deja al chico, es verano ¡Por supuesto que está sudando!

Mamá rueda los ojos.

—Yo me apunto a la fiesta —dice Theo—. ¿Podremos venir tarde, no? Es verano  —sonríe satisfactoriamente.

Mamá arruga la frente. —No vas a ir a una fiesta, Zora. Eres una chica.

Farrah la mira asombrada. — ¿Ahora eres sexista, Lucinda? No te lo permitiré.

Mamá suspira. —No me refiero a eso, me refiero a que puede ser peligroso.

Theo me toma de la cabeza y revuelve mi cabello. —Yo la cuido, no se preocupen.

—Yo también —Leo afirma—. No voy a dejar que lastimen a la hermanita de Justin.

Lo miro irritada, mis pocas interacciones con Leo suelen ser poco amigables. —No necesito que me cuiden, casi tengo dieciocho años.

Escucho unas risas. Mis hermanos se ríen, ¿acaso soy tan inmadura para ellos? Tontos.

—El atardecer… —Penelope susurra, decepcionada.

Mi hermano se sienta a su lado y le da un empujón con el hombro. —La fiesta es después del atardecer, prepara tus pinceles porque te llevaremos todos.




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