Secretos entre las olas

SEIS

 

La fiesta fue la cosa más aburrida el mundo.

Bueno, fue una fiesta pero yo no la disfruté en lo más mínimo. Theo estaba coqueteando con una chica de trenzas largas, mi hermano y Justin se perdieron entre la gente seguramente buscando conquistas y ningún chico ahí me parecía lo suficientemente interesante para que yo me acercara a hablarles.

Ellos si se acercaban, yo los rechazaba.

Debería olvidarme de Emeth pero mi mente seguía recordando su rostro y me sentía traicionada por mi propio cerebro. Sí, Emeth me rechazó y eso fue tan vergonzoso.

No es que piense que todos los chicos se mueren por mí pero, ¿Por qué no aceptó? No le ofrecí nada, solo pudo venir a divertirse y ya. Pudo ser un poco más amable, no sé, decirme que estaría ocupado bañando a Tiger o alguna mentira.

De todas formas regresamos y Theo seguía recordándome lo que ocurrió en la playa. Yo le pedí que se callará, él me dijo que jamás. Tonto.

— ¡Despierta! —Theo no sabe qué es la privacidad.

Está sentado en mi cama y deja recostar su espalda sobre mi abdomen. —Quítate.

—No, ya es hora de despertar —se gira un poco y mueve el cabello de mi cara—. Ya son las diez y media, rápido, despierta.

Aparto su mano. —Theodor, dejaré de ser tú amiga si no te quitas de encima.

— ¿Qué quieres un abrazo, dices? —él se mueve para abrazarme y yo lo empujo hacia atrás.

—Quítate —muevo mi mano a sus costillas y localizo el lugar donde él siempre ha tenido cosquillas.

Se retuerce tanto que cae de mi cama y yo ahora me estoy riendo de él. Se lo merece.

Se asoma y me fulmina con la mirada. —Que odiosa.

Me muevo para tocar su mejilla con mi pie, él me empuja mientras se queja. —Vete de mí habitación.

Se vuelve a levantar y se sienta otra vez. —No, lo tuyo es mío y lo mío es tuyo, ¿recuerdas?

Eso es algo que decíamos cuando teníamos diez años.

—Vete —coloco la almohada sobre mi cara.

Theo la arranca de mis manos. — ¿Segura? ¿No quieres ver a Emeth que está abajo desayunando con todos?

Me reincorporo y abro los ojos. — ¿Emeth?

Señala mi cara con una gran sonrisa. — ¡Sabía que te gustaba!

Chasqueo mi lengua. —Eres un tonto.

Finamente se levanta y peina su cabello hacia atrás. —Tranquila, no hay nadie allá abajo pero tu mamá me mandó a despertarte.

Son vacaciones, debería dejarme dormir tanto como quisiera.

—Genial —bostezo—. Theo, no puedes entrar a mi habitación cuando queras, ya no somos niños.

Él se ve ofendido. —Supongo que tienes razón —rasca su cuello—. Ahora tienes arrugas y eso, has envejecido.

Señalo la puerta. —Vete.

Theo sale haciendo gestos como si fuera un niño pequeño. Cierra la puerta y es ahí cuando sonrío. He visto las publicaciones de Theo, sus fotos y videos que comparte y sé que es un chico popular y querido por muchas personas pero me agrada saber que muestra su lado “tonto” conmigo.

Quizás esa es la magia de conocer a alguien desde que eres joven, saber que te ha visto en todo tipo de momentos y no tienes que tener un filtro con esa persona.

 

—Mañana vendrá tu padre. —Mamá afirma, después que termino de ayudarla con los platos.

—Genial —respondo sin muchos ánimos.

No es que no me emociona tener a papá aquí, es solo que él es otro experto en avergonzarme y con lo que pasó ayer en la playa ya es suficiente.

— ¿Qué hay del señor West? —pregunto.

Se encoje de hombros. —Creo que está ocupado, quizás venga la próxima semana.

Mi padre estará muy aburrido entonces. Él y el señor West han sido amigos por defecto. Cuando vienen a la casa de la playa, son ellos quienes se sientan en las sillas de plástico y hablan mientras jugamos en la piscina o estamos en la playa.

Penelope entra a la cocina y le sonríe a mamá pero no a mí. — ¿Dónde está mi hermano? —pregunta.

—Salieron todos los chicos con Farrah a comprar algunas cosas para la casa —anuncia—. ¿Necesitabas algo?

Niega. —No, es solo que olvidó su teléfono y ha estado sonando. Creo que papá lo estaba llamando, no quise ver porque después se enoja.

Mamá sonríe. —Ya vendrán, solo salieron por eso.

Justamente escuchamos la puerta abrirse y muchas voces gruesas hablar al mismo tiempo. Farrah suelta una carcajada por algo que alguno de ellos dijo y nosotras esperamos en la cocina a que se acerquen.

—Volvimos —Farrah lleva una caja de donas, estoy segura que me compró con chispas de colores.

Leo entra también, el cabello hacia atrás y corre a la refrigeradora para tomar un poco de jugo de naranja. Veo servirse en un vaso recién lavado, yo evito regañarlo por eso.

—Te estaban llamando —anuncia Penelope.

— ¿Quién? —pregunta antes de empinarse el vaso.

Ella mira hacia la puerta, como si estuviera esperando que alguien más entrara. —No tengo idea, no quiero revisar tus cosas.

Se limpia con el dorso de su mano la boca. —Que buena hermana eres, tan educada —estira su mano para apretar su mejilla—. Mi pequeña Penelope, eres tan adorable.

Ella lo fulmina con la mirada. —Deja de tratarme como una niña.

—Eres una niña —contesta él, acercándose al grifo para lavar el vaso de nuevo.

Penelope refunfuña. —Solo nos llevamos casi cuatro años, ¿Por qué siempre actúas como si fueras mayor?

Le da una mirada pero no dice nada más, ella sale molesta de la habitación. Mamá se acerca a Leo y le da una palmada en la espalda. —Ten paciencia con ella, las adolescentes son complicadas.

Arrugo la nariz. —No hagas como si los chicos no son complicados tampoco.

Leo gira para verme, sonríe divertido. —Suenas a mi madre.

Mamá suelta una risita. —Es cierto, suena a Farrah —ahora me mira a mí—. Gracias por tu ayuda, ve a relajarte con los chicos.

Mamá sale y yo me recuesto en la encimera. —Ojala hubieran más chicas en esta casa.




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