Secretos entre las olas

QUINCE

 

Penelope tenía razón, alguien talló un corazón con el nombre de Leo adentro.

Miro a Theo y lo señalo. — ¿Tu hiciste eso?

Resopla. —Claro que no —estira su mano para tocar los bordes del corazón—. Quizás fue él mismo o tu hermano para molestarlo.

Hago una mueca. —Qué extraño —me giro para verlo—. ¿Ustedes estuvieron aquí el año pasado, no?

Asiente. —Sí.

Veo el corazón otra vez. — ¿No sabes si Leo trajo a alguna chica a la casa?

Theo levanta su mirada al cielo. —Bueno, recuerdo que fuimos a algunas fiestas y él estaba hablando con algunas personas, pero no recuerdo que hayan venido aquí —afirma—. Sabes que mamá respeta esta casa y no nos deja que la utilicemos para hacer fiestas o cosas así aun si ustedes no están.

—Pero pudo pasar, ¿no? —digo—. ¿Qué tal si trajo a alguien?

Theo se recuesta en el tronco de la palmera. —No sé, Leo no es el tipo de chicos que sale con alguien solo por salir.

Es cierto, en todo el tiempo que lo he conocido nunca lo vi con una chica besándose en algún rincón. Leo siempre ha sido más serio y formal, se toma eso de las relaciones en serio aparentemente. Sin embargo, puede que le haya gustado alguien durante las vacaciones y hayan venido aquí. O la chica se haya acercado a dejarle un regalo tonto como ese.

—Deberías escribir mi nombre en arboles —Theo bromea—. ¿No crees?

Me acerco para darle unas palmadas en su mejilla. —No, Theodor.

Toma mi muñeca y mi mano permanece contra su piel. —Yo escribiría tu nombre con las nubes si pudiera.

Lo miro por un segundo y luego estallamos en risas. —Claro que sí —me suelta—. Y yo escribiré tu nombre reorganizando los continentes.

—Y yo cambiaría el orden del abecedario para que tu inicial fuera la primera —agrega con una sonrisa.

—Y yo… —ya no se me ocurre nada más—, me haré un tatuaje con tu nombre.

—Me gusta esa idea —afirma despegándose del tronco—. Pero regresando al misterio, ¿Declaraste tu amor por mi hermano y ni siquiera te acuerdas?

Golpeo su abdomen. —Que no fui yo, tonto.

Coloca su brazo sobre mis hombros. —Entonces, ¿Quién? En esta casa solo estamos nosotros, ¿no?

—Sigo pensando que quizás fue solo una broma —afirmo—. Tal vez un plan tonto de Justin y le pidió a Leo que hiciera esas cosas para que pensaran que él me gusta.

— ¿Y porque haría eso? —pregunta, recostándonos contra la pared de la casa.

—Para fastidiarme —concluyo—. Creo que tu hermano y mi hermano tienen la misma dinámica que nosotros, Justin manda y Leo obedece con las bromas. Quizás se están vengando por la vez que cambiamos sus botellas de shampoo por unas rellenas con limonada.

Theo suelta una carcajada. —Tal vez sí nos pasábamos con las bromas.

Justo escuchamos un auto estacionarse al frente, lo reconozco de inmediato. Es el señor West. Recuerdo lo que Penelope me dijo sobre como yo supuestamente tenía un romance con él, aun me siento incomoda con ese pensamiento.

—Vamos —le digo.

Él hace un ruido, quejándose. —Papá… no tengo ganas de verlo.

Junto mis cejas, eso no es común en Theo. No es que su padre y él sean los más unidos del mundo pero tienen una buena relación, es por eso que evité contarle sobre las asunciones de Penelope donde lo involucraban.

— ¿Por qué no quieres? —pregunto.

Mueve sus labios mostrando una mueca. —Las cosas han estado raras últimamente, más tensas.

Coloco mi mano sobre su hombro. —Pero deben ser cosas de la edad, recuerda que entre más crecemos más nos damos cuenta de los problemas reales, tal vez solo lo sientes así pues no lo habías notado antes.

—No es eso —contesta, observando como su padre sale del auto. El señor West lleva unos pantalones de mezclilla y una camisa estilo polo amarilla—. Realmente están distantes, en casa las cosas ya no son como antes.

Siento un vacío en mi estómago. —Bueno, puede que no sea lo que imaginas.

Se encoje de hombros. —Ese es el problema, no sé qué pensar —confiesa—. Creo que me he prohibido pensar de más, no quiero hacerlo y descubrir que tal vez ellos ya no se quieren como antes.

Tomo su mano y la estrecho, de la misma manera que él lo ha hecho anteriormente para devolverme la fuerza. —Mira, solo vamos y salúdalo, tal vez estos días en la playa los ayude a relajarse y todo mejorará.

Theo se gira y se coloca frente a mí, toma mi otra mano viéndome con una sonrisa. —Tu optimismo repentino a veces me molesta, a veces me gusta.

Vuelvo a recordar las palabras de Penelope, eso de como Theo y yo nos gustamos. Estoy muy segura que no, que entre nosotros no existe tal cosa como la atracción  y que únicamente somos amigos.

Pero tengo que admitir que tener a Theo, un chico guapo y alto, frente a mí mientras sostiene mis manos y su rostro está a una corta distancia, todo se siente diferente.

Theo no solo se ve como el verano sino me recuerda a cada estación. Me recuerda al chocolate caliente con malvaviscos y galletas de chocolate frente a la televisión que reproduce una comedia navideña de hace más de una década. Me recuerda al viento acogedor de otoño, las mañanas soleadas que encienden los colores rojizos de los árboles. A la primavera y sus colores por todas partes, las mariposas revoloteando en círculos y aromas florales.

Porque en cada situación, en cada momento, él ha estado ahí.

Yo suelto sus manos y me muevo a un lado, decidiendo que no arruinaré esto por un sentimiento finito. —Vamos Theo, tenemos que entrar.

Él estira su mano para tomar la mía de nuevo, yo la guardo en el bolsillo de mi pantalón.




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