Secretos Entre Muros

Capitulo 1

Los siete amigos llegaron a su nuevo hogar temporal. Al entrar, se encontraron con una casa bastante lujosa que les dejó boquiabiertos. Alejandro, quien parecía tener un aire de líder nato, observaba a su alrededor con una sonrisa de satisfacción.

Mientras Ricardo, Mateo, Gabriel, David, Fernando y Javier exploraban la casa, el sonido del piso de madera resonaba bajo sus pies, creando una melodía que acompañaba su emoción.

Al salir al patio, se encontraron con una piscina reluciente que reflejaba el cielo anaranjado del atardecer.

—Hagan valer mi dinero —dijo Ricardo con una sonrisa traviesa.

Alejandro salió al exterior con el resto del grupo y suspiró mientras contemplaba la belleza del atardecer. Era un momento perfecto para disfrutar.

Gabriel se acercó a Alejandro, aún maravillado por lo que veían.

—La casa parece excelente —dijo Gabriel—. Creo que la pasaremos muy bien estas dos semanas.

—Sí, no te preocupes. La pasaremos genial —respondió Alejandro con confianza—. Pero... hay algo que tengo que comentarles.

Gabriel frunció el ceño, intrigado.

—¿Ocurre algo más allá? —preguntó, sintiendo un leve cambio en el ambiente.

—No, nada raro —dijo Alejandro rápidamente, aunque su expresión revelaba que había algo más en su mente.

Alejandro quería comunicarles algo importante, un tema que podría influir en su estancia juntos.

—¡Escuchen, muchachos! —dijo Alejandro, captando la atención de todos—. Quería decirles que no estaremos solos aquí.

Ricardo lo miró fijamente, con curiosidad.

—¿A qué te refieres? ¿Acaso piensas traer amigas? —preguntó Ricardo, con una sonrisa pícara.

—Eres un pervertido, Ricardo. ¿No lo sabías? —replicó Mateo, riendo.

Ricardo lo miró, un poco ofendido.

—Primero aprende de negocios y luego hablas —le respondió, cruzando los brazos con desdén.

—Ya se andan peleando. Por eso no agarro confianza con ustedes —intervino Fernando, rodando los ojos.

Alejandro notó el caos que se estaba formando y decidió poner orden.

—Por favor, basta. ¿Me van a dejar hablar? —dijo con firmeza.

Todos se sentaron en el patio trasero, dejando de lado sus diferencias por un momento y prestando atención a Alejandro.

—Gracias —dijo, un poco exaltado—. A lo que me refería anteriormente es que cuando hice los papeles para alquilar esta casa, el contrato incluía a un... ¿limpiador? —dijo Alejandro, con una mezcla de confusión y sorpresa.

—¿Limpiador? ¿De qué demonios hablas? —exclamó Ricardo, levantando una ceja y mostrando su incredulidad.

—Sí, así lo decía. —respondió Alejandro—. Es un señor que trabaja aquí desde hace tiempo. Él se encarga de limpiar y vigilar que todo esté bien por aquí.

—Oye, no quiero a alguien que no conozco conviviendo conmigo. Apenas y los soporto a ustedes —dijo Ricardo, frunciendo el ceño.

—No habrá problema entonces. Esta casa parece ser un poco antigua, y además, ese señor nos mantendrá la casa limpia. No hay de qué preocuparse —intervino Javier con una sonrisa tranquila.

—Por mí tampoco habrá problema —dijo David, asintiendo con la cabeza.

—Y... ¿cuándo llegará? —preguntó Fernando, curioso.

—Buena pregunta. —dijo Alejandro, mirando su reloj—. Pues decía que el primer día. Todo indica que hoy lunes. Seguramente vendrá dentro de poco.

Ricardo no se mostraba contento, sus brazos cruzados reflejaban su descontento.

—Oye, ¿por qué esa cara? —le dijo Gabriel, tratando de animarlo—. Mejor disfruta de este momento. Recuerda que venimos a disfrutar después de nuestro gran avance en la inversión que hicimos.

—Oye, no soy un pobre diablo que necesita tu consuelo —replicó Ricardo, dándose la vuelta y recorriendo el patio con pasos decididos.

Alejandro suspiró, sintiendo que este viaje recién comenzaba. Una ligera brisa le traía un aire de tranquilidad.

—Este lugar es agradable. Lejos del bullicio de los autos —comentó Alejandro, sonriendo mientras miraba a su alrededor.

—Sí, tienes razón —respondió Javier—. Es la primera vez que estamos en esta ciudad. ¿A cuántos minutos exactamente estamos del centro?

—Estamos a unos... 15 minutos aproximadamente del centro de la ciudad. Deberíamos aprovechar este tiempo y visitar el centro, ¿no crees? —sugirió Alejandro, entusiasmado.

—Por supuesto. —asintió Javier, con una chispa de emoción en sus ojos.

Finalmente, el tiempo pasó y el sonido de un timbre resonó en la casa. Los amigos, que se encontraban charlando animadamente adentro, intercambiaron miradas curiosas.

El hombre que era el limpiador se acercó a la puerta, su figura oscura contrastaba con el ambiente luminoso del exterior. Con una mano, tocó el timbre de manera firme, como si estuviera anunciando su llegada con autoridad.

Alejandro se levantó de su asiento, sintiendo una mezcla de curiosidad y expectativa. Se acercó a la puerta y, al abrirla, se encontró con un hombre de cierta edad, vestido de manera sencilla, pero con una expresión amable que iluminaba su rostro.

—Hola, usted debe ser el limpiador —dijo Alejandro, sonriendo.

El hombre sonrió de vuelta, mostrando una calidez que disipó cualquier tensión.

—Sí, así es. Supongo que ya sabes que estaré para lo que necesiten y también haré mi labor en este tiempo.

—Por favor, pase —invitó Alejandro con un gesto de su mano.

Ambos se dirigieron a la sala, donde sus amigos estaban reunidos viendo televisión. La luz del televisor iluminaba sus rostros relajados.

—Oigan, ya llegó el señor —anunció Alejandro a sus amigos, pero rápidamente se volvió hacia el hombre—. Disculpe, ¿cuál es su nombre?

—Hola a todos. Me presento: yo soy Silas Vance. Tengo 42 años. Espero no ser una molestia para ustedes —dijo con un tono amigable.

Gabriel lo miró y sonrió.

—¿Cómo le va, Vance? No se preocupe. No será una molestia para nosotros.

—No hables por todos —interrumpió Ricardo sin apartar la vista de la pantalla, como si su mundo estuviera ahí.



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En el texto hay: misterio

Editado: 12.02.2025

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