Secretos Entre Muros

Capitulo 2

La noche se hacía eterna. En la sala, la televisión seguía encendida, llenando el ambiente con un murmullo constante.

David se levantó del sofá sin apartar la vista de la pantalla de su celular.

—¿Pasa algo? —preguntó Alejandro, sin mucho interés.

—Pedí pizza. El repartidor dice que ya está afuera, pero no se acerca. Qué raro… —murmuró David, frunciendo el ceño.

—Ten cuidado —le advirtió Alejandro antes de que saliera.

Los demás siguieron viendo la televisión sin prestarle demasiada atención.

David abrió la puerta y salió. El aire nocturno estaba fresco, y la luz amarillenta del farol de la calle proyectaba sombras alargadas en la acera. Entonces lo vio.

El repartidor estaba unos metros más lejos de lo normal, de pie junto a su motocicleta, como si evitara acercarse demasiado a la casa.

—¿Qué demonios…? —murmuró David, caminando hacia él.

Cuando llegó, el repartidor le dedicó una sonrisa tensa y comenzó a desatar las cajas de pizza con manos ligeramente temblorosas.

—Aquí tienes —dijo, pasándole la comida con cierta prisa.

David arqueó una ceja.

—¿Por qué no tocaste el timbre?

El repartidor desvió la mirada un instante.

—Amm… bueno, yo… simplemente prefiero no acercarme a las casas —respondió, con una risa nerviosa.

David lo observó por un momento. Algo en su actitud no cuadraba.

—Vaya, está bien —dijo al final, sacando el dinero y pagando la cuenta.

En cuanto recibió el pago, el repartidor asintió rápidamente y subió a su moto. Salió casi de inmediato, como si quisiera largarse lo más rápido posible.

David lo siguió con la mirada hasta que desapareció en la esquina. Luego suspiró y entró a la casa, llevando las pizzas a la sala, donde los demás lo esperaban.

Mientras cerraba la puerta, aún con el eco del motor del repartidor en la cabeza, no pudo evitar sentir un ligero escalofrío.

Pero se encogió de hombros. Era solo un tipo raro… ¿o no?

Finalmente, todos estaban reunidos, disfrutando de la pizza caliente. La televisión quedó en silencio, dejando solo el sonido del crujido de la masa y el murmullo de la conversación.

—Bueno, ¿y cómo va el negocio? —preguntó Mateo, limpiándose las manos en una servilleta.

—Va genial —respondió Javier, con una sonrisa confiada.

Ricardo soltó una carcajada y tomó un sorbo de su refresco antes de hablar.

—Vamos, Mateo, tú no tienes ni la más mínima idea de negocios. Seguramente ni siquiera sabes en qué invertiste tu dinero.

Mateo frunció el ceño.

—Claro que sé. Son drones de entrega avanzada —respondió, tratando de sonar seguro.

Ricardo apoyó el codo en la mesa y sonrió con burla.

—Ajá… ¿y qué más?

—Bueno… —Mateo se quedó en blanco, evitando las miradas de los demás.

—Lo que pensaba —dijo Ricardo, sacudiendo la cabeza—. En fin, al menos tu padre te dejó dinero. ¿Dónde estarías sin él?

Mateo apretó los labios, pero antes de responder, Gabriel intervino:

—Dejen eso. La empresa ya presentó el nuevo modelo del dron. Es el primero que construimos y quedó genial.

—¿Sí? ¿Y funciona? —preguntó Fernando, apoyando los brazos en la mesa.

—Por supuesto que funciona —afirmó Gabriel, como si fuera obvio.

Ricardo se reclinó en su silla y sonrió.

—Invertimos un dineral en él. Era obvio que sería de buena calidad —dijo, tomando otro pedazo de pizza—. Está diseñado para soportar cualquier clima: calor extremo, lluvias torrenciales… no importa. Tu pedido llegará a la puerta de tu casa sí o sí.

Javier miró a Alejandro con interés.

—¿Y qué opinas de la competencia?

Alejandro masticó lentamente antes de responder.

—Es normal tener competencia, pero si lo hacemos bien, podremos eliminarlos sin problema.

Su tono fue tranquilo, pero la manera en que lo dijo hizo que el ambiente se sintiera más pesado.

David rompió el silencio.

—Sí, pero primero hay que ver si realmente funciona bien. Si tiene fallos, hay que corregirlos antes de lanzarlo.

Fernando asintió.

—Y conseguir los permisos para que el dron vuele por la ciudad. No vaya a ser que lo confundan con un dron terrorista y nos metamos en un problema.

Hubo un breve silencio. Afuera, el viento soplaba suavemente, haciendo crujir las ramas de los árboles.

—De todas formas, si todo sale bien… esto va a cambiarlo todo —dijo Gabriel con una sonrisa.

Luego de la cena y la charla de negocios, todos decidieron ir a descansar tras un día agotador.

Alejandro y Ricardo dormían en la primera planta, cada uno en su habitación. Gabriel prefirió la comodidad del sofá, con la televisión frente a él, iluminando la sala con su tenue resplandor.

Mientras tanto, en el segundo piso. Mateo y Javier compartían un dormitorio, aunque en camas separadas. David tenía su propia habitación, al igual que Fernando.

La casa quedó en silencio.

Era medianoche. Afuera, el viento susurraba entre las ramas de los árboles, y la temperatura había descendido ligeramente.

Fernando, acostado en su cama, estaba a punto de cerrar los ojos cuando un sonido lo hizo tensarse.

Pasos.

Pequeños, casi imperceptibles, pero estaban allí.

Se quedó inmóvil, agudizando el oído. ¿Había sido su imaginación?

El sonido regresó. Algo se movía dentro de su habitación.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Tragó saliva y, con manos temblorosas, se tapó la cara con las sábanas, buscando un refugio infantil. Su respiración se volvió más lenta, más contenida.

Las hojas de los árboles golpeaban suavemente la ventana, pero ese no era el ruido que lo había despertado.

Los pasos se intensificaron, pero lo peor vino después.

Algo… algo estaba caminando por las paredes.

Fernando sintió que el aire se volvía denso. Su corazón latía con fuerza en su pecho. No podía ver nada, pero podía escucharlo. Pasos suaves, irregulares, moviéndose como si algo o alguien reptara por la habitación.



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En el texto hay: misterio

Editado: 12.02.2025

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