Ricardo salió al patio con paso firme. Vio a Vance inclinado sobre el césped, recogiendo hojas con un rastrillo. Se paró frente a él, mirándolo con desconfianza.
—Señor, ¿usted limpió las habitaciones esta mañana? —preguntó, cruzándose de brazos.
Vance alzó la vista brevemente, pero siguió trabajando con tranquilidad.
—No, señor. Solo limpié los pasillos y otras áreas comunes. No entro a las habitaciones sin permiso.
Ricardo entrecerró los ojos. Algo en la respuesta de Vance no le convencía, pero no tenía pruebas para insistir. Miró de reojo hacia la piscina, donde Mateo y David seguían disfrutando del agua, mientras Fernando estaba sentado en una silla cercana.
De repente, una idea cruzó su mente.
—Claro... Ya entiendo —dijo Ricardo, con una sonrisa sarcástica—. Buen trabajo, Mateo. Apostaría a que fuiste tú quien entró a mi habitación y me sacó dinero.
Mateo, que acababa de sumergir la cabeza en el agua, salió con el ceño fruncido.
—¿Qué demonios estás diciendo? —respondió, sacudiendo el agua de su cara.
—Oh, vamos. Todo encaja. Primero, te haces el asustado con los ruidos nocturnos para distraernos, y luego entras a mi habitación a robarme. Seguro estás en esto con el paranoico de Fernando —dijo Ricardo con tono mordaz.
Fernando apretó los puños en su regazo, pero no dijo nada.
—¿En serio crees eso? —intervino David, negando con la cabeza—. ¿No será que te equivocaste y nunca tuviste ese dinero?
—Cállate, David —soltó Ricardo con desprecio, antes de girar sobre sus talones y entrar de nuevo a la casa.
Mientras tanto, Vance se detuvo por un instante y observó la escena con disimulo. Una leve sonrisa cruzó su rostro antes de volver a su trabajo.
Cayó la noche, y Alejandro y Gabriel decidieron que lo mejor era no hablar más de la puerta por el momento. Algo en ella los inquietaba, pero no querían alimentar más paranoia.
En la sala, se encontraban Alejandro, Gabriel, David y Ricardo. Los demás ya estaban en sus habitaciones.
Alejandro rompió el silencio:
—Oigan, ¿qué opinan de los ruidos? Al final yo también escuché cosas extrañas. Gabriel estuvo conmigo.
David lo miró con calma, pero con cierta incredulidad.
—Deben relajarse. Yo no he escuchado nada. Quizás están alucinando. Deberían ver las cosas con más claridad. Si piensan que son fantasmas, están mal. Porque no existen.
—No estamos diciendo que sean fantasmas —interrumpió Gabriel, mirando a David—. Pero algo hizo ese ruido.
—Sí, seguro que “algo” —se burló Ricardo—. Probablemente uno de nosotros.
El tono de su voz tenía un matiz molesto, como si la conversación le pareciera una completa pérdida de tiempo. Se acomodó en el sillón y los miró con desinterés.
El ambiente en la sala se sentía denso. La única luz venía del televisor encendido en mute. A lo lejos, en el pasillo, un reloj marcaba la medianoche.
Mientras conversaban, un crujido sordo resonó en el techo, seguido de un leve golpe dentro de la pared, como si algo estuviera moviéndose dentro.
Alejandro y Gabriel se miraron de inmediato.
—¿Escucharon eso? —preguntó Alejandro, enderezándose en el sillón.
—Sí… Sonó dentro de la pared… —murmuró Gabriel, con el ceño fruncido.
David bufó y se encogió de hombros.
—Yo no escuché nada.
—Yo tampoco. Dejen de imaginar cosas —agregó Ricardo con tono aburrido.
Alejandro apretó la mandíbula.
—No nos lo estamos imaginando, sonó claramente.
—Sí, seguro. A ver, ¿qué fue esta vez? ¿Un fantasma? ¿Una rata gigante? —se burló Ricardo.
Gabriel negó con la cabeza, exasperado.
—Lo que sea que haya sido, se escuchó fuerte. No estamos inventando.
David soltó una risa sarcástica.
—Mejor dejen de sugestionarse. Seguro fue la madera contrayéndose.
Alejandro y Gabriel se miraron, sintiendo la creciente frustración. Sabían lo que habían oído, pero parecía que nadie más estaba dispuesto a creerles.
David se levantó y tomó un vaso con agua que estaba en una pequeña mesita. Bebió rápidamente y lo dejó con fuerza, haciendo que el sonido resonara en la sala.
—Bueno, ya me voy a descansar. Que disfruten la noche. Y no olviden relajarse —dijo con una leve sonrisa burlona.
Se dirigió a las escaleras y subió a su cuarto. Ricardo hizo lo mismo sin decir nada, caminando con las manos en los bolsillos y una expresión de fastidio en el rostro.
Ahora solo quedaban Alejandro y Gabriel en la sala.
Alejandro suspiró y se pasó una mano por el rostro.
—Creo que lo mejor será esperar a ver qué pasa. Quizá solo fue un animal… una rata o algo así. Esta casa es un poco antigua —dijo, intentando restarle importancia.
Se levantó y caminó hacia su habitación. Gabriel lo vio desaparecer por el pasillo y luego miró la televisión, aún encendida. Dudaba que se tratara de algún animal, pero tampoco tenía una explicación clara.
Suspiró y apagó la televisión. La sala quedó en completo silencio. Se acomodó en el sofá y cerró los ojos, tratando de relajarse.
Justo cuando empezaba a quedarse dormido, un ligero crujido se escuchó en la pared detrás de él. Abrió los ojos de golpe y se quedó quieto, escuchando con atención.
El ruido no volvió.
—Seguro es la madera vieja de la casa —susurró para sí mismo, tratando de convencerse.
Se acomodó de nuevo en el sofá y cerró los ojos.
Pasaron unos segundos.
De pronto, una sensación extraña lo invadió. Era como si alguien lo estuviera observando.
Abrió los ojos lentamente, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Miró a su alrededor en la oscuridad de la sala, pero no vio nada fuera de lugar. Sin embargo, la sensación persistía.
Se removió inquieto y tragó saliva. Algo en el ambiente había cambiado.
Permaneció en silencio, tratando de escuchar algún otro ruido. Pero solo el murmullo del viento afuera rompía la quietud de la noche.