Secretos Entre Muros

Capitulo 5

Finalmente amaneció. El canto de los pájaros resonaba en el exterior, acompañado por la suave brisa matutina.

Después del desayuno, Gabriel se acercó discretamente a Alejandro.

—Oye, necesito decirte algo —susurró.

—¿Por qué hablas tan bajo? —preguntó Alejandro, intrigado.

—Porque no quiero que Ricardo o David escuchen. Ya sabes cómo son… —respondió Gabriel, echando un vistazo alrededor.

Ambos se dirigieron a la sala, asegurándose de que no hubiera nadie cerca.

—Anoche... sentí algo raro. Escuché ruidos, como si alguien me estuviera observando. Y en un momento, un objeto cayó… No sé exactamente dónde, pero sonó como si fuera de metal.

Alejandro lo miró en silencio por un momento antes de responder.

—Parece que esto se está volviendo costumbre... Pero no hay que obsesionarse. Tal vez fue un animal, o la madera vieja crujiendo con el frío de la noche.

Gabriel negó con la cabeza.

—No lo sé, Alejandro. Hay algo que no me cuadra… Siento que es algo más.

—¿A qué te refieres?

—¿Qué opinas del limpiador? —preguntó Gabriel de repente.

Alejandro frunció el ceño.

—¿Vance? ¿Por qué lo mencionas?

—No sé… Se me ocurrió que podría haber sido él quien hizo esos ruidos anoche.

—No lo creo —respondió Alejandro—. Duerme en la parte trasera de la casa. Es un señor mayor y tranquilo. Además, cerramos bien todas las puertas, tanto la principal como la del patio. No creo que haya entrado por las ventanas. Es prácticamente imposible… Y, sinceramente, no parece una amenaza.

Justo en ese momento, las voces de David, Fernando y Javier interrumpieron la conversación. Entraron a la sala bien vestidos, listos para salir.

—¿Por qué tanta elegancia? —preguntó Alejandro, al verlos vestidos tan formales.

—Vamos a recorrer el centro de la ciudad —respondió Javier mientras se ajustaba la chaqueta.

Abrieron la puerta y se marcharon juntos.

Unos minutos después, apareció Ricardo, también vestido con ropa elegante. Alejandro lo miró con curiosidad.

—¿Vas con los demás? Se acaban de ir —dijo Alejandro.

Ricardo soltó una sonrisa confiada.

—¿Con esos tres ineptos? Ni loco. Tengo asuntos que atender.

Alejandro y Gabriel intercambiaron una mirada, pero no dijeron nada.

Ricardo se ajustó el reloj y antes de salir, los señaló con el dedo.

—Por cierto, esta vez dejé mi habitación en orden. Si cuando vuelva algo está fuera de lugar, no podrán escaparse tan fácil.

Dicho esto, se dio la vuelta y salió de la casa, cerrando la puerta tras de sí.

Después de que Ricardo se marchara, Alejandro y Gabriel regresan a la sala, mientras Mateo sube a su habitación a buscar su celular, que recuerda haber dejado en su escritorio.

Cuando llega, busca en la mesa, pero no lo encuentra. Revisa la cama, su mochila, incluso debajo de la mesa. Nada.

—¿Dónde demonios lo puse? —murmura, confundido.

Baja nuevamente a la sala con Alejandro y Gabriel.

—Oigan, ¿alguno de ustedes agarró mi celular?

—¿Por qué lo haríamos? —responde Gabriel.

—Lo dejé en mi cuarto, en el escritorio, pero ahora no está.

Alejandro y Gabriel suben con él para ayudar a buscar. Después de revisar nuevamente la habitación sin éxito, deciden llamarlo.

El sonido del timbre del celular los hace voltear al armario de Mateo.

Gabriel abre lentamente la puerta, y ahí está el celular, sobre un estante alto, un lugar en el que Mateo está seguro de no haberlo puesto.

—¿Cómo llegó hasta aquí...?

Silencio. Los tres intercambian miradas incómodas.

Alejandro intenta racionalizarlo:

—Quizá lo dejaste ahí sin darte cuenta.

Mateo frunce el ceño.

—No. Yo lo dejé en la mesa.

Gabriel cruza los brazos.

—Bueno… eso significa que alguien lo movió.

Mateo traga saliva y observa la habitación con una sensación de incomodidad. ¿Alguien más había estado ahí?

Mateo se quedó mirando su celular, confundido. Alejandro y Gabriel intercambiaron miradas.

—Eso es raro... ¿Estás seguro de que no lo dejaste ahí? —preguntó Alejandro.

—Por supuesto que estoy seguro —respondió Mateo—. Lo dejé en la mesa de noche antes de dormirme.

—Tal vez fue Javier —sugirió Gabriel—. Comparte cuarto contigo, ¿no? Quizá lo movió sin querer.

Mateo frunció el ceño.

—No creo, pero... supongo que es una posibilidad.

El silencio llenó el pasillo por unos segundos hasta que escucharon un sonido suave detrás de ellos. Se giraron y vieron a Vance de pie, observándolos con su expresión imperturbable.

—¿Ocurre algo? —preguntó con voz calmada.

Alejandro se sintió levemente incómodo. No habían escuchado sus pasos acercarse.

—Nada, solo hablábamos —respondió Gabriel, intentando sonar despreocupado.

Vance asintió lentamente, pero se quedó un par de segundos más antes de seguir su camino, desapareciendo por el pasillo.

Mateo tragó saliva y guardó su celular en el bolsillo.

—Voy a mi habitación...

—Sí, yo también —dijo Gabriel, sin querer quedarse más tiempo en el pasillo.

Alejandro se quedó un momento mirando en la dirección en la que Vance se había ido. Algo en su forma de aparecer sin ser escuchado le inquietaba.

El bullicio de la feria llenaba las calles con voces de vendedores, risas y música folclórica. David, Javier y Fernando caminaban entre los puestos, observando artesanías, comida típica y souvenirs de la ciudad. La feria parecía ser un punto turístico importante, con varios puestos dedicados a contar historias y leyendas locales.

Mientras avanzaban, Javier se detuvo de golpe frente a un pequeño puesto de libros antiguos y curiosidades. Algo en particular había captado su atención.

—Oigan, miren esto —dijo, señalando un libro polvoriento en la mesa.

Fernando y David se acercaron. El título, escrito en letras doradas algo gastadas, le puso la piel de gallina a Javier.



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En el texto hay: misterio

Editado: 12.02.2025

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