Secretos Entre Muros

Capitulo 6

La tarde avanzaba, y el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte. Alejandro, Mateo y Gabriel seguían en la casa cuando escucharon el sonido de la puerta principal abriéndose.

—Ya volvimos —anunció Javier, entrando junto a David y Fernando.

—¿Qué tal la salida? —preguntó Alejandro desde el sofá.

—Bien. El centro tiene su encanto —respondió Fernando, quitándose la chaqueta.

—Hubo una feria interesante —añadió Javier—. Encontré un libro sobre una casa maldita, pero David no me dejó ver mucho.

David rodó los ojos y se dejó caer en un sillón.

—Era una tontería. Seguro un viejo cuento para turistas. Además, íbamos a perder el show si nos quedábamos ahí.

—¿Y aquí qué tal? ¿Pasó algo raro otra vez? —preguntó Fernando con interés.

Alejandro y Gabriel intercambiaron miradas.

—Más tarde te contamos —dijo Gabriel, sin querer entrar en detalles frente a David.

Antes de que la conversación avanzara más, la puerta volvió a abrirse. Ricardo entró con paso seguro, todavía con su ropa elegante.

—¿Tarde de chicas? —dijo con su habitual sarcasmo al verlos reunidos.

—Y tú, ¿dónde estuviste? —preguntó Alejandro.

—Atendiendo mis asuntos —respondió Ricardo, sentándose y sacando su teléfono—. La empresa en la que invertimos está viendo buenos resultados. Mi dinero está creciendo, y el dron funciona a la perfección.

David asintió con aprobación, mientras que Fernando solo bufó, sin interés en el tema.

—Bueno, me voy a cambiar —dijo Ricardo, levantándose.

Mientras se dirigía a su habitación, Alejandro y Gabriel sintieron que la calma era solo momentánea. La noche se acercaba… y algo les decía que sería distinta a todas las anteriores.

Gabriel miró a Alejandro con curiosidad antes de preguntarle:

—Oye, esta casa no cuenta con cámaras, ¿verdad?

Alejandro negó con la cabeza.

—No, creo que por su antigüedad o algo así. Cuando le pregunté al dueño sobre eso, me dijo que no era necesario. Según él, nadie se atrevería a robar aquí.

Gabriel frunció el ceño.

—Vaya... ¿Y qué habrá querido decir con eso?

—No lo sé —respondió Alejandro, cruzándose de brazos.

El tiempo pasó y, para cuando el reloj marcó las 10 de la noche, todos estaban reunidos en la sala. En ese momento, David se levantó y se dirigió a la salida.

—¿A dónde vas? —le preguntó Alejandro.

David apenas se giró para responder:

—Ya vengo, voy a recibir la comida que pedí.

Salió al exterior y caminó hasta el punto donde el repartidor lo esperaba. Era el mismo hombre del otro día, y, una vez más, David tuvo que alejarse un poco de la casa para recoger el pedido.

Cuando regresó, entró con dos bolsas en las manos y una sonrisa satisfecha.

—Miren, ordené comida china.

Ricardo levantó una ceja.

—Hasta que haces algo bien.

—Pues claro —dijo David, con tono triunfal—. Iré a dejar esto en la cocina. Son siete cajas, las dejaré un poco abiertas para que se enfríen.

Se encaminó a la cocina y comenzó a acomodar los paquetes sobre la mesa. Abrió ligeramente cada caja, echando un vistazo rápido.

—Este tiene más fideos... —murmuró mientras revisaba—. Me lo quedo. Y este otro será para el tonto de Ricardo.

Soltó una risa burlona antes de dejar el resto en la mesa para que cada quien tomara el suyo.

Se fue nuevamente a la sala a esperar.

David regresó a la cocina para tomar su caja de comida. Mientras las miraba, frunció el ceño.

—Qué raro… —murmuró.

Una de las cajas estaba ligeramente movida, más separada de las demás, como si alguien la hubiera tocado. Se inclinó un poco y la revisó, pero no notó nada extraño.

—Seguro alguno vino a curiosear… —dijo para sí mismo, encogiéndose de hombros.

Sin pensarlo más, tomó su caja y la de Ricardo. Luego llamó a los demás.

—¡Vengan por su comida antes de que me la coma yo!

Los demás se acercaron y cada uno tomó su caja. Javier, con hambre, abrió la suya de inmediato y olió el contenido.

—Esto huele increíble —dijo, sonriente.

—Más te vale que no me hayas robado mi porción, David —espetó Ricardo mientras tomaba su caja con desconfianza.

—Tranquilo, te dejé la peor.

—¡Idiota!

Mateo rió mientras se dirigía a la sala con su comida en la mano. Fernando y Gabriel hicieron lo mismo, mientras Alejandro tomaba un par de botellas de agua para todos.

Minutos después, ya estaban sentados en la sala, comiendo y conversando sobre el día.

—¿Y ustedes qué hicieron todo el día? —preguntó Javier mientras masticaba.

—Nada interesante, estuvimos aquí. Gabriel y yo escuchamos otro ruido extraño, pero Ricardo y David creen que estamos locos —dijo Alejandro.

—Porque lo están —respondió David con una sonrisa burlona.

La conversación siguió de forma distendida.

Javier frunció el ceño y miró la caja de comida en sus manos. Movió los fideos con los palillos y tomó otro bocado, pero su expresión se mantuvo igual.

—¿Soy yo o esta comida sabe un poco extraña? —preguntó, mirando a los demás.

David soltó una risa. —Seguro es solo un condimento fuerte. No estás acostumbrado.

—Sí, tal vez le echaron más jengibre o algo así —agregó Alejandro, encogiéndose de hombros mientras comía.

Javier hizo una mueca y bebió un sorbo de su refresco para bajar el sabor. Aún sentía un leve ardor en la garganta, pero decidió ignorarlo.

Terminaron de cenar y cada uno se fue a su habitación.

En la oscuridad de su cuarto, Javier se removió incómodo en la cama. Su estómago se sentía extraño, como si tuviera una quemazón interna. Trató de acomodarse, pero la sensación no desaparecía.

Un acceso de tos escapó de su garganta, despertando a Mateo.

—¿Estás bien? —murmuró su compañero de cuarto, apenas abriendo los ojos.

Javier tragó saliva y respiró profundo. —Sí… creo que solo es la comida.

Mateo, aún adormilado, lo miró por unos segundos antes de darse la vuelta en la cama.



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En el texto hay: misterio

Editado: 12.02.2025

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