Alejandro regresó a la sala con la mente aún agitada por la conversación con Vance. Al entrar, vio a los demás sentados, en silencio, como si la muerte de Javier hubiera dejado una sombra sobre todos ellos.
—¿Qué ocurre? — preguntó Gabriel al ver a Alejandro con la mirada distante.
—Hablé con Vance —dijo Alejandro, sentándose en el sofá. Todos lo miraron expectantes.
— ¿Y qué te dijo? — preguntó rápidamente Gabriel.
—Dice que esta casa tiene una maldición. Que lo que hemos estado escuchando, no son sólo ruidos. Algo habita aquí, algo antiguo y maldito. —Alejandro lo dijo con voz baja, como si al repetirlo fuera a hacerlo más real.
Ricardo soltó una risa cínica.
—Vance es un simple limpiador. Está loco, ¿quién va a creerle? Tal vez está asustado por los ruidos, pero yo no creo en esas tonterías. — dijo Ricardo con desdén. — Se ve que ya está acostumbrado a inventarse historias.
David, con su rostro marcado por la tensión, interrumpió.
— Yo no sé qué pensar, pero... esto está afectándonos a todos. La muerte de Javier, los ruidos, ahora esto... Es difícil mantener la calma. Puede que estemos empezando a ver cosas que no son, que la presión nos esté jugando una mala pasada. — su voz sonaba cansada, como si el peso de lo que sucedía estuviera comenzando a hundirlo.
Gabriel, con una mirada profunda, habló con convicción.
— Yo sí creo en lo que dice Vance. Hay algo extraño en esta casa, no sé cómo explicarlo, pero desde que llegamos, las cosas han ido de mal en peor. No es sólo el miedo, hay algo más. — dijo, mirando a Alejandro a los ojos.
Fernando, que había estado en silencio hasta ese momento, frunció el ceño y habló finalmente.
— No sé si todo esto tiene una explicación racional, pero... ¿y si realmente hay algo aquí? La casa tiene su historia, ya lo vimos en el libro que Javier encontró. Tal vez hay algo en este lugar que ninguno de nosotros comprende. — su voz era suave, pero su mirada reflejaba la preocupación.
Alejandro suspiró, mirando a cada uno de sus compañeros.
— Esto no tiene sentido, pero... tal vez tenemos que estar atentos. Algo está pasando aquí. No podemos seguir ignorándolo. — terminó, convencido de que la conversación apenas comenzaba.
Después de un largo silencio en la sala, Mateo finalmente rompió la tensión.
—Creo que ya es hora de irnos de esta casa —dijo con una voz baja, pero firme.
Todos lo miraron, algunos sorprendidos, otros confundidos.
—¿Qué? —respondió Ricardo de inmediato, alzando una ceja y mirando a Mateo como si no lo creyera—. ¿De qué hablas? ¿Ahora te vas a rendir?
—No se trata de rendirse. Es solo que... no puedo seguir aquí. Algo no está bien —dijo Mateo, intentando mantener la calma, aunque su voz temblaba un poco.
Ricardo dio un paso hacia él, con una expresión de molestia.
—¿Sabes cuánto costó todo esto? ¿El viaje, el alquiler de esta casa? No vamos a irnos a la primera señal de incomodidad. ¡Esto es una tontería! Lo que estamos viviendo es solo nuestra cabeza jugando trucos con nosotros. No existe ninguna maldición ni nada sobrenatural. Es solo presión, miedo y malas decisiones.
Mateo lo miró fijamente, frustrado.
—¡No lo entiendes! No se trata solo de eso. He oído cosas, he sentido cosas... algo está mal aquí, Ricardo.
David, que había permanecido en silencio hasta ese momento, intervino.
—Yo creo que la muerte de Javier nos está afectando más de lo que pensamos. Quizá estamos buscando cosas donde no las hay. No todo tiene que ser tan extraño.
Gabriel, por otro lado, pareció más receptivo.
—Yo... yo no sé qué pensar. Pero lo que dijo Vance, y lo que hemos vivido... no creo que sea todo una coincidencia.
Ricardo los miró a todos, sin entender cómo podían estar tan influenciados por el miedo.
—¡Ya basta de hablar de eso! —exclamó con más fuerza—. No vamos a irnos. No por nada. Esta casa es solo una casa. Y lo que necesitamos es dejar de pensar en lo irracional. ¡Si nos vamos, todo el viaje habrá sido en vano! Nadie va a aceptar que huyamos por un par de ruidos y una mala experiencia.
Mateo apretó los puños y suspiró, claramente agobiado por la situación.
—Está bien, Ricardo, pero... ¿y si estás equivocado? ¿Y si lo que pasa aquí es real? ¿Y si somos los siguientes?
La tensión creció en el aire. Nadie sabía qué responder, pero las palabras de Mateo calaron hondo en todos.
Ricardo miró a Mateo con desdén, antes de levantar la voz con firmeza.
—No estoy equivocado, Mateo. La muerte de Javier no puede seguir afectándonos de esta forma. Este es el mundo real, y debemos aceptar lo que ha sucedido. No podemos dejar que nuestros miedos o dudas nos gobiernen. Ya hemos gastado mucho dinero en este viaje, y esta casa... es solo una casa. Es hora de despertar y seguir adelante.
Dicho esto, Ricardo no esperó respuesta. Dio media vuelta y se dirigió a su habitación, cerrando la puerta con un golpeteo fuerte.
El resto del grupo permaneció en silencio, con la pesada sensación de que, aunque las palabras de Ricardo eran duras, no dejaban de ser un recordatorio de la realidad que, de alguna manera, todos intentaban evadir.
La tensión en la sala era palpable. Nadie parecía dispuesto a ceder ante el dolor y la confusión que los envolvía. Alejandro intentó tomar las riendas de la situación.
—Tenemos que calmarnos —dijo con firmeza—. No podemos seguir discutiendo por estupideces. Necesitamos estar unidos, ahora más que nunca.
David, quien había estado en silencio por un buen rato, levantó la vista. Sus palabras fueron frías, directas.
—¿Unidos? ¿De qué sirve estar unidos si cada uno de nosotros tiene una idea diferente de lo que está pasando? —dijo, mirando a cada uno de los presentes con una mezcla de cansancio y frustración—. La muerte de Javier nos está afectando a todos de manera distinta. No podemos controlar lo incontrolable. No puedo forzarlos a pensar lo mismo que yo. Y no quiero hacerlo.