La noche había caído, y la atmósfera de la casa estaba cargada. Las sombras parecían alargarse con cada minuto que pasaba. Después de todo lo ocurrido, Vance pidió, con tono sereno, quedarse dentro de la casa un poco más.
—No me gustaría estar solo en este lugar a esta hora —dijo, mirando de reojo a los demás—. Si no les molesta, preferiría quedarme con ustedes hasta que todos se vayan a dormir.
Todos asintieron, algo desconcertados por la solicitud, pero ninguno lo rechazó. La casa se sentía más silenciosa y vacía que nunca. Vance se acomodó en un sillón alejado, pero cerca de los demás, observando con discreción.
La conversación volvió a los eventos extraños que todos habían presenciado. La tensión era palpable, pero nadie parecía capaz de decidirse por una teoría concreta. Mientras tanto, la luz de la cocina comenzó a parpadear lentamente. Primero fue un destello fugaz, luego otro. Nadie le prestó mucha atención al principio, atribuyéndolo a un fallo normal del sistema eléctrico.
—¿Alguien más ve eso? —preguntó Mateo, mirando la cocina con el entrecejo fruncido.
—Debe ser una sobrecarga o algo por el estilo —dijo David, con tono indiferente, como si intentara restarle importancia al asunto.
—Es raro, ¿no? —comentó Gabriel, fijándose en cómo la luz seguía parpadeando—. Quizá deberíamos revisar las instalaciones eléctricas.
Ricardo frunció el ceño y miró a su alrededor, como si la casa misma estuviera reaccionando a su presencia.
—Debe ser la casa, está vieja y eso... —dijo con tono un tanto burlón. —Es normal que pase.
Mientras tanto, Vance se mantenía en silencio, mirando la situación sin intervenir. Su rostro mostraba una expresión neutral, pero en sus ojos brillaba una chispa de algo que no podía identificarse. A medida que la luz seguía titilando, los demás comenzaron a inquietarse. Nadie se atrevió a hablar del asunto, pero todos sentían que el ambiente estaba cada vez más cargado de una extraña tensión.
—Es como si... —comenzó a decir Alejandro, mirando la luz con desconfianza—. Como si hubiera algo más aquí que no podemos ver.
—Es solo una falla eléctrica —respondió Vance, sin levantar la vista—. No hay nada que preocuparse.
La luz dejó de parpadear de repente, como si todo hubiera vuelto a la normalidad. Sin embargo, el malestar en el aire persistió. Nadie estaba completamente convencido de que fuera solo un mal funcionamiento de la electricidad.
La casa finalmente volvió a la calma. Después del incidente con las luces, todos decidieron que lo mejor era irse a descansar. Vance se despidió y salió por la puerta trasera hacia su pequeña habitación en el patio.
Alejandro, sin embargo, sintió un impulso extraño. En lugar de irse directo a su habitación, caminó por el pasillo y se detuvo en una ventana que daba justo al patio. Desde allí, sin asomarse demasiado, observó a Vance.
El limpiador estaba de pie, inmóvil, con la mirada fija en la casa. Su expresión era difícil de descifrar, pero había algo en su postura que no parecía normal. No se veía asustado ni preocupado... más bien analítico. Como si estuviera estudiando la casa, como si supiera algo que los demás ignoraban.
Alejandro frunció el ceño, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Y ahora a quién espías? —preguntó una voz a su lado.
Alejandro dio un pequeño salto, girando de golpe. Ricardo lo miraba con una ceja levantada y los brazos cruzados.
—¿Qué? No... no espiaba a nadie —dijo Alejandro, intentando sonar casual—. Solo... estaba mirando al limpiador.
Ricardo se acercó un poco a la ventana y observó a Vance, que en ese momento giraba sobre sus talones y desaparecía en su habitación.
—Ese tipo es raro —murmuró Ricardo—. Si sabe algo sobre la casa, que lo diga de una vez. Me da mala espina.
Alejandro lo miró sorprendido.
—¿Tú también lo notas?
—No estoy diciendo que crea en fantasmas ni en maldiciones, pero ese sujeto actúa como si escondiera algo. Y cuando la gente esconde cosas... hay que tener cuidado.
Alejandro asintió lentamente, pero no dijo nada más. Ambos se quedaron unos segundos en silencio, viendo cómo la luz de la habitación de Vance se apagaba.
Sin decir más, Ricardo se encogió de hombros y se marchó a su habitación. Alejandro, por su parte, se quedó un momento más, preguntándose qué era exactamente lo que Vance escondía.
Mateo se removió en su cama. La soledad de la habitación se le hacía más pesada que nunca. Aunque el cansancio lo vencía, su sueño fue ligero y fragmentado.
Entre el sopor de la madrugada, un leve susurro lo sacó de su ensueño.
—Fernando…
Mateo entreabrió los ojos. Su cuerpo se sentía pesado, como si aún estuviera atrapado entre el sueño y la vigilia.
—Fernando…
Esta vez fue más claro. Un escalofrío le recorrió la espalda.
Se incorporó de golpe, con la respiración agitada. Miró a su alrededor, pero solo encontró sombras inmóviles. El silencio reinaba en la habitación.
—¿Javier…? —susurró por inercia, con la voz rasposa por el sueño.
Pero Javier ya no estaba.
Se pasó una mano por el rostro, tratando de calmarse. Debe haber sido un sueño, se dijo.
Finalmente, sacudió la cabeza y se acomodó en la cama. No es nada. Solo estoy paranoico.
Cerró los ojos, aunque sabía que el sueño no regresaría tan fácilmente.
Alejandro despertó temprano, sintiendo un leve escalofrío al destaparse. Se frotó los ojos y se incorporó lentamente. Al hacerlo, notó un detalle que lo hizo fruncir el ceño: su puerta estaba entreabierta.
No recordaba haberla dejado así.
Se levantó con cautela y se acercó a ella, empujándola suavemente hasta cerrarla del todo. Luego, sacudió la cabeza y se dirigió al pequeño espejo de su habitación.
Se pasó una mano por el cabello despeinado, suspiró y desvió la mirada.
Y entonces lo vio.
En la esquina inferior del espejo, casi imperceptibles, estaban las letras F y SE.