Alejandro aún estaba procesando lo que el policía le había dicho. Si alguien conocía la historia real de la casa, ese era Vance. Sin perder tiempo, decidió buscarlo.
Caminó por la casa en silencio, revisando cada habitación hasta que, al subir al segundo piso, lo encontró. Vance estaba de espaldas, mirando por una de las ventanas del cuarto.
—Vance… —llamó Alejandro.
El limpiador se giró lentamente, con una expresión neutral.
—Dígame, muchacho Alejandro.
Alejandro dudó un momento, pero luego fue directo al grano.
—El policía me dijo que tú sabes muchas cosas sobre esta casa. Que has visto mucho.
Vance esbozó una leve sonrisa, como si aquella afirmación le divirtiera.
—Es cierto. He trabajado aquí por más de veinte años… Y sí, he visto cosas que pocos creerían.
—Entonces, ¿qué hay con esta casa? ¿Por qué tantas historias? ¿Por qué parece que hay algo más aquí?
Vance suspiró y miró nuevamente por la ventana, como si organizara sus pensamientos.
—La historia de esta casa se remonta a décadas atrás… A tiempos oscuros. Antes que cualquier otra persona, una familia era la dueña de la casa. Pero... Se dice que el padre asesinó a sus hijos... De una forma salvaje. Luego de eso, la casa tomó un aire oscuro. Cuentan que alguien realizó rituales en su interior y, desde entonces, los homicidios y muertes inexplicables han sido constantes.
Alejandro tragó saliva.
—¿Y la puerta de metal en la planta baja?
Vance giró la cabeza bruscamente hacia él. Por un breve instante, su expresión se endureció. Sus ojos mostraron una sombra de inquietud antes de volver a su semblante neutro.
—¿La puerta de metal? —repitió con un tono que parecía entre sorpresa y cautela—. Esa puerta ha estado cerrada desde antes de que yo llegara aquí. Nadie la ha abierto en décadas.
Alejandro sintió que Vance estaba conteniéndose, eligiendo sus palabras con mucho cuidado.
—¿Pero sabes qué hay detrás?
Vance bajó la mirada por un momento y luego lo miró fijamente.
—No lo sé… Y sinceramente, no quiero saberlo.
Un escalofrío recorrió la espalda de Alejandro.
—¿Crees que lo que pasa en la casa sea… real?
Vance sonrió de lado.
—Lo que creo no importa, Alejandro. Lo que importa es lo que ustedes han visto y sentido.
Alejandro no supo qué responder. Había algo en la forma en que Vance hablaba que lo inquietaba, pero no podía señalar qué era exactamente.
Pero tenía una última duda.
—Espera, el policía mencionó a un detective.
Vance lo miró fijamente.
—Ah, sí, el detective —dijo con calma—. Yo ya trabajaba aquí cuando él vino. Un hombre astuto, con una mente brillante. Resolvió muchos casos, pero… no pudo con este. Utilizó varios métodos de investigación, pero simplemente no encontró respuestas. Al final, se marchó, diciendo que aquí había algo que no debía ser descubierto.
Mientras hablaba, Vance avanzó lentamente hacia Alejandro.
—Deberías descansar, muchacho —dijo, dándole una palmada en el hombro antes de alejarse por el pasillo.
Alejandro se quedó inmóvil, mirando cómo el limpiador desaparecía por las escaleras. Había algo en la reacción de Vance cuando mencionó la puerta de metal que le resultó extraño. Era como si, por un momento, su actitud hubiera cambiado… como si esa puerta significara más de lo que él decía.
Después de la conversación con Vance, Alejandro bajó las escaleras con la cabeza llena de dudas. No sabía si había obtenido respuestas o si, por el contrario, ahora tenía más preguntas.
Cuando llegó al primer piso, encontró a Gabriel sentado en uno de los sofás de la sala, con el celular en la mano.
—¿Y bien? —preguntó Gabriel sin levantar la vista—. ¿Pudiste hablar con él?
Alejandro suspiró y se dejó caer en otro sofá.
—Sí… pero siento que Vance no me dijo todo. Hay algo raro con la puerta de metal. Cuando la mencioné, su actitud cambió por un segundo.
Gabriel levantó la vista, interesado.
—¿Crees que él sabe lo que hay detrás?
—No lo sé. Dijo que no, pero su reacción me hace pensar que sí.
Gabriel se quedó pensativo, pero antes de responder, se escuchó un sonido repentino desde la cocina. Un golpe seco, como si algo hubiera caído.
Ambos se miraron de inmediato.
—¿Escuchaste eso? —susurró Gabriel.
Alejandro asintió y se levantó lentamente.
Se dirigieron juntos a la cocina con cautela. La luz estaba encendida, pero no parecía haber nadie. Entonces, Gabriel señaló el suelo.
Había un cuchillo caído en medio de la habitación.
Alejandro tragó saliva y miró a su alrededor.
—¿Quién dejó esto aquí? —preguntó en voz baja.
Gabriel se inclinó para recogerlo, pero Alejandro lo detuvo.
—No lo toques —dijo con seriedad.
Justo en ese momento, escucharon pasos en el pasillo detrás de ellos. Se giraron rápidamente… pero no había nadie.
El silencio en la casa se volvió más denso.
Gabriel miró a Alejandro, tratando de encontrar una explicación lógica.
—Dime que alguno de los demás estuvo aquí hace un momento.
Alejandro negó con la cabeza.
—No lo creo… y si fue así, ¿por qué dejaría un cuchillo en el suelo?
Gabriel respiró hondo y pasó una mano por su rostro.
—Esta casa nos está volviendo locos.
Alejandro miró nuevamente el cuchillo en el suelo.
—O alguien quiere que lo pensemos.
La tensión en la habitación era sofocante. ¿Había alguien más en la casa… o algo más estaba ocurriendo?
Finalmente cayó la noche del viernes.
El grupo estaba reunido en la sala, con las luces encendidas. La casa, a pesar de su iluminación, se sentía inquietantemente silenciosa. Afuera, en el patio, Vance estaba en su dormitorio, aparentemente ajeno a la conversación que ocurría en la sala.
Fernando, sentado en el sofá con los brazos cruzados, rompió el silencio:
—No podemos seguir así. Nos quedamos esperando que las cosas pasen sin hacer nada. Tenemos que investigar la casa más a fondo. Quizá encontremos algo.