Secretos Entre Muros

Capitulo 13

El ambiente en la casa era pesado, cargado de una tensión insoportable. Con Fernando muerto y la sangre aún impregnada en el suelo del pasillo, la situación se volvía cada vez más difícil de procesar.

El oficial miró a todos con seriedad mientras sostenía su libreta en una mano y el martillo ensangrentado en la otra.

—Necesito que me digan exactamente qué pasó antes de que Fernando muriera —dijo con un tono firme.

Alejandro, aún afectado por la muerte de su amigo, fue el primero en hablar.

—No lo sé con certeza… Todos estábamos dormidos. Lo único que sé es que Fernando quería investigar la casa antes de dormir. Estaba convencido de que había algo extraño aquí.

El policía guardó silencio por un momento, pero antes de responder, se escuchó un leve crujido en las paredes. Un sonido seco, casi imperceptible, como si algo se moviera dentro de ellas.

Mateo tragó saliva y miró de reojo a los demás, asegurándose de que no era solo su imaginación. El oficial frunció el ceño y recorrió la habitación con la mirada, tratando de ubicar el origen del ruido.

—Ahí está otra vez… —murmuró Gabriel en voz baja.

El policía suspiró y se pasó una mano por la cara.

—Como les dije la última vez… No hay nadie en esta casa más que ustedes. Pero eso no significa que estén solos.

La frase hizo que un escalofrío recorriera la espalda de todos.

—Entonces, ¿usted cree que lo que está pasando aquí es real? —preguntó Alejandro con cautela.

El oficial lo miró con seriedad.

—Muchacho… He visto lo suficiente como para saber que en esta casa hay algo que no debería estar aquí. Y si me hacen caso, lo mejor que pueden hacer es irse antes de que sea demasiado tarde.

—No podemos hacer eso —intervino Ricardo, cruzándose de brazos—. Si nos vamos, perderemos dinero y tiempo. ¿Para qué vinimos entonces?

El policía negó con la cabeza.

—¿Dinero y tiempo? ¿Eso vale más que sus vidas? Ya murieron dos de sus amigos. Si se quedan, es probable que haya más.

Los rostros de los presentes reflejaban la incertidumbre. Nadie quería aceptar lo que el oficial decía, pero tampoco podían ignorar la realidad de la situación.

Alejandro, aún con muchas dudas, decidió insistir en un tema que no le daba paz.

—La puerta de metal en la planta baja… Si hay algo en esta casa, es posible que esa puerta oculte la verdad. ¿Se puede abrir?

El policía lo miró con una expresión de frustración.

—Esa puerta ha estado sellada por años. No hay manera de abrirla sin las llaves… y dudo que alguien las tenga.

—Pero si encontramos una manera… ¿Podemos hacerlo nosotros?

El oficial guardó silencio unos segundos antes de responder.

—Si logran abrirla, háganlo bajo su propio riesgo. Pero no cuenten conmigo si algo sale mal.

Dicho esto, se dirigió hacia la salida, dando por terminada la conversación.

Los paramédicos también terminaron su labor. Llevaban el cuerpo de Fernando en una camilla, cubierto con una sábana blanca. Nadie dijo nada mientras lo sacaban de la casa, pero la tristeza era evidente en sus rostros.

Cuando la ambulancia y la patrulla se alejaron por el camino de tierra, el grupo se quedó de pie en la sala. Un silencio incómodo los envolvió, como si la casa misma esperara su próximo movimiento.

Alejandro cerró los ojos por un momento y suspiró.

—Tenemos que hacer algo… No podemos seguir así.

Pero nadie respondió.

Aún eran las 5 de la madrugada, a punto de amanecer. La casa seguía en un inquietante silencio después de todo lo ocurrido.

Ricardo se recargó en el sofá y suspiró.

—¿Por qué no se van a dormir? —dijo con cansancio.

Mateo lo miró con incredulidad.

—¿Qué? Nadie aquí tiene sueño. ¿Cómo puedes decir eso después de lo que pasó?

Ricardo se encogió de hombros.

—¿Y qué vas a hacer? No hay nada que hacer.

Alejandro intervino antes de que la discusión escalara.

—Ok, cálmense. Nadie se va a dormir después de esto… Solo dejemos que pase el tiempo.

El grupo se quedó en silencio por un largo rato, cada uno sumido en sus pensamientos. La tensión en la sala era sofocante. Finalmente, Alejandro se levantó del sofá con determinación.

—Bueno… Ya es hora. No podemos seguir así sin hacer nada. ¿Qué tal si investigamos más a fondo esta casa?

Ricardo soltó una risa sarcástica.

—Mala idea. No somos detectives. Si un profesional no pudo resolver este misterio, ¿qué nos hace pensar que nosotros sí?

David asintió.

—Sí, tiene razón. Tal vez otras personas también lo intentaron y terminaron mal. ¿Qué te hace creer que con nosotros será diferente? ¿Acaso no escuchaste la historia de esta casa? Hubo muchas víctimas… Quizás uno de nosotros sea el próximo.

Alejandro miró a todos con seriedad.

—Precisamente por eso no podemos seguir con los brazos cruzados. Si hay algo en esta casa, tenemos que averiguar qué es. Quizás encontremos las llaves de la puerta metálica o una forma de abrirla.

Mateo se cruzó de brazos.

—Estoy con Alejandro.

Gabriel tragó saliva antes de hablar.

—Yo también… Aunque… No voy a mentir, me da miedo.

La casa parecía estar escuchando su conversación, como si sus palabras hubieran despertado algo.

Alejandro, Mateo y Gabriel se dirigieron hacia la puerta metálica con pasos firmes pero cautelosos. La estructura de acero parecía aún más imponente en la penumbra de la casa, reflejando la luz tenue del pasillo. Se detuvieron frente a ella, sintiendo el peso del misterio que ocultaba.

—Debe haber una manera de abrirla —murmuró Alejandro, pasando la mano por la superficie fría.

Mateo observó la cerradura con atención.

—Quizá las llaves estén en algún lado. No creo que esta puerta esté aquí solo por estar.

—Hay que investigar —afirmó Alejandro, sin apartar la vista del metal oxidado—. No podemos ignorar esto.

Unos pasos resonaron detrás de ellos. Ricardo se acercaba con las manos en los bolsillos, mirándolos con una mezcla de burla y curiosidad.



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En el texto hay: misterio

Editado: 24.02.2025

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