Los 4 permanecían parados aún frente a la puerta metálica.
—¿Dónde está David? —preguntó Gabriel de repente, mirando alrededor.
—Se quedó en la sala, pensando en todo lo que pasó —respondió Ricardo con indiferencia.
—Mejor así —dijo Mateo—. No creo que le interese ayudar con esto de todas formas.
Gabriel se acercó más a la puerta metálica y deslizó los dedos por el marco. Su mirada se centró en la cerradura, tratando de analizarla.
—Si tuviera un alambre resistente o algo similar, tal vez podría intentar forzarla —murmuró, pensativo.
Alejandro negó con la cabeza.
—No creo que funcione. La cerradura es demasiado grande, parece diseñada para una llave mucho más robusta que las normales.
—Déjate de juegos —bufó Ricardo, apartando a Gabriel con el hombro—. Quítate, solo estás estorbando.
Antes de que alguien pudiera detenerlo, apoyó ambas manos en la puerta y empujó con fuerza. La estructura crujió y retumbó con un eco profundo, como si toda la casa sintiera el impacto. La vibración recorrió el metal adelante y atrás, resonando en la habitación.
Ricardo intentó nuevamente, pero la puerta ni siquiera cedió un centímetro.
—Maldita sea... —murmuró con frustración, alejándose.
Alejandro suspiró.
—No vamos a abrirla así. Lo mejor es buscar las llaves o cualquier otra pista.
Los demás asintieron y decidieron dividirse. Ricardo y Gabriel explorarían el primer piso, mientras Mateo buscaría en la planta alta. Alejandro, en cambio, decidió revisar el patio.
Cuando abrió la puerta trasera, una brisa fría le golpeó el rostro. La mañana del sábado era fresca, el cielo aún tenía tonos azulados y la hierba estaba húmeda por el rocío.
Alejandro avanzó unos pasos hasta que notó una figura en la distancia.
Vance estaba saliendo de su pequeño cuarto detrás de la casa. Cerró la puerta con tranquilidad y se estiró, como si recién se hubiera levantado.
Alejandro entrecerró los ojos y, sin pensarlo demasiado, decidió acercarse.
—Vance... —lo llamó.
El limpiador giró la cabeza lentamente y le dedicó una leve sonrisa.
—¿Qué se le ofrece, Alejandro? —dijo Vance, sin mucho interés.
Alejandro suspiro, intentando mantener la calma.
—Otro de nuestros amigos... Falleció —le reveló con voz grave.
Vance se giró lentamente, su rostro impasible. No pareció afectado por la noticia. Miró al cielo, pensativo, y luego se dio la vuelta.
—Eso no me sorprende —dijo con una frialdad que heló el aire—. Lo mejor será que se vayan. Si no están acostumbrados a soportarlo, más muertes vendrán.
Alejandro lo observó con seriedad.
—No podemos irnos... Antes necesitamos entender qué está pasando aquí. No podemos permitir que lo que nos pasó a nosotros le pase a otras personas —respondió Alejandro con firmeza.
Vance lo miró fijamente, su rostro parecía endurecerse, como si no quisiera seguir con la conversación.
—Escucha muchacho —dijo finalmente, con un tono más grave—. Este no es el momento para que jueguen a ser exploradores. Deben irse, antes de que las cosas empeoren aún más.
Alejandro sintió un leve estremecimiento, pero se mantuvo firme.
—¿Qué tiene de malo que descubramos la verdad? Incluso usted me ha dicho que no sabe qué hay realmente en esta casa —dijo Alejandro, mirando a Vance directamente a los ojos. Su voz no vaciló—. Vamos a intentar abrir esa puerta metálica cerca de la cocina. Quizás allí encontremos algo que explique todo esto. Y si tiene alguna información sobre las llaves, sería útil.
Vance no se inmutó, pero su tono se volvió aún más tajante.
—No estoy interesado, ni quiero saber qué hay detrás de esa puerta —respondió Vance, claramente molesto—. ¿Qué tal si liberan algo peor? Ustedes no entienden lo que están buscando. Y sobre las llaves... no tengo idea de dónde están. Mi trabajo aquí es solo asegurarme de que todo siga en orden. Les aconsejo que no sigan con esto.
Alejandro lo miró por un momento, antes de responder, con una determinación inquebrantable.
—Está bien, gracias por su colaboración —dijo, con un leve tono sarcástico—. Pero hemos tomado nuestra decisión. No podemos ignorarlo. A lo mejor descubrimos algo que pueda salvar a otras personas, algo que usted no se atreve a mirar.
Sin esperar una respuesta, Alejandro dio media vuelta y caminó hacia la casa, con paso firme. Vance lo observó desde el patio, su expresión llena de incertidumbre, antes de girarse hacia el horizonte, dejando a Alejandro seguir con su misión.
Alejandro entró a la casa y se dirigió a la sala, donde todos estaban reunidos.
—¿Encontraron algo? —preguntó con algo de esperanza en la voz.
—Telarañas —respondió Ricardo, encogiéndose de hombros—. No encontramos nada interesante. Sabía que esto sería una pérdida de tiempo.
—Oigan, tranquilos, aún hay cosas por hacer —dijo Alejandro, intentando mantener la calma—. También debemos averiguar qué significa la F y SE que encontré en el espejo de mi cuarto.
—¿Y cómo piensas averiguarlo, genio? —respondió Ricardo con sarcasmo.
—Tal vez sigamos buscando —sugirió Mateo, algo preocupado.
—¿Buscar dónde? Ya revisamos todo y no encontramos nada —insistió Ricardo, irritado.
—No... Aún queda un lugar. El ático —afirmó Alejandro con determinación.
—Es cierto —dijo Gabriel, mirando hacia el techo—. Aunque puede ser peligroso.
—¡Me río del peligro! —dijo Ricardo, con una sonrisa burlona—. ¿Qué están esperando entonces? Vamos de una vez y vean que allí tampoco habrá nada.
Finalmente, los demás comenzaron a subir al segundo piso, pero antes, Alejandro se detuvo frente a David.
—Oye, ¿no vienes? —preguntó Alejandro.
—No... Estoy cansado. No dormí lo suficiente. Quizás ustedes también deberían hacerlo... y pensar un poco más en la situación.
—¿Pensar? No hay nada que pensar, David —dijo Alejandro, decidido—. Lo que tenemos que hacer es descubrir qué está pasando aquí.