Secretos Entre Muros

Capitulo 15

Mientras los demás subían al ático, David permanecía en la sala del primer piso. Se recostó en el sofá, dejando escapar un suspiro. Todo lo ocurrido en la casa lo tenía inquieto, pero intentaba convencerse de que no había nada sobrenatural. Solo una serie de coincidencias desafortunadas.

Sin embargo, en medio del silencio, un ruido sutil llamó su atención. Era un sonido apenas perceptible, como si algo se moviera cerca de la cocina. Frunció el ceño y se incorporó lentamente, tratando de afinar el oído.

Los ruidos se hicieron más claros: pasos.

David se giró hacia la cocina, esperando ver a alguien, pero la penumbra del lugar no mostraba nada fuera de lo normal. Se quedó inmóvil por unos segundos, expectante.

Los pasos continuaron, pero ahora sonaban como si ascendieran… aunque no por la escalera principal.

David sintió un escalofrío y su mirada se dirigió automáticamente a la escalera que llevaba al segundo piso. No había nadie allí. Subió un par de escalones para tener mejor visión, pero todo parecía en calma.

Apretó los labios, tratando de encontrar una explicación lógica. Tal vez el sonido vino del piso de arriba y solo se confundió con la dirección. Tal vez estaba cansado. Tal vez…

Sacudió la cabeza, suspirando.

—Demonios… me estoy sugestionando —murmuró para sí mismo.

Se dio media vuelta y regresó al sofá, recostándose nuevamente. Cerró los ojos, intentando ignorar la incomodidad que sentía.

Volviendo a los demás que se encontraban arriba.

Alejandro fue el primero en subir. Con cada escalón, la madera crujía bajo su peso, como si el tiempo hubiera debilitado la estructura del ático. Un olor a polvo y encierro invadió sus fosas nasales, haciéndolo fruncir el ceño.

Gabriel lo siguió de cerca, mientras Mateo se aseguraba de que la escalera estuviera firme antes de subir él también. Abajo, Ricardo observaba la escena con los brazos cruzados.

—No entiendo qué esperan encontrar aquí —murmuró—. Pero bueno.

Alejandro ignoró su comentario y finalmente subió del todo, sintiendo el suelo firme del ático bajo sus pies. La luz apenas llegaba desde la abertura, dejando el lugar sumido en sombras irregulares. Gabriel encendió la linterna de su celular y recorrió con la luz el polvoriento espacio.

El ático era más amplio de lo que imaginaban. Había viejos muebles cubiertos con sábanas, cajas apiladas y telarañas colgando de las vigas. Un ambiente sofocante los envolvía, como si el aire hubiera estado estancado por años.

—Bueno… Aquí estamos —dijo Gabriel en voz baja.

Mateo subió finalmente y miró alrededor con cierto recelo.

—Parece el típico lugar donde alguien esconde cosas importantes —comentó.

—O ratas muertas —agregó Ricardo desde abajo, sin intención de unirse.

Alejandro caminó lentamente entre las cajas, pasando la mano sobre una de ellas, dejando una línea limpia entre el polvo.

—Busquen algo que nos ayude a entender qué está pasando en esta casa —dijo.

Mateo levantó la vista hacia el foco del ático.

—¿Esta luz no funciona?

—Parece que no —respondió Alejandro, jalando del hilo. Pero el foco permaneció apagado—. Esto lo hará más complicado.

Suspiró y caminó hacia un viejo mueble cubierto con una sábana polvorienta. Con un tirón, retiró la tela, liberando una nube de polvo que lo hizo toser. Sobre la madera gastada descansaban varios libros apilados de manera descuidada. Alejandro tomó uno con curiosidad, sopló el polvo de la portada y deslizó la mano sobre el título apenas visible.

"Hechizos oscuros"

Sus cejas se fruncieron al leerlo en voz baja.

—¿Qué demonios...? —murmuró—. ¿Acaso eran... satánicos?

Mateo, sin escuchar su comentario, se acercó a un canasto viejo y deformado. Dentro había revistas amarillentas y diarios antiguos. Removió los papeles, buscando algo más que simples noticias olvidadas, pero solo encontró hojas arrugadas y fragmentos de páginas arrancadas.

Mientras tanto, Gabriel recorría el ático con la luz de su celular. Sus ojos se fijaron en la pared más alejada. Había marcas... largas y profundas, como si algo afilado las hubiera trazado con rabia.

Se acercó con cautela, siguiendo las líneas talladas en la madera. Al dar un paso más, su pie chocó contra algo.

Un pequeño ruido hueco resonó en la penumbra.

Gabriel bajó la mirada y sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Un juguete polvoriento yacía en el suelo.

Un muñeco viejo, con una expresión vacía y sucia, lo observaba con ojos de vidrio.

—No me asustes así —susurró, casi como si el objeto pudiera responderle.

La tensión en el aire se volvió más densa. Algo en ese ático no estaba bien.

Mateo siguió revisando el canasto lleno de revistas y papeles viejos, apartándolos con rapidez. Su atención se desvió hacia un libro en el suelo, cubierto de polvo y con la tapa gastada. Lo tomó con cuidado, sacudiéndolo un poco, y notó que las páginas estaban pegadas por la humedad.

Al abrirlo, descubrió que no era un simple libro, sino un diario. Sus ojos recorrieron las primeras páginas, leyendo en voz baja:

—Parece que alguien que vivió aquí escribió esto…

Alejandro y Gabriel se acercaron, observando con curiosidad mientras Mateo pasaba las páginas con cuidado.

—¿Qué dice? —preguntó Alejandro.

Mateo frunció el ceño mientras leía en silencio.

—Habla sobre ruidos en la casa… Pasos… Sonidos extraños en la madrugada. También menciona que sentían que alguien los observaba —levantó la vista hacia los demás—. Y dice que desconfiaban de alguien dentro de la casa.

El ambiente en el ático pareció volverse más pesado. Un leve crujido en la madera rompió el silencio, pero ninguno quiso darle importancia.

Mateo pasó rápidamente a las últimas páginas, su respiración se volvió más lenta al leer las palabras finales escritas con trazo tembloroso:

"Alguien descubrió la verdad. Pero ese alguien decidió callar. No era tan profesional como decía ser..."



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En el texto hay: misterio

Editado: 24.02.2025

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