Cuando llegaron a la sala, se dejaron caer en los sillones, agotados pero con la adrenalina aún corriendo por sus cuerpos. Alejandro se inclinó sobre la mesa y, con un rápido movimiento, apartó todo lo que había en ella, dejando espacio.
—Bien —dijo, colocando la caja cerrada en el centro—. Pongan todo lo que encontraron.
Mateo sacó el diario viejo y lo dejó sobre la mesa con cuidado, mientras Gabriel colocaba las fotografías descoloridas junto a él.
David, que los observaba con el ceño fruncido, se inclinó hacia adelante.
—¿Eso fue lo que encontraron allá arriba?
—Sí —respondió Gabriel, aún intrigado por las fotos.
Ricardo resopló y cruzó los brazos.
—¿Y de qué nos sirven estas cosas viejas?
Alejandro lo miró con seriedad.
—¿Acaso no lo ves? Esto confirma que no somos los primeros en experimentar cosas extrañas aquí. El diario menciona que otras personas escuchaban ruidos y sentían que algo los observaba. Las fotos muestran a un hombre entrando a la habitación detrás de la puerta metálica. Y esta caja… —le dio una sacudida— tiene algo dentro, pero está cerrada.
Ricardo arqueó una ceja y sonrió con sorna.
—¡Vaya! Menuda revelación. ¿Y cuál es el próximo paso, detective Alejandro?
Alejandro mantuvo la mirada firme.
—Sería mejor si aportaras algo útil en vez de burlarte.
Ricardo se encogió de hombros con una sonrisa divertida.
—Está bien, genios, ¿y ahora qué?
Hubo un momento de silencio mientras todos pensaban. Fue Mateo quien rompió la tensión al chasquear los dedos de repente.
—¡Los planos de la casa!
Los demás lo miraron con curiosidad.
—Si conseguimos los planos originales —explicó Mateo—, podríamos descubrir si hay más habitaciones ocultas, pasadizos o algo que explique lo que ocurre aquí.
Alejandro golpeó la mesa con entusiasmo.
—Buena idea, Mateo. Con eso podríamos entender mejor la estructura de la casa.
Ricardo bufó.
—Ajá… Y díganme, ¿dónde piensan encontrar esos planos? ¿Creen que siguen aquí, después de tanto tiempo? Tal vez se perdieron hace años.
La conversación quedó en un breve silencio mientras todos asimilaban la idea de encontrar los planos originales de la casa.
—¿Y dónde creen que podríamos hallarlos? —preguntó Ricardo, apoyándose en el respaldo del sillón con los brazos cruzados—. ¿Piensan que van a aparecer mágicamente en la mesa?
—Podrían estar en el ático —sugirió Mateo—. Nos fuimos antes de revisar todo.
—También podrían haber estado en algún otro lugar importante de la casa —añadió Gabriel—. Tal vez en el estudio o incluso en el cuarto de Vance.
Alejandro asintió.
—Es posible. Pero no creo que Vance nos deje entrar a su habitación sin motivo. Tendremos que pensar en una excusa o buscar en otro lado.
Ricardo suspiró y negó con la cabeza.
—Siguen con esas ideas locas…
—Si no quieres ayudar, entonces cállate —le respondió Alejandro sin mirarlo.
David, quien hasta ahora había escuchado en silencio, se frotó los ojos con cansancio.
—Si de verdad quieren buscar los planos, háganlo mañana. Hoy fue un día largo y… bueno, demasiado agotador.
Los demás se miraron entre sí. Era cierto. Con todo lo que había pasado, ninguno tenía energía para seguir explorando.
—Mañana será —dijo finalmente Alejandro, guardando la caja en su mochila—. Pero no vamos a detenernos.
Mateo tomó el diario y Gabriel las fotos, asegurándose de que estuvieran bien guardadas.
—Mañana seguimos con esto —dijo Gabriel.
Y con esa decisión tomada, el grupo comenzó a dispersarse poco a poco. Algunos se quedaron en la sala unos minutos más, mientras que otros se fueron a sus habitaciones. A pesar del cansancio, todos sabían que el día siguiente traería más respuestas… y quizás más preguntas.
La noche cubría la casa con su manto de silencio. En los pasillos, solo el crujido ocasional de la madera rompía la quietud. Todos estaban en sus habitaciones, descansando después de un largo día de incertidumbre y descubrimientos.
Mateo, sin embargo, no podía dormir. Se removía en su cama, su mente todavía atrapada en lo que habían encontrado en el ático. La garganta seca y la sensación de inquietud lo llevaron a tomar una decisión: bajar por algo de beber.
Salió de su cuarto con pasos cuidadosos, asegurándose de no hacer ruido. El pasillo estaba oscuro, pero la luz tenue de la luna que se filtraba por las ventanas le permitía ver lo suficiente. Bajó las escaleras en silencio, sintiendo una ligera incomodidad que ignoró.
Al llegar a la cocina, abrió la nevera y revisó su contenido hasta que encontró una botella de jugo a medio terminar. La tomó y la giró entre sus manos.
—¿De quién será esto…? —murmuró para sí mismo.
No le importó. Destapó la botella y bebió un sorbo. Al instante, frunció el ceño. El sabor era extraño, un poco amargo, como si estuviera pasado. Pero no le dio importancia y bebió otro trago.
Esta vez, sintió algo raro en su cuerpo. Un ligero mareo, una punzada de debilidad en sus piernas.
Sacudió la cabeza, intentando despejarse.
—Tal vez solo estoy más cansado de lo que pensaba… —susurró, dejando la botella sobre la mesa.
Se giró para regresar a su habitación. Caminó lentamente por el pasillo, pero con cada paso que daba, la sensación empeoraba. Su visión comenzó a volverse borrosa y un zumbido leve se instaló en sus oídos.
Subió el primer escalón con esfuerzo, sintiendo sus piernas más pesadas de lo normal.
El segundo escalón le costó más.
Para el tercero, un fuerte mareo lo hizo tambalearse.
Parpadeó varias veces, tratando de enfocarse. Su respiración se volvió errática. Sentía que su cuerpo le fallaba.
Dio otro paso, pero esta vez su pie no encontró apoyo.
El mundo a su alrededor se inclinó bruscamente y perdió el equilibrio.
Su cuerpo cayó pesadamente sobre los escalones, golpeando el hombro y la cabeza antes de quedar inmóvil en el suelo del pasillo.