Antes de subir, Alejandro quería asegurarse.que Vance aún estuviera en el patio.
Alejandro y Gabriel se acercaron cautelosamente a la ventana, asegurándose de no hacer ruido. Se asomaron lentamente, con la esperanza de que Vance no los viera.
Desde allí, pudieron observar al limpiador, que seguía trabajando en el patio, como si no hubiera notado nada extraño. Estaba agachado, recogiendo hojas secas y realizando su labor rutinaria.
—Parece que sigue allí —susurró Alejandro, observando detenidamente a Vance.
—Sí, está concentrado en lo suyo. No se ve sospechoso —respondió Gabriel, con la misma precaución.
—Bien, sigamos con nuestro plan —dijo Alejandro, aún desconfiado, pero aliviado de que Vance no estuviera al tanto de sus movimientos.
Ambos se alejaron de la ventana y subieron al segundo piso, con paso firme pero silencioso. El aire en el pasillo estaba frío, como si la casa misma estuviera conteniendo el aliento. Subieron las escaleras hacia el ático, con la sensación de estar a punto de desvelar otro misterio, pero conscientes de que cada paso los acercaba a algo desconocido y peligroso.
Cuando llegaron a la puerta del ático, la tensión era palpable. Alejandro la abrió con cuidado, y ambos se adentraron, sin saber qué esperar, pero decididos a seguir investigando.
Al ingresar al ático, una ola de aire frío los envolvió. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz tenue que se filtraba a través de una pequeña ventana en el techo. El espacio estaba lleno de polvo y telarañas, y el olor a madera envejecida llenaba el aire.
Ambos avanzaron con cautela, sus pasos resonando sobre el suelo de madera crujiente. Al mirar alrededor, pudieron ver viejas cajas apiladas, muebles cubiertos con sábanas, y algunos objetos olvidados. Nada parecía fuera de lo común, pero había algo inquietante en la atmósfera, como si la casa estuviera observándolos.
—Esto no parece estar relacionado con lo que estamos buscando, ¿verdad? —dijo Gabriel, mirando a su alrededor con una expresión de duda.
—No estoy seguro... Pero algo aquí debe tener importancia. Si Vance no quiere que exploremos, tal vez lo que hay aquí es lo que estamos buscando —respondió Alejandro, decidido a no rendirse tan fácilmente.
Se acercaron a las cajas apiladas y empezaron a mover algunas, revisando lo que encontraban. Todo parecía ser objetos viejos y sin valor.
Nada interesante apareció en su búsqueda. Telarañas, polvo, pero nada que los guiara hacia lo que realmente necesitaban.
—Parece que aquí no hay nada más… Solo telarañas y una incomodidad creciente —comentó Gabriel, con un suspiro.
—Así parece —respondió Alejandro, con una mezcla de frustración y cansancio—. Ni la llave de la caja, ni la de la puerta metálica. Si al menos tuviéramos los planos, todo sería más fácil.
—Los planos, ¿quién los tendrá realmente? —dijo Gabriel, mirando alrededor—. Esos planos podrían ser la clave para resolver todo esto.
Ambos se quedaron pensativos un momento, hasta que Alejandro, con una expresión que indicaba que algo se le había ocurrido, rompió el silencio.
—Tengo una teoría —dijo, mirando a Gabriel.
—Dila rápido. Estar aquí me pone nervioso. Siento que alguien nos observa —respondió Gabriel, agitado.
—¿Recuerdas esos ruidos extraños que hemos escuchado? Como si vinieran de las paredes —dijo Alejandro.
—Sí, lo recuerdo. Pero, ¿a qué te refieres?
—Esta casa es antigua, lo que significa que…
—Ya entiendo. Estás sugiriendo que la casa tiene pasadizos secretos entre las paredes —interrumpió Gabriel, como si de pronto todo tuviera sentido.
Alejandro chasqueó los dedos, aprobando su deducción.
—Exactamente. Si tuviéramos los planos, podríamos guiarnos mejor. Quizás entre los muros haya secretos oscuros que aún no hemos descubierto.
—Es una teoría válida —dijo Gabriel, pensativo—. Las casas antiguas solían tener esas cosas. Pero no está todo perdido.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Alejandro, curioso.
—Podemos investigar las paredes por nuestra cuenta. Buscar algo extraño, algún lugar que no encaje bien o que no suene igual al golpearlo. Ahí podríamos encontrar el acceso a un pasadizo —sugirió Gabriel con una sonrisa.
—Tienes razón. No perdemos nada intentándolo —respondió Alejandro, con renovada energía—. Saca tu celular, pon la linterna y observemos bien cada detalle.
Finalmente, con una nueva determinación, comenzaron a investigar las paredes del ático, avanzando un poco más lejos en su búsqueda de respuestas.
Mientras tanto, Ricardo y David llegaron a la cerrajería en silencio, con la caja que habían traído de la casa en las manos. El lugar estaba bastante tranquilo, una pequeña tienda con estanterías llenas de herramientas y una campanita en la puerta que sonó cuando entraron. La luz tenue y el sonido del metal resonando a lo lejos creaban una atmósfera algo desconcertante.
Ricardo se acercó al mostrador, donde un hombre de mediana edad, de cabello canoso y mirada cansada, los observó en silencio.
—¿En qué puedo ayudarlos? —preguntó el cerrajero, dejando de lado la herramienta que tenía en las manos.
Ricardo sonrió de manera algo forzada y dejó la caja sobre el mostrador.
—Necesitamos que nos ayudes a abrir esto —dijo, señalando la caja de madera con una expresión decidida.
El cerrajero levantó una ceja, claramente curioso, pero no dijo nada. En lugar de eso, tomó la caja y la examinó detenidamente, dándole golpecitos con los dedos.
—¿Qué hay dentro? —preguntó, mientras la agitaba suavemente.
—No lo sabemos. Pensamos que tal vez tenga algo que ver con una puerta de la casa, algo que no hemos podido abrir —respondió David, intentando sonar más seguro de lo que realmente se sentía.
El cerrajero asintió lentamente, mirando la caja con atención.
—Esta es una caja de seguridad antigua —murmuró—. Si hay algo dentro, probablemente esté bastante protegido. Tendré que ver si puedo hacer una copia de la llave o, si no, intentar abrirla con algunas herramientas especiales.