Alejandro dejó el periódico en el basurero y se puso de pie con el ceño fruncido.
—Recuerdas el diario que encontró Mateo en el ático? Decía que alguien resolvió el caso, pero que no era tan profesional.
—Sí, tienes razón —respondió Gabriel—. Entonces ese "alguien" era el detective del artículo.
Gabriel miro con desprecio.
—Qué asco… si en verdad fue sobornado, entonces ocultó algo importante.
Alejandro cruzó los brazos y miró alrededor de la habitación.
—Poco a poco todo empieza a tener sentido.
Gabriel desvió la mirada hacia la mesita. Revisó los pocos objetos que había sobre ella, pero nada parecía relevante. Hasta que notó algo peculiar: una pluma y una hoja.
Tomó la hoja y la analizó. La giró en sus manos, frunciendo el ceño.
—Qué extraño… esta tinta no parece ser tan vieja.
Alejandro se acercó y observó sobre su hombro.
—¿Qué dice?
Gabriel leyó en voz alta:
—"J, F, M, G y A". Están escritos en una columna, uno debajo del otro.
—¿Son iniciales?
—Eso parece… pero lo más raro es que la J y la F están tachadas, como si ya no tuvieran relevancia.
Alejandro sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—J, F, M, G, A… —repitió en voz baja, tratando de hacer conexiones—. ¿Podría ser una lista de nombres?
Gabriel lo miró con incertidumbre.
—¿Y si la J y la F son personas que ya no están?
Un silencio incómodo se formó entre ambos.
—Mateo… —susurró Alejandro de repente—. Su nombre empieza con M.
Gabriel sintió que la piel se le erizaba.
—No… no puede ser.
—¿Y si esto es una lista de víctimas? —Alejandro tragó saliva—. ¿Y si la J y la F ya… ya desaparecieron antes?
Ambos intercambiaron miradas. La habitación se sintió más fría de repente.
Gabriel dobló la hoja y se la guardó en el bolsillo.
—Sea lo que sea, no podemos dejar esto aquí.
Alejandro sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando una idea se formó en su mente.
—Espera… —susurró con la mirada fija en la hoja—. ¿Y si la "F" es de Fernando y la "J" de Javier?
Gabriel parpadeó sorprendido.
—No puede ser… —sacó la hoja de su bolsillo y la extendió sobre la mesa—. ¡Tienes razón! Ellos fueron víctimas… y aquí está la "M" de Mateo. Luego la "G" de… Gabriel… y la "A" de ti, Alejandro.
Un silencio denso cayó sobre la habitación.
—No puede ser… —susurró Alejandro—. ¿Alguien o algo nos está marcando? ¿Nos está cazando uno por uno?
Gabriel tragó saliva, tratando de procesarlo.
—Si es así… entonces tú y yo somos los siguientes.
Alejandro apretó los puños.
—No podemos dejar que eso pase.
Gabriel frunció el ceño.
—Pero… ¿por qué no están las iniciales de David o Ricardo?
Alejandro se quedó pensativo.
—Tienes razón… eso es un misterio.
Gabriel repasó las letras con el dedo, buscando una explicación. De repente, una idea cruzó su mente.
—Espera… aún podría tener sentido —dijo con seriedad—. David y Ricardo han sido los más incrédulos desde el principio. Ellos no creen en nada de esto. En cambio, nosotros sí hemos investigado, hemos intentado descubrir la verdad.
Alejandro asintió lentamente.
—Entonces… ¿solo los que estamos en la lista somos los que realmente nos hemos involucrado con la historia de la casa?
—Eso parece. Pero… —Gabriel respiró hondo—, ¿quién demonios escribió esto? ¿Y por qué?
Alejandro sintió que un peso le oprimía el pecho.
Gabriel deslizó la hoja sobre la mesa y señaló la "M".
—La "M" aún no ha sido tachada…
Ambos se miraron con la misma idea en la mente.
—¿Eso significa que Mateo sigue vivo? —murmuró Alejandro.
El aire en la habitación pareció volverse más pesado.
—Si aún hay esperanza, tenemos que encontrarlo —dijo Gabriel con firmeza—. Pero… ¿dónde demonios está?
Alejandro cerró los ojos por un momento.
—No sabemos con qué estamos tratando… pero lo que sea, nos está esperando.
Ambos quedaron en silencio, tratando de pensar en algún lugar donde Mateo podría estar.
De repente, Gabriel notó algo en una esquina del suelo. Se acercó y vio unas rejillas metálicas empotradas en la madera. Con curiosidad, intentó moverlas y se sorprendió al ver que podían quitarse con facilidad.
—¿Qué es esto…? —murmuró, apartando la rejilla a un lado.
Bajo ella, un oscuro pasadizo descendía por una escalera angosta.
Alejandro se acercó y sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿A dónde lleva esto? No tenía idea de que la casa tuviera algo así… —susurró, inclinándose para mirar mejor—. Esto va más allá de lo que imaginábamos. Tal vez allí encontremos más respuestas… y a Mateo.
Gabriel tragó saliva. No estaba seguro de querer bajar. Había algo inquietante en aquel acceso oculto. Pero Alejandro ya había tomado la iniciativa y descendía con cautela.
—No me dejes atrás… —murmuró Gabriel, siguiéndolo con nerviosismo.
El aire se volvió más denso a medida que bajaban. El olor a humedad y algo rancio impregnaba el ambiente.
Cuando sus pies tocaron el suelo, un sonido inusual los hizo estremecer: un chapoteo.
—¿Qué demonios…? —Alejandro miró hacia abajo—. ¿Agua?
El lugar estaba inundado hasta los tobillos con agua oscura y sucia. Gabriel hizo una mueca de asco.
—Esto no me gusta nada… —dijo, moviendo un pie y viendo cómo la suciedad flotaba alrededor.
De pronto, vio un interruptor en la pared y lo presionó. Un parpadeo titilante iluminó el pasillo con una luz débil y amarillenta. En ese instante, una rata salió corriendo a toda velocidad, salpicando agua a su paso.
—¡Maldita sea! —exclamó Gabriel, dando un salto hacia atrás.
Alejandro escaneó la zona. Estaban en un pasillo angosto que conducía a un marco sin puerta. Más allá, parecía haber otra habitación sumida en penumbras.
—Sigamos adelante —dijo Alejandro con voz tensa—. No hay otra opción.