Secretos Entre Muros

Capitulo 24

Mateo parpadeó varias veces. Su mirada, borrosa y confusa, trató de enfocarse en Gabriel.

—M-Mateo… ¿puedes oírme? —preguntó Gabriel, aún sosteniéndolo por los hombros.

Mateo frunció ligeramente el ceño, como si estuviera luchando por entender lo que ocurría. Sus labios se separaron débilmente, y apenas murmuró:

—¿G-Gabriel…?

Su voz era apenas un susurro, ronca, como si llevara horas—o incluso días—sin hablar.

—¡Sí! ¡Soy yo! ¡Estamos aquí! —Gabriel apretó los dientes, sintiendo una mezcla de alivio y rabia—. ¡¿Qué te hicieron?!

Alejandro, aún con el plano enrollado en una mano, se arrodilló a su lado. Su corazón latía con fuerza.

—Tenemos que sacarlo de aquí, pero primero… ¿Mateo, recuerdas qué pasó? —preguntó Alejandro, manteniendo la calma como podía.

Mateo respiró hondo. Su pecho se elevó con dificultad, como si cada bocanada de aire le pesara. Cerró los ojos por un momento, tratando de ordenar sus recuerdos.

—N-no lo sé… —susurró—. Solo recuerdo… beber algo… después, todo se volvió borroso…

Gabriel y Alejandro intercambiaron miradas.

—¡El jugo! —exclamó Gabriel de repente—. Antes de desaparecer, Mateo bebió un jugo… ¡seguro lo drogaron!

Alejandro sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Entonces… alguien lo hizo a propósito —murmuró—. Alguien en esta casa.

El silencio cayó sobre ellos.

Mateo intentó moverse, pero las cadenas en sus muñecas lo limitaron. Un débil sonido metálico resonó en la habitación.

—Mierda… —Gabriel miró las cadenas con frustración—. ¿Dónde demonios está la llave?

—Debe estar en algún lado, busca rápido. No podemos quedarnos aquí —dijo Alejandro, sintiendo que el tiempo se agotaba.

Gabriel comenzó a revisar los cajones de la habitación, moviendo objetos de un lado a otro con desesperación. Alejandro se levantó y escaneó la habitación con la mirada.

Fue entonces cuando lo escucharon.

Un sonido.

Algo que venía desde el pasillo inundado.

Paso.

Tras paso.

Pero no eran pasos normales.

El agua sucia se movía con cada pisada. Un sonido húmedo y desagradable.

Chapoteo.

Chapoteo.

Alguien venía.

Alejandro y Gabriel se quedaron congelados.

Mateo, débil como estaba, también lo escuchó. Sus ojos se abrieron con terror.

—No… —susurró—. No dejen que… nos encuentre.

Gabriel tragó saliva.

—¿Quién? —preguntó en voz baja.

Mateo giró lentamente la cabeza hacia él. Sus labios temblaron.

Y en un murmullo apenas audible, pronunció dos palabras:

—El… limpiador.

El estómago de Alejandro se contrajo.

El agua del pasillo se agitó más.

Chapoteo.

Chapoteo.

La silueta de alguien se movió al otro lado del marco de la puerta.

Estaban atrapados.

Alejandro corrió hacia el fondo de la habitación, buscando desesperadamente un escondite. Sus ojos recorrieron el lugar hasta que encontró un viejo casillero metálico. Sin pensarlo, lo abrió de golpe.

El hedor lo golpeó primero.

Un olor putrefacto, pesado, que le revolvió el estómago.

Dentro, dos bolsas blancas descansaban una sobre la otra. La tela estaba manchada con algo oscuro y seco.

Alejandro sintió un escalofrío subiéndole por la espalda.

No.

No quería pensar en lo que había dentro.

Con el corazón acelerado, cerró el casillero de inmediato y se alejó.

—Mierda… —susurró, con una sensación de náuseas en el cuerpo.

Mientras tanto, Gabriel cerró la puerta de la habitación con lentitud. No había escapatoria. Solo les quedaba esperar.

Alejandro se arrodilló junto a Mateo.

—Lo siento… no encontramos las llaves —susurró con frustración—. Hermano, ¿qué demonios te hacía ese tipo?

Mateo tragó saliva. Sus ojos estaban apagados, su voz era apenas un hilo.

—Me hablaba… cosas horribles. Me decía que yo no existía, que nadie vendría por mí. Me susurraba cosas en la oscuridad… —Mateo tembló—. También… me lastimó.

Alejandro cerró los ojos con rabia.

—Te torturó…

Mateo asintió débilmente.

El sonido de pasos en el agua volvió a escucharse.

Chapoteo.

Chapoteo.

Más cerca.

Gabriel, de pie junto a la puerta, sintió su cuerpo tensarse. Su mente trabajaba rápido, buscando una salida, pero nada le venía a la cabeza.

Entonces, un susurro se filtró a través de la puerta.

—Ya sabía que alguien andaba rondando por aquí…

El tono de voz era bajo, casi amable. Demasiado amable.

Un escalofrío recorrió la espalda de los tres.

Alejandro tragó saliva.

—No puede ser…

Gabriel sintió un sudor frío recorrerle la frente.

—Está completamente loco… Ricardo tenía razón. No eran fantasmas, era él.

Vance.

El limpiador.

El mismo tipo que había estado con ellos todo este tiempo.

Observándolos.

Siguiéndolos.

Esperando.

—Pero ahora no es momento de arrepentirse —murmuró Alejandro, con el rostro serio—. Tenemos que salir de aquí con vida.

Gabriel apretó los puños.

Los pasos se detuvieron justo al otro lado de la puerta.

Y el silencio cayó sobre ellos.

El silencio tras la puerta era asfixiante.

Alejandro y Gabriel se quedaron inmóviles, sintiendo el peso de la oscuridad a su alrededor.

Mateo, aún encadenado, respiraba agitadamente. El miedo lo tenía paralizado.

Entonces, la perilla de la puerta giró.

Un leve clic rompió la quietud.

Se estaba abriendo.

Gabriel sintió como su corazón latía en su garganta.

Sin pensar, tomo la primera cosa que encontró: un trozo de madera astillado del suelo. No era mucho, pero al menos podría usarlo para defenderse.

La puerta crujió al abrirse unos centímetros.

Un par de botas mojadas entraron en la habitación, dejando un rastro de agua sucia en el suelo.

Alejandro retrocedió lentamente. El resuello de Vance se escuchaba pesado, tranquilo. Como si disfrutara el momento.



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En el texto hay: misterio

Editado: 24.02.2025

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