Secretos Entre Muros

Capitulo 26

Alejandro y David subieron las escaleras con dificultad, sosteniendo a Gabriel entre ambos. El peso y la tensión del momento hacían que cada paso se sintiera más pesado. Gabriel respiraba con dificultad, aunque el sangrado parecía controlado por ahora.

Finalmente, llegaron a la primera planta. Alejandro miró a su alrededor, asegurándose de que el camino estuviera despejado.

—Vamos a la cocina, ahí podremos pensar qué hacer —dijo David con urgencia.

Sin perder tiempo, entraron en la cocina. La luz era débil, y el ambiente estaba impregnado de un silencio extraño, como si algo los acechara. Apenas habían cruzado la puerta cuando un sonido los congeló en su lugar.

Clank… clank… clank…

Un ligero repiqueteo metálico.

Alejandro y David se giraron lentamente.

Sentado en una silla al otro lado de la cocina, con una sonrisa ladeada y una mirada penetrante, estaba Vance. En una mano, hacía girar un cuchillo, lanzándolo suavemente al aire y atrapándolo con precisión una y otra vez.

—Creían que podrían escapar así de fácil… —murmuró con voz tranquila, casi divertida.

Alejandro sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Vance no parecía agotado, ni preocupado por lo que había ocurrido abajo. Más bien, daba la impresión de estar disfrutando la situación, como un depredador jugando con su presa.

David miró a Alejandro de reojo, esperando instrucciones.

—David, llévate a Gabriel —dijo Alejandro en voz baja, sin apartar la vista de Vance—. Encuentra un lugar seguro. Yo lo distraeré.

David no discutió. Sabía que Alejandro estaba tomando una decisión arriesgada, pero tampoco había tiempo para cuestionarlo. Asintió y, con un último vistazo a Alejandro, comenzó a moverse con cuidado, sosteniendo a Gabriel y alejándose de la cocina.

Vance no hizo nada por detenerlos. Solo observó con su expresión burlona.

Cuando Alejandro y él quedaron solos, la sonrisa de Vance se amplió.

—Vaya, qué valiente te has vuelto… pero dime, ¿cómo planeas distraerme?

Alejandro apretó los puños, su mente trabajando a toda velocidad.

Mientras tanto, Ricardo y Mateo estaban a punto de salir y subir. Pero antes, Ricardo notó algo en el suelo. Se agachó y lo recogió. Eran los planos que anteriormente había perdido Alejandro.

Guardó los papeles dentro de su traje y miró el pasillo inundado con una expresión seria.

Este plano nos servirá... —murmuró. Luego levantó la mano y observó su herida. Un hilo de sangre goteaba por sus dedos, pero él apenas reaccionó al dolor—. Maldito Vance, la próxima vez que lo vea, lo voy a asesinar.

Finalmente, él y Mateo continuaron su camino hacia la salida.

Por su parte, David llegó a la sala con Gabriel a cuestas e intentó abrir la puerta principal. Giró la manija con fuerza, pero no se movió. Probó las ventanas, pero también estaban aseguradas.

—No puede ser... —David frunció el ceño y miró alrededor con frustración—. Ese desgraciado bloqueó todas las salidas.

No se quedó de brazos cruzados. Con una mirada determinada, tomó una silla cercana y, sin pensarlo dos veces, la lanzó contra una ventana con todas sus fuerzas. El vidrio estalló en mil pedazos.

El aire frío de la noche entró en la casa. Finalmente, tenían una salida.

David se giró hacia Gabriel, quien respiraba con dificultad. Con esfuerzo, lo ayudó a pasar por la ventana y luego salió él mismo, asegurándose de que no quedaran restos de vidrio que pudieran lastimarlo más.

Ya en el exterior, se alejó unos metros de la casa y recostó a Gabriel sobre la hierba. Su pecho subía y bajaba lentamente, sus ojos apenas abiertos, tratando de mantenerse consciente.

David sacó su celular con manos temblorosas y marcó de inmediato.

—Necesito una ambulancia, ¡rápido! Hay una persona gravemente herida.

Mientras daba la dirección, miró de reojo la casa. Sabía que Alejandro aún estaba dentro con Vance... y que el peligro estaba lejos de terminar.

Alejandro respiraba con dificultad. Su mente trabajaba a toda velocidad, buscando una salida, una solución.

Vance seguía sentado en la silla, lanzando el cuchillo al aire y atrapándolo una y otra vez con precisión. Su sonrisa sádica nunca desapareció.

—Sabes, muchacho... —dijo con voz calmada—. Me encanta cuando las presas intentan luchar. Hace que todo sea más... entretenido.

Alejandro no respondió. En cambio, con movimientos calculados, buscó a su alrededor algo que pudiera usar. Sus ojos se posaron en una botella de vidrio sobre la encimera.

Sin pensarlo dos veces, la tomó con rapidez y la rompió contra el borde de la mesa. Los pedazos cayeron al suelo con un tintineo, y ahora Alejandro sostenía un cuello de botella con bordes afilados.

Vance soltó una carcajada.

—¡Vaya, vaya! Así que el niño tiene agallas. —Se puso de pie lentamente, aún sosteniendo el cuchillo—. Pero dime, Alejandro... ¿crees que eso te ayudará?

El tono de su voz era burlón, pero calculador. Se notaba que disfrutaba cada segundo de la situación.

—Qué interesante eres. No eres el más fuerte del grupo, ni el más listo... pero sí el más terco —continuó Vance, caminando en círculos, con el cuchillo girando en su mano—. Por eso me agradas. Me recuerdas a mí cuando era joven...

Alejandro apretó la mandíbula y ajustó su agarre en la botella rota. Sabía lo que Vance intentaba hacer: meterse en su cabeza, hacer que dudara. Pero no iba a ceder.

—Si tanto hablas, es porque te preocupas —espetó Alejandro, tratando de ocultar su miedo—. No eres tan invencible como crees.

Los ojos de Vance brillaron con una mezcla de diversión y desprecio.

—Eso lo veremos.

La tensión en la habitación se volvió sofocante. Alejandro sabía que en cualquier momento, Vance atacaría.

Y él debía estar listo.

Vance sonrió y, sin previo aviso, lanzó un tajo con su cuchillo.

Alejandro apenas reaccionó a tiempo, retrocediendo y levantando la botella rota para bloquear el ataque. El metal y el vidrio chocaron con un sonido agudo, pero la fuerza del golpe hizo que Alejandro perdiera el equilibrio y trastabillara hacia atrás.



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En el texto hay: misterio

Editado: 24.02.2025

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