Secretos Entre Muros

Capitulo 28

Alejandro sintió que el aire se volvía más pesado, como si la oscuridad misma lo estuviera rodeando. Su corazón latía con fuerza en su pecho, pero no podía moverse, no podía apartar la mirada de Vance.

La risa de Vance retumbó en la habitación, y él comenzó a avanzar lentamente hacia Alejandro, la cadena sonando mientras se balanceaba en su mano.

—Pensaste que podías escapar... —dijo Vance, con voz baja y retumbante—. Pero este lugar... esta casa... siempre será mía. Y tú, Alejandro, eres solo otro peón en mi juego.

Alejandro, temblando, intentó dar un paso atrás, pero las piernas no respondían. El sudor frío le recorría la frente. Era imposible.

—No me iré tan fácilmente —respondió Alejandro, intentando recuperar algo de control sobre su voz.

Vance sonrió aún más, casi de forma burlona, y levantó la cadena, balanceándola de un lado a otro.

—Oh, claro, sigues luchando. Pero sabes, la lucha es inútil... Es divertido ver cómo creen que pueden ganar, pero no lo harán. Porque... yo ya gané. —De repente, lanzó la cadena hacia Alejandro con un movimiento rápido, pero Alejandro logró esquivarla a duras penas. El sonido de la cadena impactando contra el suelo retumbó en sus oídos.

El trueno volvió a iluminar la habitación, creando sombras que se alargaban, distorsionando la figura de Vance.

—No hay forma de escapar de mí, Alejandro. Esta casa es mía. Y tú... —su risa se volvió aún más siniestra—, tú serás mi próximo juguete.

Alejandro, ahora completamente arrinconado, no sabía qué hacer. Vance se acercaba más y más, mientras él intentaba pensar en un plan, en algo que pudiera salvarle la vida. Cada movimiento de Vance era preciso, calculado. Era un cazador y Alejandro su presa.

Alejandro intentó mover las piernas, pero el miedo lo mantenía inmóvil. Vance estaba cada vez más cerca, con esa sonrisa sádica que lo aterraba. Antes de que pudiera hacer algo más, lanzó un grito con todas sus fuerzas.

—¡Ricardo!

El eco de su voz resonó por toda la casa. Ricardo, que había estado en el primer piso, reaccionó inmediatamente. Sin dudarlo, empezó a subir las escaleras, sabiendo que algo malo estaba sucediendo.

Mientras tanto, Vance no perdió el tiempo. Con un movimiento rápido, lanzó la cadena hacia Alejandro, quien, al ver el ataque, levantó los brazos para cubrirse. Pero eso fue exactamente lo que Vance quería. Aprovechando la defensiva de Alejandro, Vance se acercó rápidamente y rodeó la cadena con fuerza alrededor de su cuello, apretando con fuerza.

Alejandro intentó respirar, pero el metal de la cadena le cortaba el aire. Su visión se volvió borrosa, y su mente comenzaba a nublarse. Sentía que el aire se le escapaba y que su cuerpo ya no respondía. Luchó por zafarse, pero la presión era demasiada.

—Pensaste que podrías salvarte… —susurró Vance con voz siniestra, mientras apretaba más la cadena—. Nadie escapa de mí, Alejandro.

Alejandro, con la vista nublada, luchó por mantenerse consciente. Apenas podía escuchar los pasos de Ricardo subiendo las escaleras.

Ricardo subió las escaleras rápidamente, escuchando los gritos sofocados de Alejandro que se apagaban con cada segundo. Al llegar al segundo piso, se encontró con la escena más aterradora que jamás hubiera imaginado.

Vance estaba ahí, de pie frente a Alejandro, con una cadena rodeando su cuello y apretando con fuerza. Alejandro luchaba por respirar, sus manos tratando de quitarse la cadena mientras su rostro se tornaba morado.

—¡Alejandro! —gritó Ricardo, lanzándose hacia el monstruo.

Vance volteó, sorprendido por la irrupción de Ricardo, pero no dejó de apretar la cadena. Con una risa diabólica, dijo:

—¿De verdad crees que puedes salvarlo, muchacho? Es demasiado tarde.

Ricardo, con la adrenalina corriendo por sus venas, no dudó ni un segundo. Desvió su mirada hacia el entorno, buscando algo que pudiera usar. Vio una vieja lámpara de pie en un rincón.

Ricardo no lo pensó dos veces. Tomó la lámpara con firmeza y la lanzó con todas sus fuerzas hacia Vance. El impacto fue brutal; el golpe en el rostro hizo que Vance tambaleara hacia atrás, aturdido. La lámpara crujió, partiéndose parcialmente con la fuerza del impacto.

Aprovechando la distracción, Alejandro se llevó las manos al cuello, luchando por aflojar la cadena que aún lo oprimía. Tosió con fuerza, su respiración entrecortada mientras caía de rodillas en el suelo. Su vista borrosa captó la silueta de Ricardo avanzando con decisión.

Vance, aún agarrándose la cara tras el golpe, apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando Ricardo recogió la lámpara una vez más. Con un grito de furia, la blandió y la estrelló con todas sus fuerzas contra la mandíbula de Vance.

El sonido del vidrio quebrándose resonó en la habitación. La lámpara estalló en pedazos, los fragmentos volando en todas direcciones. Algunos se incrustaron en el rostro de Vance, mientras él soltaba un gruñido de dolor y se desplomaba pesadamente contra el suelo.

Ricardo respiró agitadamente, sus nudillos blancos de la tensión. Se permitió un segundo para observar a su enemigo en el suelo, pero no bajó la guardia.

Entonces, se giró hacia Alejandro, quien aún estaba arrodillado, con la cadena ahora suelta entre sus manos.

—¿Estás bien? —preguntó Ricardo, extendiéndole una mano.

Alejandro tosió una vez más antes de asentir lentamente.

—Sí… gracias a ti.

Ricardo no dijo nada, pero asintió con determinación. Entonces, su mirada se clavó en la cadena en el suelo. Con un gesto decidido, la recogió y la enredó en su mano.

—Acabemos con este maldito de una vez por todas.

Ricardo tensó la cadena con ambas manos, apretándola contra el cuello de Vance.
El asesino pataleaba, sus manos ensangrentadas intentaban aflojar el metal, pero Ricardo no cedía.

—¡Maldito! —gruñó Ricardo, apretando más fuerte. Su mandíbula se tensó, y su mirada estaba llena de odio—. Esto es por Javier, por Fernando, por todo lo que hiciste...



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En el texto hay: misterio

Editado: 24.02.2025

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