Secretos Entre Muros

Capitulo 29

El motor de la patrulla rugía en la carretera desierta mientras Ricardo la conducía con firmeza. Alejandro, a su lado, mantenía la vista al frente, todavía con la respiración algo agitada. La adrenalina de la pelea con Vance aún corría por sus venas.

Al llegar a la comisaría, Ricardo estacionó bruscamente y ambos bajaron de inmediato. Entraron al edificio con pasos rápidos, ignorando las miradas curiosas de algunos oficiales y empleados. Se dirigieron directamente al mostrador de recepción.

—Necesitamos hablar con un oficial de alto rango, ahora mismo —exigió Ricardo.

La recepcionista, una mujer de mediana edad con gafas, los miró con desinterés.

—¿Cuál es la emergencia?

—Es sobre un asesino —intervino Alejandro—.
Un hombre llamado Silas Vance, lo tenemos
atrapado en una casa.

La mujer frunció el ceño y tomó el teléfono.

—Esperen aquí.

Tras unos segundos, una puerta se abrió y un
oficial alto, de complexión robusta, salió con
una expresión de molestia.

—Soy el teniente Morales —dijo—. Me dijeron
que traen un asunto urgente.

Ricardo asintió y fue directo al grano.

—Hemos capturado a un asesino en una casa.
Su nombre es Silas Vance, el limpiador de la
casa donde nos estamos quedando. Ha estado
matando personas y ocultándose usando
pasadizos secretos.

El Teniente los miró con desconfianza mientras escuchaba la historia. Había lidiado con muchas denuncias absurdas en su carrera, pero algo en la seriedad de Alejandro y Ricardo le hizo dudar.

—¿Un asesino en serie escondido en la casa? —dijo, cruzándose de brazos—. Y según ustedes, ¿es el limpiador?

—No es solo el limpiador —respondió Alejandro con firmeza—. Conoce la casa como nadie. Ha usado pasadizos ocultos en las paredes para moverse sin ser visto.

—¿Pasadizos ocultos? —El teniente arqueó una ceja, escéptico.

Ricardo metió la mano en el interior de su traje y sacó los planos arrugados que había encontrado antes. Los extendió sobre el escritorio del teniente, señalando varias marcas y pasajes.

—Mire esto —dijo con seriedad—. No estamos inventando nada. Aquí están los accesos secretos que Vance ha estado usando todo este tiempo.

El teniente tomó los planos y los estudió con el ceño fruncido. Se quedó en silencio por un momento, su mirada pasando de los papeles a los dos jóvenes frente a él.

—Al principio pensé que estaban hablando de una maldición —admitió, soltando un suspiro—, pero esto... Esto es otra cosa.

—Exacto —intervino Alejandro—. Vance nos ha hecho creer a todos que la casa estaba maldita, que eran cosas paranormales. Pero la verdad es que él ha estado moviéndose por esos pasajes, jugando con nosotros.

El teniente los miró de nuevo, aún sin estar completamente convencido.

—¿Y qué me dicen del detective que fue a revisar esa casa hace tiempo? No reportó nada sospechoso.

—Porque Vance debió sobornarlo o amenazarlo —respondió Alejandro sin dudar—. Todo encaja.

El oficial suspiró y pasó una mano por su rostro. Luego tomó el teléfono y marcó un número.

—Voy a mandar a uno de mis hombres a la casa. Que revise la situación y arreste a ese tal Silas Vance, si es cierto lo que dicen.

Ricardo se inclinó sobre el escritorio.

—No basta con mandarlo solo. Ese desgraciado es peligroso. Yo regresaré y lo resolveré por mi cuenta si no hacen algo serio.

El teniente lo miró con una mezcla de incredulidad y respeto.

—Está bien. Si tanto insisten, pueden acompañar al agente. Pero no interfieran, ¿entendido?

Alejandro y Ricardo asintieron al unísono.

—Está decidido entonces —dijo Morales—. Esperen aquí. Pronto irán de regreso a esa casa.

Luego de esperar finalmente pusieron rumbo a su camino.

La patrulla avanzaba por las calles oscuras, con Ricardo al volante y Alejandro a su lado, mientras el oficial en el asiento trasero revisaba su radio de comunicación. El silencio entre los tres era denso, apenas interrumpido por el zumbido del motor. La noche seguía nublada, y la casa emergió en la distancia, con su estructura imponente y sombría, como si los esperara.

Ricardo estacionó justo frente a la entrada y apagó el motor. Bajaron de la patrulla, y Alejandro tomó la delantera, guiando al oficial hasta la entrada. No pudieron evitar un escalofrío al notar lo silenciosa que estaba la casa.

—Esto no me gusta… —murmuró Ricardo, con el ceño fruncido.

—Vamos, terminemos con esto de una vez —dijo el oficial, sacando su linterna y desenfundando su arma por precaución.

Alejandro lo llevó a través de la casa, bajando las escaleras hasta el punto más profundo de la estructura. Cada paso hacía eco en las paredes, y la tensión aumentaba con cada metro que recorrían.

Finalmente, llegaron a la puerta donde habían encerrado a Vance. La silla seguía allí, exactamente como la habían dejado.

—Está ahí adentro —dijo Alejandro, señalando la puerta.

Ricardo y Alejandro retiraron la silla y giraron la llave en la cerradura. La puerta se abrió con un crujido, revelando la completa oscuridad en el interior.

El oficial iluminó la habitación con su linterna y estiró la mano hacia el interruptor de la luz. La bombilla titiló unos segundos antes de encenderse por completo.

El cuarto quedó iluminado… pero Vance no estaba.

La cadena yacía en el suelo, desordenada, y el candado estaba abierto, inservible.

—¡No puede ser! —soltó Ricardo, con incredulidad y furia en su voz.

Alejandro dio un paso al interior, observando el rincón donde habían dejado a Vance. No había rastros de él.

—¿Cómo es posible…? —murmuró, más para sí mismo.

Ricardo apretó los puños.

—Debí matarlo cuando tuve la oportunidad —espetó, con rabia.

El oficial los miró con el ceño fruncido, claramente dudando de todo lo que habían dicho.

—¿Dónde está? ¿Dónde se supone que está ese asesino? —preguntó con tono escéptico.



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En el texto hay: misterio

Editado: 24.02.2025

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