El sonido de los tacones apresurados, el murmullo constante de voces en clases, el murmullo del tiempo que avanza sin detenerse. Sam apretaba su mochila con fuerza contra su pecho, jadeando por la carrera que llevaba. Su primer día de clases en la universidad no podía empezar peor.
— Maldita sea... ¿Dónde está el aula 3-107? — murmuró, deteniéndose frente a un mapa mural que parecía más un laberinto que una guía.
El reloj marcaba las 9:23 a.m. y su clase había empezado hace ya casi media hora. La ansiedad le quemaba el estómago.
Mientras pasaba por un pasillo tras otro, con el cabello ligeramente húmedo por el sudor y la respiración entrecortada, algunas miradas se fijaban en él. Tenía ese aire juvenil, con una belleza desordenada que llamaba la atención. Su uniforme no oficial – jeans ajustados y una camisa blanca ligeramente abierta en el cuello – dejaba ver una clavícula tan marcada como delicada.
Dobló una esquina, tropezando levemente con un estudiante que salía de una sala.
— ¡Ah! Perdón, lo siento mucho… — Sam se disculpó con una leve reverencia.
El estudiante lo miró de reojo, medio sonrió y siguió su camino sin decir nada.
—Genial. Estoy hecho un desastre... — murmuró, frustrado.
Finalmente, tras bajar unas escaleras y recorrer lo que parecían kilómetros, llegó a la puerta del aula. Tomó aire y la empujó con suavidad, esperando no interrumpir demasiado.
Dentro, la clase ya había comenzado. El profesor giró apenas la mirada hacia él.
— ¿Sam...? Llegas tarde. Adelante, toma asiento... si es que encuentras alguno.
Con las mejillas ligeramente enrojecidas y el corazón latiendo desbocado, Sam entró, buscando rápidamente un lugar libre. Su mirada se cruzó con la de una chica de cabello rizado que le sonrió con picardía desde la tercera fila.
Aneth. Su única amiga en ese campus desconocido.
Sam se sentó junto a ella sin decir nada, aún recuperando el aliento. No lo sabía todavía, pero desde ese día, su rutina iba a cambiar.
Mucho.
Y muy pronto, alguien más lo iba a notar...
🌸: Una burbuja llamada Aneth
La clase había terminado. El profesor se despidió con una advertencia sobre la próxima práctica de taller, y los estudiantes comenzaron a levantarse, murmurando quejas, bostezando o simplemente revisando sus celulares.
Sam, en cambio, se quedó quieto. Seguía procesando todo lo que había pasado: el campus gigante, su llegada tarde, la vergüenza, y el alivio de encontrar un rostro conocido.
Aneth se inclinó sobre su pupitre, apoyando la barbilla sobre su mano mientras lo miraba con una sonrisa traviesa.
— Bueno, bueno... llegaste con estilo — dijo, guiñándole un ojo.
— Estilo desastroso, querrás decir... casi me muero buscando esta aula. — respondió él, con una risita nerviosa.
— Pero igual te ves lindo.
— ¿Eh...? ¡Aneth! — Sam se sonrojó al instante, bajando la mirada y rascándose la nuca.
— Jajaja, siempre caes tan fácil... — ella rió, moviendo el cabello hacia un lado.
— ¡No digas esas cosas de la nada! Me confundes...
— Relájate, Sammy. Eres como un conejito atrapado en un campus de lobos. Tengo que cuidar de ti.
— ¿Tanto se me nota...?
Aneth lo miró con más seriedad por un segundo.
— Un poquito sí. Este lugar tiene gente buena, pero también... otros que solo buscan diversión rápida. Y tú eres como...
— ¿Como qué?
— Como una velita en una tormenta de deseo, baby.
Sam se atragantó con su propia saliva.
— ¡Aneth! ¡Qué cosas dices! — su voz subió un tono, claramente escandalizado.
— Tranquilo, tierno. Solo quiero que estés atento. No confíes tan fácil, ¿sí? Ni siquiera en los que te sonríen bonito.
— ...Gracias. — respondió bajito, sintiéndose un poco tonto por necesitar ese tipo de advertencia.
Ella le revolvió el cabello con suavidad.
— Aún no conoces a todos, pero hay alguien en particular que quiero que evites...
Sam la miró curioso, pero antes de que pudiera preguntar más, un grupo de chicos ruidosos pasó junto a ellos, interrumpiendo la conversación.
— Vamos, te acompaño al comedor. Y por favor, nada de perderte otra vez...
— Lo intentaré… — dijo él con una sonrisa tímida, aún ligeramente ruborizado.
Sin saberlo, mientras caminaban, pasaron cerca de un pasillo donde una silueta apoyada contra una pared conversaba con alguien más.
Esa silueta ni siquiera los miró.
Aún no.
Pero pronto, G... también lo vería.
Y su mirada sería todo… menos inocente.
Reglas, rumores y salones prohibidos
El comedor principal estaba lleno. Mesas largas, bandejas con comida caliente, estudiantes conversando entre risas, y un caos organizado que formaba parte de la rutina universitaria.
Aneth y Sam estaban sentados en una mesa cerca de una ventana. Él removía nerviosamente su jugo de durazno con una pajilla, mientras ella comía papas fritas con despreocupación.
— Entonces... ¿vas a contarme esas “reglas” de las que hablabas o no? — preguntó Sam, curioso.
Aneth se apoyó en la mesa con ambos codos, entrecerrando los ojos como si estuviera por soltar un secreto de Estado.
— Bien, novato... escucha con atención. Porque esto puede salvarte de muchos enredos.
— ¿Tan grave es?
— Más que grave… intenso.
Sam tragó saliva.
— Regla número uno: No mires a nadie más de tres segundos seguidos, a menos que quieras que piense que te interesa._
— ¿Qué? ¿Ni siquiera para saber si son conocidos?
— No, porque si lo haces, ya lo consideran una invitación. Los egos en esta universidad son tan frágiles como egocéntricos.
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Editado: 19.06.2025