El pasillo de salida se sentía más largo que nunca. Sam caminaba despacio, aferrado a las correas de su mochila, con la garganta apretada y los ojos ardiéndole. Había sido demasiado para él. Las clases, los rostros desconocidos, los comentarios extraños, la sensación de no pertenecer a ninguna parte... Todo eso lo envolvía como una manta que asfixiaba.
- "Solo... solo quiero sentarme, comer algo... y llorar en paz."
Se dirigía hacia la cafetería, aunque ni hambre tenía. Solo quería esconderse entre las mesas, mezclar su ansiedad con el ruido de platos y bandejas. Pero a mitad del camino, su cuerpo se detuvo sin permiso. El aire parecía espesarse. Le sudaban las manos. Un mareo sutil se coló en su cabeza.
Estaba al borde de un ataque emocional.
Sintió cómo su pecho se apretaba. Sus ojos comenzaron a nublarse. El murmullo del entorno se convertía en un zumbido lejano. Y justo cuando estaba por dejarse caer contra la pared... una voz.
- ¿Sam?
El nombre lo alcanzó como un susurro entre el caos. Alzó la cabeza... y lo vio.
Gael.
Apoyado bajo una columna, medio recostado contra la sombra, con una chaqueta abierta, jeans rotos y el cabello despeinado por el viento. Sostenía una cerveza abierta en la mano, que reflejaba la luz como si brillara de forma ilegal. Pero en cuanto sus ojos se cruzaron con los de Sam, algo en su expresión cambió.
Gael no dijo nada más. Solo bajó la mirada, y sin titubear, tiró la cerveza al césped. El líquido salpicó las raíces de un arbusto cercano.
Sam parpadeó, confundido.
Gael se le acercó. Lento, tranquilo, sin prisas. Pero en su caminar había algo firme... casi protector.
- Oye... - murmuró, deteniéndose frente a él - Te ves... mal.
Sam no pudo evitarlo. Bajó la mirada y murmuró con voz temblorosa:
- Lo estoy...
Gael no dijo nada por unos segundos. Solo observó. Luego, sin pedir permiso, le tomó suavemente del brazo.
- Ven. Aquí no.
Lo guió hacia un costado del edificio, a un espacio apartado, cubierto por un árbol y con bancas medio ocultas. Le indicó que se sentara. Sam lo hizo, con la cabeza gacha, sintiendo que por fin podía soltar un poco del peso.
Gael se sentó a su lado, sin acercarse demasiado, pero tampoco dejándolo solo.
- ¿Quieres hablar o solo... respirar? - preguntó con voz baja.
Sam negó con la cabeza.
- No quiero que me veas así.
- Ya te vi. Y sigo aquí. - respondió Gael, encogiéndose de hombros.
Un silencio tibio se instaló entre los dos. Sam tragó saliva, intentando que las lágrimas no brotaran. Gael observó el cielo por un momento, como si buscara una manera de cambiar el aire.
- La primera vez que pisé esta universidad, vomité detrás de ese árbol. - dijo señalando uno a lo lejos.
Sam alzó la mirada, sorprendido.
- ¿De verdad?
- Sip. Era nuevo. No conocía a nadie. Todos me parecían falsos. Y el café de la entrada sabía a barro. - rió bajo. - Así que sí... entiendo un poco esa cara de "quiero correr y desaparecer".
Sam lo miró... y sonrió. Apenas un poco. Pero suficiente.
- Gracias... por tirar la cerveza.
Gael rió.
- No quería que pensaras que soy un idiota de esos que bebe a media mañana... aunque sí lo soy. - bromeó, y luego se acomodó - Pero tú mereces algo más decente que esa versión mía.
El corazón de Sam dio un brinco. No entendía por qué, pero la forma en que Gael lo miraba... como si realmente le importara... lo hizo sentir visto. Y por primera vez en todo el día, no se sintió solo.
- ¿Quieres ir a la cafetería conmigo? - preguntó Sam, tímido.
Gael se estiró con flojera, y respondió:
- Solo si tú eliges la mesa.
- ¿Y si elijo la del rincón, donde nadie nos ve?
- Entonces me sentaré justo a tu lado.
Sam volvió a sonreír. Esta vez... sin presión.
Y juntos, se levantaron. Uno más seguro que el otro, pero por fin acompañados.
☕: El café que une historias
La cafetería estaba medio llena. El murmullo constante de estudiantes conversando, bandejas chocando y cubiertos rozando platos creaba una atmósfera tibia, casi acogedora. A esa hora del mediodía, todos parecían moverse con calma, disfrutando su almuerzo sin prisas.
Sam y Gael se sentaron en una mesa apartada, justo al lado de la ventana. Desde allí se podía ver parte del jardín y el reflejo del sol filtrándose por los cristales.
Sam comía despacio, revolviendo su arroz sin mucha hambre, pero agradecido de no estar solo. Frente a él, Gael bebía un jugo con pajilla, haciendo un leve sonido que rompía el silencio incómodo entre ambos.
Fue entonces que Gael habló.
- Nick y yo nos conocemos desde que teníamos seis años.
Sam alzó la mirada, sorprendido.
- ¿En serio?
Gael asintió, apoyando el codo en la mesa y girando el vaso con los dedos.
- Sí. Vivíamos en el mismo vecindario cuando éramos críos. Recuerdo que él tenía una bicicleta roja horrible, oxidada, pero juraba que era la más rápida del mundo. Un día me retó a una carrera... y yo, idiota, acepté.
- ¿Quién ganó? - preguntó Sam con un atisbo de sonrisa.
Gael rió, bajando la mirada.
- Yo, claro. Siempre fui bueno en eso de correr... sobre todo cuando tenía que huir de los regaños de mi mamá. - se encogió de hombros. - Después de eso, nos hicimos amigos. Siempre juntos, en todas. Nos metíamos en líos, compartíamos deberes, hasta formamos un "club secreto" en una casita del árbol.
- Suena... lindo. - dijo Sam, suavemente.
- Lo fue. Durante un tiempo.
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Editado: 24.08.2025