Secretos entre sombras

EXTRA

🌒 Escena Extra: Bienvenidos al antro de los lobos

Las luces de neón del club Subterráneo parpadeaban con un rojo enfermizo que pintaba la acera mojada como si estuviera manchada de sangre. La música desde dentro era una vibración constante, un golpeteo sucio de bajo que se sentía más en el estómago que en los oídos.

Nick empujó la puerta sin pensarlo dos veces. El guardia le dio una mirada y luego se apartó. Él no necesitaba invitación. Era parte del caos.

El humo, los gritos, los cuerpos moviéndose con ritmo o sin él... todo era familiar. Estaba en casa, aunque odiara admitirlo.

Caminó directo hacia la sección trasera, apartando con el hombro a un par de tipos demasiado borrachos para importarle quién pasaba. Atravesó cortinas negras de terciopelo y llegó a una zona más tranquila, pero mucho más peligrosa: un salón oculto tras un espejo, donde los Lobos se reunían.

Allí estaban.

Zane, recostado en el sillón de cuero negro, con una copa medio vacía y los ojos delineados de sombra. Tenía ese estilo gótico decadente, con un aire a estrella de rock pasada de fecha pero aún letal.

Drako, de pie junto a la mesa, con la chaqueta de cuero abierta y el torso lleno de tatuajes. Su presencia era fuego: intenso, impredecible, quemaba con solo una mirada.

Mira, mira... quién volvió al infierno. —dijo Zane, alzando su copa como si brindara por una vieja historia.

Pensé que ahora vivías entre universitarios vírgenes y exnovias enojadas, Nick.—gruñó Drako, dándole una mirada de arriba abajo.

Nick cerró la puerta tras de sí y caminó sin decir nada. Se sirvió un trago sin permiso. Lo necesitaba.

No he vuelto. —respondió, finalmente. — Solo necesitaba hablar.

¿Hablar? —se burló Zane, moviendo los dedos con dramatismo. — ¡Oh no! El chico dorado está sentimental otra vez.

¿No será por esa tal Aneth? —intervino Drako, clavándole los ojos. — ¿Otra vez esa historia?

Nick se quedó en silencio un momento. Luego dejó el vaso en la mesa con fuerza. No gritó. No lloró. Pero en sus ojos había rabia.

¿Ustedes alguna vez se han arrepentido de no detenerse?

Silencio.

Zane lo miró con una ceja alzada.

¿Qué parte? ¿Antes del golpe? ¿Antes de romperle el alma a alguien? ¿Antes de un disparo?¿O antes de volverte alguien que ni tú reconoces?

Drako cruzó los brazos.

No estamos aquí para confesar, Nick. Este no es el puto confesionario. Somos lo que somos. Si tú ya no encajas... vete.

Nick apretó la mandíbula. Las palabras eran puñales, pero los conocía. Sabía que ese era su lenguaje: dureza, pruebas, lealtades envenenadas.

No vine a pedirles perdón. —dijo con voz grave. — Solo quiero saber si... siguen de pie. Si los Lobos aún muerden.

Zane sonrió, pero no con alegría.

Siempre hemos mordido. Tú fuiste el que dejó de sangrar.

Drako lo miró largo rato. Luego, con un movimiento de cabeza, indicó una silla.

Siéntate. Pero esta vez... si entras, no hay vuelta atrás. Aun así ya nos debes mucho...

Nick miró la silla, luego a ellos. Pensó en Aneth. En Sam. En Gael. En cómo los había visto sentados juntos, riendo. En lo lejos que se sentía de eso.

Y aún así... se sentó.

Porque a veces, el infierno es lo único que se siente como hogar.




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