🛋️El departamento de Sam era pequeño, acogedor y completamente ordenado. Las paredes estaban decoradas con pósters de películas clásicas, una pequeña estantería con libros que leía y releía por seguridad, y una alfombra suave que cubría el centro del piso.
Había una taza de té humeando en la mesita.
Y en el fondo, sonaba un playlist instrumental de piano que usaba para relajarse.
Sam estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra su cama. Tenía el cabello ligeramente desordenado, una camiseta ancha de dormir, y en sus manos, un peluche que aún conservaba desde su infancia.
—Hoy fue... demasiado —murmuró para sí mismo, abrazando el peluche contra su pecho.
Recordó la cafetería. A Gael tirando su cerveza al verlo.
Recordó la forma en la que Nick hablaba... con esa mezcla de encanto y tensión.
Y por supuesto, recordó a Aneth, con su mirada protectora y sus advertencias constantes.
—No soy tan frágil... ¿verdad? —preguntó al aire.
Pero en el fondo, se sentía como si estuviera en medio de un mundo que hablaba otro idioma. Uno que no comprendía del todo.
Sus dedos comenzaron a escribir mensajes en su celular. Quería hablar con alguien, pero borraba cada intento antes de enviarlo. Hasta que uno quedó escrito, sin enviar:
"Gael... ¿estás despierto?"
Lo miró un rato. Luego lo borró.
—Ni siquiera somos amigos. Solo... compañeros. —dijo, tratando de convencerse.
Aún así, lo que más le dolía... era no saber en quién confiar.
Encendió la televisión sin sonido, solo para tener algo de movimiento. Luego se levantó, tomó una libreta y comenzó a escribir en una página nueva. Un hábito que tenía desde que era niño: dejar sus pensamientos antes de dormir.
Querido diario:
Hoy no sé qué sentir.
A veces la universidad parece un juego en el que no sé las reglas.
Gael me hace sentir... raro. Como si todo fuera un poco más fácil. Pero también me asusta.
Y Aneth... es la única que me hace sentir protegido.
No quiero ser una carga. Pero tampoco quiero estar solo.
Sus ojos se humedecieron un poco, pero no lloró.
Cerró el cuaderno, lo guardó bajo su almohada, apagó la luz y se metió bajo las sábanas. En la oscuridad, la ciudad parecía más lejana que nunca.
Pero antes de quedarse dormido, tomó el celular otra vez.
Y esta vez sí escribió y envió un mensaje corto.
"Aneth... gracias por todo hoy. 🧸✨"
Un suspiro...
Y luego, silencio.
🚪: Una visita inesperada (y necesaria)
El tic-tac del reloj resonaba suavemente en el apartamento silencioso de Sam. Apenas había cerrado los ojos, cuando tres golpecitos suaves lo sacaron de su casi-sueño.
—¿Eh...? —abrió los ojos, confuso. Miró la hora. 11:42 PM.
—¿Quién... a esta hora?
Se levantó lentamente, arrastrando las pantuflas por el piso, con la camiseta arrugada y el cabello revuelto. Se acercó a la puerta con cautela.
—¿Quién es? —preguntó desde adentro, la voz un poco dormida.
—Soy yo... Aneth.
La reconoció de inmediato. Su voz, aunque tranquila, tenía ese tono de travesura reciente y de culpa ligera.
Abrió la puerta.
Allí estaba ella: chaqueta negra, un poco despeinada por el viento, y con una caja de donas glaseadas en una mano.
—¿Interrumpo? —preguntó con una sonrisa ladeada.
—No... solo estaba... no dormía aún. —respondió Sam, sonrojado y sin saber si acomodarse el cabello o invitarla a pasar.
—¿Puedo pasar? —levantó la caja— Te traje donas como compensación por dejarte todo el día solo. Y porque me porté un poquito mal esta noche...
—¿Eh? —se hizo a un lado, curioso— ¿Qué hiciste?
Aneth entró, dejó la caja en la mesita baja y se dejó caer sobre la alfombra como si fuera su casa.
—Ah, nada. Solo ataqué el gimnasio, la cafetería y el auto de Drako con stickers de corazones. Lo normal.
Sam parpadeó.
—¿...Perdón? —y luego soltó una risa suave— ¿En serio hiciste eso?
Aneth abrió la caja de donas como si estuvieran en una misión secreta.
—Por supuesto. ¿Crees que iba a dejar que los Lobos quedaran impunes por arruinar mi tarde?
—Además... necesitaba divertirme un poco.
Sam se sentó frente a ella, cruzado de piernas, tomando una dona con timidez.
—¿No te da miedo que te descubran? —preguntó entre mordidas.
—Miedo tengo cuando no sé quién soy, Sam. Pero cuando sé exactamente lo que estoy haciendo... lo disfruto.
El silencio se instaló por unos segundos, mientras ambos masticaban y sonreían como niños. Afuera, la ciudad seguía latiendo.
—¿Y tú? ¿Estás bien? —preguntó Aneth bajito— Vi tu mensaje... y vine.
Sam bajó la mirada, un poco apenado.
—Solo... sentí que necesitaba hablar con alguien. A veces me siento muy fuera de lugar aquí.
Aneth se acercó un poco, y le revolvió suavemente el cabello.
—Sam... tú eres especial. Tienes algo que ninguno de ellos tiene: no necesitas fingir para ser tú. Solo estás aprendiendo a vivir en este caos.
Sam la miró, y por primera vez en mucho tiempo, no se sintió solo.
—Gracias por venir. —dijo, con una sonrisa que tenía un poco de sueño, un poco de ternura, y mucho de sinceridad.
—Siempre. —respondió ella, tomando otra dona— Ahora cállate y ayúdame a destruir esta caja. Antes de que me arrepienta y se la lleve a Gael.
—¡¿Qué?! ¡Nooo! ¡Todo menos eso!
Ambos rieron. Y por esa noche, el pequeño apartamento de Sam se convirtió en el lugar más cálido del mundo.
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Editado: 24.08.2025