Con lágrimas por el rostro, con la garganta comprimida y con el corazon partido empiezo un año fatal.
Por primera vez escucho a través del teléfono a mi padre llorar. Suplica que su madre no se muera. Que la yaya sobreviva. Que la persona que ha criado a cuatro chicos se despierte a las 12 del 31 de diciembre y diga feliz año.
Da igual que cumplamos mucho años y tengamos nuestra propia familia, siempre vamos a querer a una madre, porque como ellas no hay nadie.
Jamás voy a olvidar sus sollozos, su voz grave por haber estado demasiado tiempo llorando, su agonia y su ansiedad por su madre.
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De momento ha despertado aunque no se encuentra muy bien, espero que siga luchando y que se recupere.
Te quiero, abuela.
Anexo: Las abuelas son un hueso duro de roer.
Después de este texto unos días después le dieron el alta.