Secretos Inmortales

1-Llegada.

El paisaje está nublado, el transporte brinca de vez en cuando al momento de topar con algún agujero en la calle de asfalto, el interior del autobus se encuentra cálido y extrañamente tranquilizante

El paisaje está nublado, el transporte brinca de vez en cuando al momento de topar con algún charco en la calle de asfalto, el interior del autobus se encuentra cálido— extrañamente tranquilizante. Mi mirada sobrecae en las gotas de la ventana, la lluvia torrencial cesó, solo se podían notar las calles mojadas y la leve llovizna que iluminaba las farolas que recién habían encendido en el pueblo. De hecho, para ser un pueblo, es semejante al centro de Portland, con múltiples comercios y personas yendo por la calle, con bolsas en las manos o comida. Aunque la abundancia de árboles frondosos sacudiéndose en el vendaval, son el recordatorio perfecto de que se trata de un pueblo rural.

Los dedos de la mano izquierda siguen el ritmo de la canción que entra por mis oídos y hace relajarme más en el asiento.
La voz del vocalista me hace dejar el mundo y sus personas de lado, mover la cabeza al ritmo de electric love y fantasear con alguien que me hiciera sentir aquello que la letra describe. Siempre había tenido el pequeño sueño de enamorarme de una persona y que ésta me hiciera sentir eso que describen en los poemas de amor, mas ahora lo veía como un sueño muy lejano porque disfrutaba de mi propia compañía y tenía en mente planes mucho más importantes que tener una relación sentimental.

Vengo cargando una cantidad de equipaje como si me fuera a vivir al otro continente, pero sé que estaré a gusto, traje conmigo todo aquello que consideré necesario. Desde ya me sentía a bien, ya estaba lo suficientemente lejos del alcance de mis problemas y esperaba dejar atrás todo aquello que me estancaba para poder seguir adelante.

Huyendo otra vez.

Unos veinte minutos después, el autobus de viaje se detiene y anuncia la llegada a Riverfalls. Antes de salir, un guía turístico se dirige a ciertos pasajeros que venían juntos en alguna especie de tour, diciendo que debían mantener una sombrilla y un abrigo cerca durante su estadía, dado que es pueblo cercano a las montañas, por ende, se caracterizaba por su clima fresco y brumoso, especialmente durante el verano que es cuando las lluvias son constantes.

Apenas piso el exterior, mi cuerpo se contrae en un escalofrío horrible, el suéter que visto es de tela delgada y deja entrar el frío a mis extremidades, por lo que no dudo ni un segundo en abrir la mochila que llevé a mi lado en todo el viaje, saco de ella una sudadera negra sin cierre, que hay echa un puño en el fondo y me la pongo. Mi cuerpo comienza a entrar en calor conforme pasan los segundos y mi flacucho torso se ve gigante debido a la prenda.
Me gano un par de miradas desaprobatorias por unas señoras que rodan en las veredas del pueblo, no obstante, ignoro sus miradas entrometidas y espero pacientemente a que el conductor del autobus termine de sacar la cantidad considerable de equipaje que me pertenece. En un instante, toma el estuche de mi guitarra sin mucho cuidado a punto de lanzarlo contra el asfalto justo como estaba haciendo con las demás, a pesar de que le pedí amablemente que tuviera más cuidado porque habían pertenencias que se podían quebrar.
No tolero su descuido un segundo más y profiero un grito que alarma a los demás.

—¡NO!— alargo mis pasos para romper la pequeña distancia que me separa del hombre gordete y le arrebato la guitarra de las manos—. Si va a hacer esto, hágalo bien, señor. Todo lo que está tirando ahí me costó mucho poder tenerlo como para que me lo haga pedazos.

El hombre me da una mirada despectiva y bufa con ironía.

—Pues entonces hazlo tú, niña, no me voy a poner sentimentalista por tus porquerías.

—Sí, mejor lo hago yo, ya que se nota en esa panza lo tanto que le cuesta hacer bien su trabajo— lo empujo con el hombro una vez que paso a su lado y deposito cuidadosamente la guitarra al lado de las demás maletas.

Me lleva varios minutos bajar las maletas y ponerlas a la orilla de la calle debido a que algunas estaban, o muy arriba, o muy pesadas, sin embargo, mis menudos brazos me permitieron bajarlas exitosamente. Un agradable señor se ofreció a llamarme un taxi, lo cual agradecí encarecidamente.
Una vez que el auto amarillo llegó, le muestro la dirección al conductor y éste me mira con recelo.

—¿Está segura que es allí?— asiento con la cabeza varias veces y el hombre arruga la nariz—. Es un sitio algo alejado, señorita.

—Pero allí se supone que debe de estar la casa de la familia a la que voy a trabajar, esa fue la dirección que me mandaron al correo-—replico con extrañeza y le tiendo el papel impreso al hombre de unos cuarenta años aproximados.

—Ya veo, entonces debe de ser la residencia Ardelean adonde se dirige— me dice con desconfianza una vez que mueve las marchas del auto y lo pone en movimiento.

—Así es— asiento con una pequeña sonrisa. Me encuentro sumamente emocionada por empezar una vida nueva en otro sitio, donde podré estudiar la carrera que deseo y no tendré que ser perseguida por los ideales medievales de mi abuelo materno.

Finalmente soy libre de escuchar los sermones y vivir bajo el mismo techo que ese vejete necio.

—¿Conoce a los señores Ardelean?— me aventuro a preguntar y para mi sorpresa, el taxista asiente levemente.

—Es extraño escuchar a alguien que no los conozca, en el pueblo son muy famosos.

—¿Y por qué lo son?— cuestiono.




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