El olor a incienso embriagante inunda la estancia, la sala de estar es amplia. La brisa de la noche se cola por las endijas de los grandes ventanales de cristal polarizado y ronda con libertad esparciendo el aroma. Hay unas escaleras de caracol hechas de mármol que se reflejan en las leves luces encendidas de la parte baja y que se ubican en el fondo.
Con la leve iluminación, logro identificar que las paredes son de un color claro.
Siento un par de pasos a mis espaldas y no tardo en quedarme estática, aguantando la respiración para desaparecer el temblor que atacan a mis rodillas cuando percibo una melodía semejante a una que cantaría el fantasma de la ópera, a través de un pequeño estéreo ubicado en una mesada decorativa. Escucho como el par deja mis pertenencias en el lujoso piso y uno se acerca a mí.
—Aquí es, Jules— la voz del chico de sonrisa macabra suena cercana a uno de mis oídos y no puedo evitar dar un pequeño salto. Mete una mano a su bolsillo y con la otra aleja un par de mechones oscuros que caen lisos en su frente, no puedo determinar si su cabello es negro o castaño oscuro, ya que no es tan llamativo como el del otro sujeto—. No te alarmes, no tienes que tener miedo de mí— gira su cabeza a un punto a mis espaldas y me regala una sonrisa aún más aterradora que la del principio, solo puedo envidiarle sus labios coloridos y sus dientes, tan blancos que parece que los asea con cloro—. Lamento que mi padre no pueda atenderte ahora, pero tuvo que salir a realizar una cirugía de emergencia y la verdad no sé cuándo pueda regresar. Reginé se fue con él, entonces solo estamos nosotros, espero que eso no te moleste —me regala una mirada consternada mientras mi mente maquina severos escenarios en los que nada de esto resulta ser una buena idea.
¿Cómo pude acceder a entrar si ni siquiera mis supuestos jefes están?
¿Estaré siendo demasiado ingenua?
—Supongo que no hay problema con ello—expreso duditativa, dándome la vuelta y notando la presencia del pelinegro un par de pasos más allá—. ¿Me puedo quedar por aquí mientras espero a su padre para discutir bien mi puesto? —suelto con precaución, tratando de leer en su rostro alguna señal de que algo malo va a ocurrir, pero el chico mantiene su expresión serena, sin rastro de nada sospechoso.
Él asiente un par de veces y vuelve a sonreír.
—Por supuesto, tengo entendido que parte del contrato es que vivas con nosotros mientras cuidas a mis hermanas. Incluso tienes una habitación ya preparada para que te instales allí. De eso no te preocupes— hace un ademán con su mano y parece que recuerda algo ya que se disculpa al segundo—. Siento tanto mis pésimos modales, vas a pensar que soy una persona extraña y maleducada. Mi nombre es Nicolae Ardelean y mientras papá no esté, yo soy quién está a cargo.
Extiende su mano en forma de saludo y siento muy descortés dejarlo con la mano en el aire, por lo que dejo en el piso el equipaje que sostenía en mi mano derecha, extiendo mi mano y al estrecharlas, un escalofrío me sacude, siento un hielo que se dispersa por todo mi cuerpo, por lo que aparto la mano más rápido de lo pensado, esperando que esto no sea vea como un gesto de disgusto.
¿Qué demonios me pasa hoy?
—Bienvenida a la casa entonces— pronuncia jocosamente el otro pelinegro luego de un breve tiempo en silencio y en menos de lo que logro captar con la mirada, lo tengo delante de mí, caminando alrededor del semicírculo que componemos su hermano y yo con pisadas prácticamente insonoras—. Espero que te sientas cómoda y no te lleves una sorpresa si te topas con alguno que otro diablillo— suelta una risa cargada de burla, aunque luego se detiene y por su expresión no parece estar de muy buen humor que digamos. Un nudo se comienza a formar en mi estómago.
Sean nervios, hambre o cansancio, no me gusta la mirada que me está dando.
Tiene el rostro serio, los ángulos perfilados, una mandíbula marcada como si fuese el filo de una cuchilla, los labios coloridos; uno más grueso que el otro.
Su cabello es una maraña de puntas negras y brillantes, sus ojos son como el mar báltico de noche; profundos y oscuros. Tiene la mirada más intensa que mis ojos han tenido la desdicha de atestiguar, tan intensa como la de un depredador, no obstante, en este instante, me mira con un sentimiento tan profundo de burla y desprecio—como si me tratase de un insecto—, que logra algo que hace mucho nadie lograba: hacerme sentir ofendida.
—No entiendo a qué te refieres —mascullo con duda, aunque al final de la oración me sorprendo a mí misma haber sonado un tanto irritada—. ¿También eres hijo del señor Ardelean?
Como si no fuese obvio el parecido que comparten ambos chicos, vaya pregunta tan sonsa.
Alza las cejas sorprendido, como si esa no fuese la pregunta que esperase escuchar, una mueca arrogante, similar a una sonrisa se apodera de sus labios y se inclina para meter las manos a los bolsillos, Nicolae analiza los movimientos del pelinegro con una ceja enarcada, intercalando la mirada entre su hermano y mi rostro, como si estuviera empeñado en leer—o analizar— mi expresión.
—Lo soy —afirma con orgullo—. Para ti, intrusa, soy Owen Ardelean, nada de trato especial ni confianzas conmigo, no salvaré tu pellejo con favores— masculla con doble intención y tengo que recordarme a mí misma que, por desgracia, es hijo de mi jefe y no puedo rodarle los ojos en su propia cara.
—Mucho gusto— suelto a secas, por su comportamiento tan pesado y trato de mascullar una sonrisa pequeña, sin embargo, por la expresión de ambos, se parece más a una mueca que no pasa desaparecida.
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Editado: 19.09.2025