Secretos Peligrosos: ¿sobrevivirás a la verdad?

1

Desperté confundida, con la mente bien despierta y preguntándome qué demonios pasaba.

Milagros de los milagros, mi cuerpo no había optado por padecer de un cuadro crítico convulsivo. Los sedantes hacen eso conmigo, este tipo debía de tener algún tipo de fórmula no patentado. Sí, es un sujeto.

Él estaba de pie frente a mí, con los brazos cruzados. Vestía ropa formal, pero las facciones eran difíciles de ver porque el maldito lugar en donde me encontraba. Parecía un cuarto oscuro apenas iluminado por una ventana elevada. La intensa luz provenía de una probable salida que impactaba en su espalda haciéndolo difícil de distinguir.

Un sin fin de cosas me rodeaban, podría coger algo filoso y punzocortante.

 ― ¿No tienes nada qué decir?

Su pregunta me resultaba fuera de lugar, era yo quien estaba cargada de preguntas. Empecé a observar a mi alrededor sin encontrar sentido alguno, me esforzaba por mantener mis cinco sentidos alertas.

―Déjame ir ―solté en un susurro.

Su mirada azul amatista se clavó en mí, como sopesando lo que iba a hacerme. Yo quería gritar y patalear, la puerta no se veía muy lejos, solo debía golpear al sujeto con mi cuerpo y con algo de suerte, saldría del mugriento sótano.

Si es que lo era.

― ¿Sabes lo que has estado haciendo este último mes?

Me estremecí en mi lugar, solo estuve ocupada en mis proyectos de la universidad, no era fácil pelear por el primer puesto. Me había distanciado un poco de mi enamorado y mi mejor amigo.

¿Era mi culpa querer lograr una meta?

Si no hubiera estado sola, quizás... rayos.

―Tenías planes.

― ¡Por supuesto! ―grité enfurecida. ¿Quién no tendría planes a los 23 años? ¿Era un pecado?

―Descríbelos ―Su frío tono me paralizó.

No estaba segura de querer responder. ¿Pondría en peligro a mis amigos? ¿Mis escoltas terminarían mal? ¿Por qué tuve que salir sola? Ya comenzaba a arrepentirme, pero era demasiado, mis padres eran demasiado.

ESTO ERA DEMASIADO.

―Hice lo mejor que pude hacer, no puedes culparme por ello ―balbuceé temblando, no tenía frío. Estar sin ataduras era peor que estarlo. Mi cuerpo no respondía a mis demandas de coger algo y golpear al tipo.

Me moría de miedo mover un solo dedo.

―Solo tienes siete días, siete días para que yo te quite la sucia sangre que llevas dentro, después de eso, cremaré tu cuerpo de tal forma que servirás de carbón para la barbacoa que haré con tu mejor amigo y la cosa que llamas novio. Aún más interesante será cuando traguen tus órganos en ensalada y los vea llorar y vomitarte mientras relato cómo sazoné tu cuerpo con pánico y terror para esa estúpida barbacoa sin sentido en la que yo seré el único que disfrute de los deliciosos resultados.

Ese maldito hombre solo relataba mi muerte con fría satisfacción.

―Pero si yo estaré muerta ¿Cómo va a glorificarlo eso? ―Pregunté con rebeldía gracias a mis años de experiencia luchando contra mis padres.

―Tú no entiendes que solo sirves para satisfacer mis placeres que van más allá de la carne ―Su frío tono calculador me heló la sangre.

― Pero quieres comerte mis órganos y los de un par de chicos, no ganas nada si ellos no están presentes. ¿No es ridículo mofarse de un muerto cuando éste ni siquiera va a responderte? ―Todo y cuanto podía decirle era la triste verdad.

― ¿Alguna vez has probado carne humana? ―Intentó amenazarme con su helado tono.

― Podría suicidarme y eso no te ayudaría ―Respondí firme.

Él me miró con una lenta y muy calculadora sonrisa― ¿Cómo?

― Sabes que la cantidad de días que me impones es ridícula, incluso por más terror que me provoques será en vano, me orinaré, apestaré tu comida y así te lo tragarás.

El claro asco que sintió solo pudo darme falsas esperanzas―. No te pregunté eso.

― Si te digo cómo me quitaría la vida, no tendría sentido ¿No crees? ―Lo desafié.

― Haré algo sencillo, te daré una maratón de SAW, elegirás la tortura que más te agrad―

― Si lo haces irás en contra de tu maravilloso plan ―interrumpí.

― El ganado no piensa ―dicho eso me dejó sola, encerrada en un oscuro y húmedo sótano, o almacén, no tengo la más mínima idea, me siento asustada y no sé cómo moriré, pero si pudiera alargar mi vida, de hecho, no haría nada que me hiciera sentir peor, es un milagro que no me violara y me tirara por ahí muerta.

«Gané la lotería, me tocó el psicópata con ímpetu de asesino serial», pensé.

Este sujeto era un tipo alto, me llevaba poco más de una cabeza y eso que yo medía un metro sesenta y ocho, con la contextura de un jugador de tenis parecía fan de Soul Eater, me recordaba al personaje: ‘Dead The Kid,’ con la cuestión blanca que tenía en la cabeza, sus ojos color amatista, entre el azul y púrpura. ¿Qué rayos? ¿Estoy declarando para el CSI? Desestimándolo, era un tío medio pálido tipo Edward, pero más pepón.




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