Secretos Peligrosos: ¿sobrevivirás a la verdad?

2

Mi intento de fuga terminó tan rápido como empezó.

Terminé colgada de un pie a pocos milímetros del suelo. Ese maldito sujeto había dejado una trampa a propósito. Él apareció un buen rato después con una taza que olía a café, la luz permaneció apagada dentro de la habitación. Aun así, podía ver el humo emergiendo de la taza.

―Es un milagro que no te hayas roto el cuello ―Me tiró el líquido y grité.

Estaba tan helado que seguí gritando como una posesa al pensar que estaba hirviendo.

¡La porquería humeaba!

Un poco se me metió por la nariz, después de eso, casi me rompí el cuello cuando caí contra el suelo mientras trataba de expulsar el líquido.

Él había cortado la cuerda.

― No te lo rompiste. ―Su claro intento de homicidio empezaba a causarme pánico mientras hacía que migajas de lo que parecían galletas de soda me cayeran encima. Vació sobre mí todo el contenido de un táper que sacó de algún lado.

Y una ridícula idea se me ocurrió―. Podría alimentar a las palomas así.

No podía evitar ser más bocazas.

―Buen intento, serán ratas. ―Y no dudó en soltarme un buen número de ellas; me quedé inmóvil mientras trataba de discernir si eran rabiosas, pero noté que eran de color blanco, así que sospeché que eran de algún laboratorio, eso me dijo que el tipo o bien era un científico frustrado o ayudaba a algún científico loco o tenía un TOC de limpieza.

Me estaba inclinando por lo último.

―Deberías estar llorando o sacudiéndote. ―No estaba ni molesto ni decepcionado, más bien parecía que solo tenía curiosidad de mi reacción.

―Si me muevo, me morderán ―solté sin pensar.

Moviéndome con su pie, me obligó a rodar, pero solo aplasté un par de estúpidas ratas, ninguna quería morderme― ¡Demonios!

Excepto si había alguna migaja pegada a mi piel.

―Lindo espectáculo ―El infeliz observó mi lucha entre ceder al pánico y quedarme inmóvil, mientras yo juraba para mis adentros, no le daría más satisfacción de la que ya tenía.

―Dime qué planeabas hacer este fin de semana ―Preguntó de repente.

Empecé a romper en sudor, no recordaba qué haría, solo recordaba ese informe, debía estar listo antes del parcial. No respondí, él empezó a tirar más migas sobre mí.

¿De dónde diablos sacó otro contenedor?

Las ratas hacían lo suyo buscando comida, una me mordió en el ombligo― ¡No lo sé infeliz! ¿Qué te importa? ―Ladré furiosa― ¿Un arma biológica?

Él se giró, y cogió una caja de zapatos, tenía agujeros por varios lados. Cerré la boca para no insultarlo. Su fría mirada amatista estaba clavada en mí, ni siquiera parpadeó cuando sacó una rata gris tamaño familiar y la dejó sobre mí.

Sus chillidos eran nada comparados a sus enormes dientes que surcaban mi cuerpo buscando migas.

―Esos ojitos no lloran.

No iba a moverme, ni mucho menos abrir la boca y luché contra su segundo intento de hacerme rodar― ¿Sabes cuántas ratas tengo de mascota? ―Solté tratando de cambiar mi atención de la enorme rata.

Esa maldita no deseaba comer mi carne, felizmente. Migajas cayeron sobre mi rostro. Me sacudí retorciéndome provocando que las ratas corrieran en varias direcciones. Contuve el llanto acelerando mi respiración, al menos, ya no tenía cosas peludas sobre mí.

Pasaron tensos segundos antes de que se me ocurriera abrir la bocota.

―Iba a tener una sesión de acupuntura ―ladré de repente.

―Tú irías por mi yugular ¿verdad? ―respondió observando el escape sincronizado de las ratas.

―Es cierto, enterraría tantas agujas en tu aorta que se inflamaría tanto hasta reventar. ¡Sería tan doloroso que ni siquiera podrías moverte!

―Excelente, vamos a probarlo con un nuevo sujeto.

Maldita sea, se largó como si fuera a la tienda por un descuento y sospechaba que me haría ejecutar a alguien para él. Desaté el cordel de mis tobillos con mucho esfuerzo, me había lacerado la carne por la presión de la cuerda cuando estuve colgada.

El dolor fue tremendo cuando quise levantarme y me tomó tiempo precioso que no tenía. Logré sacudirme todas las migas con algo de esfuerzo y volví a la ventana tropezando con mis pies, verla de cerca me dijo lo suficiente.

Daba a un tragaluz tan angosto y para remate, era iluminado por un foco de luz blanca. No había escapatoria por ese lado. La puerta que conducía al primer piso o a las escaleras estaba cerrada con llave. La cerradura era de metal, al igual que la puerta.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.