Secretos & Venganza

Capítulo 04

Mila, estaba tan concentrada en la información que poseían los documentos legales de la pastelería que cuando oyó sonar su móvil pegó un pequeño respingo en su lugar. 

Con una mano ubicada sobre su pecho tomó el celular y al ver quien era no dudo en responder. 

Hola Ksenia —saludó y no pudo evitar sonreír al escuchar la tierna voz de su hijo al otro lado de la bocina.

Hola, ya estamos en camino. Alguien muere por verte —dijo y luego de hablar soltó una pequeña risa. 

Con Ksenia se encontraban Ian, Carmen, Luis y dos custodios de los cuales no sabía sus nombres, pues para ella no era relevante.

De acuerdo, yo también quiero verlo. Hazme un favor y dile que tengo algo para él —pidió amablemente.

Claro y a mí que me parta un rayo, ¡¿no?! —fingió estar ofendida. Mila al oír hablar a su amiga de esa manera aguantó la risa, sabía que a veces solía ser un poco infantil y eso le causaba gracia.

Para ti también tengo algo. Se suponía que era sorpresa, pero contigo nunca se puede —alegó y puso los ojos en blanco—. ¿Les falta mucho para llegar? —inquirió ansiosa, pues aunque no había pasado mucho tiempo ya echaba de menos a su pequeño príncipe. 

La curiosidad es uno de mis tantos defectos —rió con sonar—. Mmm, creo que unos quince minutos —respondió dudosa. 

No había presentado ni la más mínima atención en el camino y por esa razón no podía responder con exactitud.

La curiosidad mató al gato, ¿sabías eso? —inquirió con burla—. Los espero aquí —murmuró—. Nía, para la próxima presta atención en el camino ¿vale? —regañó. La conocía demasiado bien y sabía cuán despistada era su amiga. 

De acuerdo, mamá —enfatizó con aires de molestia—. Por cierto, ¿has hecho la suma del mes pasado? —consultó.

La encargada de las cuentas era Ksenia, además del socio que se mantenía en el absoluto anonimato, el cual solamente ella tenía trato con dicho hombre y aunque a Mila le desagradaba tener a un desconocido como socio lo debía aceptar por la simple razón de que su amiga parecía confiar plenamente en esa persona y ella confía en su amiga. 

No, ese es tu trabajo y es mejor que lo hagas tú, sabes que no soy muy buena con los números —alegó con una sonrisa.

Bien conocido era que Mila y las matemáticas no eran muy amigas que digamos. No era que fuese tonta, pero debido a la considerable cantidad de dinero que se manejaba en ambos rubros de trabajo prefería dejar eso en manos de su confiable amiga.

Muy bien, en cuanto llegue me haré cargo —abrevio—. Sabes que mañana debo llevarle las cuentas a nuestro socio y cómo ya sabrás no le gusta que se los entreguen sin hacer un resumen de... bueno tú sabes a qué diablos me refiero —alegó. 

Por precaución nunca hablaban de ese tipo de cosas por teléfono, pues a pesar de los años pasados Scarlett aún sentía el temor de que su familia pudiera dar con su paradero. 

De acuerdo —acotó y Ksenia fue quien dio por terminada la llamada. 

Dejó el celular sobre el escritorio y procedió a bajar al primer piso. Una vez que llegó al lugar se dirigió hasta la entrada donde estaban los dos custodios que la habían acompañado por la mañana. 

Ambos hombres de entre veinte y cuarenta años se encontraban recargados de espaldas sobre el vehículo y cruzados de brazos mientras vigilaban la zona disimuladamente a través de los lentes que cubrían sus ojos. Ellos al ver a Mila enseguida se alejaron del vehículo y acomodaron sus trajes de color negro. 

Mila hizo un movimiento para que se acercaran y así lo hicieron. 

Los zapatos de los hombres resonaban en la acera mientras se acercaban a su ubicación, ambos quedaron frente a Mila formando una especie de escudo con sus cuerpos formidables.

—¿Desea algo señorita, Ivanov? — inquirió uno de ellos, quitándose las gafas para verla a los ojos. 

Un hombre de rasgos latinos, quizás tendría unos veinticinco años (aproximadamente). Poseedor de una melena castaña oscura la cual encajaba perfectamente con sus ojos de color canela, su altura del metro setenta era proporcional a su cuerpo bastante ejercitado y musculosos.

—Sí, ellos vienen en camino — respondió neutra—. Ya saben lo que deben hacer —demandó con sutileza. 

—Lo sabemos señora —expresó el otro hombre asintiendo con su cabeza.

Un hombre caucásico que rozaba los cuarenta, cabello negro de la misma altura que el otro, pero su cuerpo era menos musculoso. Para Mila era un hombre bastante serio en cuanto se refería a su trabajo, pues desde que trabajaba para ella nunca lo había visto sonreír o mencionar algún tipo de chiste. No era como el resto de los custodios, él era un poco más serio y eso para Mila un tanto extraño.

A su punto de vista, ¿quién no sonríe? Claramente eso era extraño para ella, pero entendía que el hombre llamado Stevens, se tomaba el trabajo muy en serio y no era que el resto no lo hiciera; Lo cierto es que para Mila, Stevens era diferente a los demás custodios y había algo en el que llamaba su atención.

—Siempre olvido esa parte —mencionó con gracia, haciendo referencia a que ellos siempre sabían los movimientos que realizaba su familia mucho antes de saberlo ella. Él se quitó las gafas y la miró ceñudo, Mila lo pasó por alto pues ya sabía cómo era él y que no le gustaban las bromas con respecto a su trabajo—. ¿Almorzaron? —inquirió para romper el incómodo silencio que se había formado entre los tres.

Ambos asintieron y luego Stevens dándose la vuelta se alejó de ella. 

—Entonces los dejo para que continúen con su trabajo —gesticuló un tanto apenada y avergonzada consigo misma.

—Usted ya lo conoce, es un poco... Ya sabe un poco gruñón —Henry dijo en un susurro e hizo una chistosa mueca con sus labios. 

Mila río, pero no mencionó nada al respecto y se adentro nuevamente en la pastelería. 



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En el texto hay: mafia, romance, amor y venganza

Editado: 01.03.2023

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