Siento el agua helada congelándome las entrañas mientras me hundo en el océano. Intento nadar, pero mis manotazos solo logran hundirme más rápido, y el agua entra por mi nariz, aumentando mi desesperación. A medida que me adentro más profundo, el frío de mi cuerpo comienza a ceder, y el agua, en lugar de ser un tormento, se vuelve reconfortante, como una paz extraña que alivia mis huesos. Ya no lucho contra ella; dejo que me consuma, que mi cuerpo se rinda ante su abrazo, mientras mis penas se desvanecen en la oscuridad del mar.
De pronto, siento unas enormes manos rodeando mi cintura desde el fondo, levantándome con fuerza. Mis pulmones arden al recibir aire de nuevo, obligándome a volver a la realidad.
—¿Estás bien?
—Sí… estoy bien. —Toso con fuerza, aferrándome a sus brazos, aterrada de que me suelte y me deje volver a hundirme.
—Sujétate bien. —Me rodea con sus brazos y me ajusta contra su cuello, mientras mi cara se hunde en su espalda.
—¿A dónde vamos?
—¿Eso importa?
—Supongo que no.
—Vamos a un barco, no te preocupes. No estaremos mucho tiempo en el agua.
—Está bien… Sé que no tengo derecho a reclamar.
Después de unos largos minutos nadando en el frío y traicionero océano, diviso una pequeña barca que se acerca rápidamente hacia nosotros. Al llegar, un hombre nos extiende su ayuda para subir.
—Majestad, es un honor volver a verlo. El capitán estará encantado de verle después de tantos años.
—También me alegra verlo, señor Smith. Ella es mi asistente, Stella.
—Un placer conocerla, señorita. —El hombre extiende la mano en un saludo, pero lo que me sorprende es que, en lugar de un simple apretón, besa el dorso de mi mano con una reverencia, algo que nunca hubiera esperado en medio del océano.
—Por favor, tome la manta, debe estar muriendo de frío. Estas aguas, además de traicioneras, son gélidas. —Él coloca la manta sobre mis hombros, y aunque su gesto es cortés, siento la fría mordedura del viento. Le agradezco con un simple asentimiento, reconociendo su generosidad.
—Es un placer, señorita.
—¿Y qué hay de mí? —pregunta el rey, mirando al hombre con una sonrisa cómplice. —¿No me darás una manta, Smith?
—Lo lamento, majestad, pero solo traje una. No esperaba que viniera tan bien acompañado. Ya sabe que las mujeres y los niños primero.
Ese comentario provoca una ligera sonrisa en el rostro del rey.
—Está bien, Smith. Esta vez lo pasaré por alto… por ser un caballero.
El hombre empieza a remar, y la barca se aleja con dirección a un enorme barco pirata que se alza ante nosotros, oscuro y ominoso, en el horizonte. Un escalofrío recorre mi espalda al verlo, y mis pensamientos se llenan de los relatos espantosos que siempre escuché sobre los piratas: hombres despiadados, barcos sangrientos, y un sinfín de horrores que me hacen temblar al pensar en lo que podría esperar en ese barco.
El señor Smith me indica, con una leve inclinación de cabeza, que debo subir por la escalera del barco. A pesar de la duda que me invade, trato de no ser descortés y, con el corazón acelerado, comienzo a ascender hacia la embarcación. Cada peldaño parece más pesado que el anterior, y mientras mis pies tocan las maderas del barco, esperando que no se mi final.