—Me recuerdas mucho a mi hermana… su inocencia, pero también su gran coraje. Y no soy el único que lo nota. Tal vez por eso él es amable contigo.
—No sé de qué está hablando, señor…
—Por favor, querida, no me hagas cuestionar mi inteligencia… ni la tuya. Soy una persona demasiado observadora, y lo que vi no me gustó nada. Me recordó algo que pasó hace muchos años. Mi consejo: aléjate. Créeme, no quieres esa vida. No lo vale.
—La verdad, no entiendo…
Me interrumpió antes de que pudiera decir algo más.
—Vi la forma en que miras a mi sobrino, y lo entiendo. Lo ves como un lugar seguro… o quizás como algo más. Pero te sugiero que apartes esas ideas de tu cabeza. Estar a su lado nunca será fácil. En su vida, tú jamás serás la prioridad. Y si es necesario, te dejará atrás sin pensarlo, porque su pueblo siempre será lo primero. Y eso no va a cambiar.
—No es necesario que digas nada —añadió antes de que pudiera responder.
Siento cómo se me calientan las mejillas con cada palabra. ¿Acaso fui tan obvia? Pero no me atrevo a contradecirlo… sé que sonaría patética.
—No hay nada de qué avergonzarse, cariño. Mi sobrino no es malo. Tal vez su humor no sea el mejor, pero entiendo que puede confundirte. Su caballerosidad es algo que heredó de su padre… y es algo que deberías aprovechar.
—Señor, yo jamás me atrevería siquiera a intentar tener algo con su sobrino, ni a aprovecharme de él.
—Llámame “capitán”. Y la verdad, señorita Adelaida… no hay nada que una mujer no pueda lograr si se lo propone. Pero deberías ver esta oportunidad como una manera de quedar en una buena posición. No tiene nada de malo. Solo hay que ser inteligentes… para salir lo más rápido posible, y en las mejores circunstancias.
—¿Qué me está proponiendo, capitán?
Veo cómo se acomoda en su asiento y me observa con atención, sin prisa.
—Para mi sobrino, debes ser útil… no un estorbo.
Se pone de pie, va hacia una estantería y saca unos mapas y planos. Los despliega sobre el escritorio, justo frente a mí.
—Mi consejo es que, en vez de perder tu tiempo intentando hacerlo cambiar de opinión, hagas algo más factible: ayúdalo… mientras te ayudas a ti misma.
—¿Y yo… cómo podría hacer eso?
—Debes ayudarnos a invadir Hidden —responde sin rodeos—. Descubrimos que ese maldito pueblo es donde se produce la droga… y tu familia es cómplice. Necesitamos a alguien de allá, alguien que conozca el terreno, que pueda entrar y salir sin dejar rastro.
Hace una pausa, me mira fijamente, y luego señala el mapa extendido frente a nosotros.
—Así que dime, Ada… ¿cómo lo hacemos?
Mis ojos se deslizan del rostro del capitán hacia los planos. Ahí está: la vieja planta de costales, abandonada desde hace años. El lugar donde me escondía cuando era niña, cuando todo parecía más simple… y menos doloroso.
El corazón me late con fuerza. Todo está ahí, en papel: mi pasado, mi familia… y ahora, una guerra que se acerca más rápido de lo que imaginé. -Lo hare.
—Me recuerdas mucho a mi hermana… su inocencia, pero también su gran coraje. Y no soy el único que lo nota. Tal vez por eso él es amable contigo.
—No sé de qué está hablando, señor…
—Por favor, querida, no me hagas cuestionar mi inteligencia… ni la tuya. Soy una persona demasiado observadora, y lo que vi no me gustó nada. Me recordó algo que pasó hace muchos años. Mi consejo: aléjate. Créeme, no quieres esa vida. No lo vale.
—La verdad, no entiendo…
Me interrumpió antes de que pudiera decir algo más.
—Vi la forma en que miras a mi sobrino, y lo entiendo. Lo ves como un lugar seguro… o quizás como algo más. Pero te sugiero que apartes esas ideas de tu cabeza. Estar a su lado nunca será fácil. En su vida, tú jamás serás la prioridad. Y si es necesario, te dejará atrás sin pensarlo, porque su pueblo siempre será lo primero. Y eso no va a cambiar.
—No es necesario que digas nada —añadió antes de que pudiera responder.
Siento cómo se me calientan las mejillas con cada palabra. ¿Acaso fui tan obvia? Pero no me atrevo a contradecirlo… sé que sonaría patética.
—No hay nada de qué avergonzarse, cariño. Mi sobrino no es malo. Tal vez su humor no sea el mejor, pero entiendo que puede confundirte. Su caballerosidad es algo que heredó de su padre… y es algo que deberías aprovechar.
—Señor, yo jamás me atrevería siquiera a intentar tener algo con su sobrino, ni a aprovecharme de él.
—Llámame “capitán”. Y la verdad, señorita Adelaida… no hay nada que una mujer no pueda lograr si se lo propone. Pero deberías ver esta oportunidad como una manera de quedar en una buena posición. No tiene nada de malo. Solo hay que ser inteligentes… para salir lo más rápido posible, y en las mejores circunstancias.
—¿Qué me está proponiendo, capitán?
Veo cómo se acomoda en su asiento y me observa con atención, sin prisa.
—Para mi sobrino, debes ser útil… no un estorbo.
Se pone de pie, va hacia una estantería y saca unos mapas y planos. Los despliega sobre el escritorio, justo frente a mí.
—Mi consejo es que, en vez de perder tu tiempo intentando hacerlo cambiar de opinión, hagas algo más factible: ayúdalo… mientras te ayudas a ti misma.
—¿Y yo… cómo podría hacer eso?
—Debes ayudarnos a invadir Hidden —responde sin rodeos—. Descubrimos que ese maldito pueblo es donde se produce la droga… y tu familia es cómplice. Necesitamos a alguien de allá, alguien que conozca el terreno, que pueda entrar y salir sin dejar rastro.
Hace una pausa, me mira fijamente, y luego señala el mapa extendido frente a nosotros.
—Así que dime, Ada… ¿cómo lo hacemos?
Mis ojos se deslizan del rostro del capitán hacia los planos. Ahí está: la vieja planta de costales, abandonada desde hace años. El lugar donde me escondía cuando era niña, cuando todo parecía más simple… y menos doloroso.
El corazón me late con fuerza. Todo está ahí, en papel: mi pasado, mi familia… y ahora, una guerra que se acerca más rápido de lo que imaginé. -Lo hare.