Veo la seguridad en sus ojos, y no puedo evitar sentir cierto orgullo por lo que conseguí. Tal vez estoy lastimando a mi sobrino… pero me digo a mí mismo que hago lo correcto y eso es suficiente.
No toleraré que alguien vuelva a marchitarse por culpa de la maldita realeza.
No mientras yo esté presente.
—Bueno… ¿cómo lo vamos a lograr? —Le pregunto.
La observo mientras señala el bosque que rodea Hidden. Habla con precisión, sin titubeos. Ya está del otro lado, pensé. Ya eligió.
—Lo más seguro será entrar de madrugada, cuando todos estén dormidos —explica—. El bosque nos servirá de cobertura hasta llegar a mi casa. Ahí encontrarán a mi familia. Después iremos a la fábrica. Conozco un atajo que nos llevará directo, sin que nadie lo note.
Hace una pausa. Me mira con seriedad.
—Pero hay una condición: el pueblo no tiene la culpa. Prometo ayudar, pero solo si me jura que no van a lastimar a nadie de ahí.
La respeto por decirlo así. Aunque esté temblando por dentro, no deja que se note.
—Querida —le digo, con la voz firme—, te doy mi palabra: nadie sufrirá daño. Solo entramos… y salimos.
Extiende su mano. No dudo. La estrecho con decisión.
Trato hecho.
Sin dejar de estrechar su mano, hablo con la certeza de quien ya decidió todo:
—También te doy mi palabra… que después de esto serás libre. Te llevaré a un lugar seguro, y si es necesario, lo haré yo mismo. Pero no puedo prometerte lo mismo para tu familia.
Suelto su mano lentamente.
—Lo entiendo, capitán —responde. Pero veo en sus ojos esa tristeza que intenta ocultar.
Me tomo un momento antes de decir lo siguiente.
—No deberías sentirte culpable. Ellos fueron quienes te traicionaron primero.
—Lo sé… pero yo no soy una mala persona —dice ella con voz baja.
La miro por unos segundos antes de responder.
—No existe tal cosa como una persona buena o una persona mala. Todos llevamos un grado de maldad… y también de bondad.
Hago una pausa, suave pero firme, para dejar que mis palabras hagan eco.
—Ahora deberías ir a tu camarote y prepararte. En unas horas, entraremos al bosque.
La veo levantarse. No dice nada más. Se retira con ese aire de determinación silenciosa … y, aunque nunca se lo diré, me hace sentir orgulloso.
Espero en mi silla, con mi mejor ron en la mano, y otro vaso esperándome sobre el escritorio… reservado para mi cómplice.
—¿La convenciste? —pregunta apenas entra.
—Por supuesto que lo hice —respondo, sin levantarme—. Lo que no entiendo es por qué no lo hiciste tú.
—Solo quería mejores resultados.
Lo miro de reojo.
—Sé sincero contigo mismo. Ambos sabemos por qué no lo hiciste. Tienes miedo… miedo de no poder cumplir tu promesa de dejarla en libertad. Tienes miedo de aferrarte a ella.
—No sé de qué estás hablando —dice, mientras se sienta en la silla frente a mí y toma el trago que le serví.
Lo observo en silencio, pero no digo nada más. Algunas verdades no necesitan respuesta… porque ya duelen lo suficiente.
—De acuerdo… finjamos que no me usaste para cumplir con tu promesa. Que no me enredaste solo para alejarla de ti. Dejemos eso de lado. Más bien dime, ¿a dónde la voy a llevar una vez que atrapemos a su familia?
—Deberás llevarla a Lignum —lo dice con la voz firme—. Le pedí al rey Robert hospedaje para ella y protección.
—Entonces así será… sobrino.